¿Parir es de pobres? Es el mercado, amigo

Hace unos días se hizo viral una noticia de Nius en la que aparecía Paris Hilton posando con su bebé nacido por gestación subrogada y en la que llevaba como titular: “Parir me aterrorizaba”. Declaraciones de la famosa estadounidense que no tardaron en ser contestadas y traducidas de otra forma: “Parir es de pobres”.

Foto: Los Simpson

También, hace unos días, pudimos ver como saltaba al debate mediático la actriz Ana Obregón tras conocerse que ha utilizado un vientre de alquiler como medio para gestar un bebé. Acontecimiento que los grandes medios aprovecharon para abrir un debate sensacionalista con tintes misóginos y edadistas que alejaban el foco de la verdadera problemática: la compra de seres humanos.

Y es que, detrás de estas prácticas se encuentra el caballo de Troya de siempre, las dinámicas de explotación del capitalismo. La compra de bebés por Ana Obregón, Jaime Cantizano, Javier Cámara o Miguel Bosé no son más que la punta del iceberg de todo un conjunto de relaciones sociales de poder que convierte a los cuerpos de las mujeres pobres en productoras y a los bebés en productos.

Un modus operandi que no sería posible sin las situaciones de necesidad material de las mujeres que se “ofrecen” para alquilar su vientre. Actuaciones que explotan a las mujeres y que no son solamente defendidas por los hooligans más ultraliberales como el argentino y amigo de Vox Javier Milei, el mismo que hizo declaraciones a favor de la libre portación de armas, la venta de órganos o su oposición al aborto, sino por cierta izquierda como la ex dirigente de Podemos, Carolina Bescansa, o Meritxell Battet del PSOE, mostrándose favorables hace unos años a la regulación de la gestación subrogada. Posturas que en la actualidad no mantienen estos partidos políticos.

Foto: La Sexta

No hay que olvidar que uno de los mayores defensores de la gestación subrogada siempre fue el ya casi extinto partido de derechas Ciudadanos. Y no es de extrañar, ya que la utopía de los liberales consiste en prometer el cumplimiento de cualquier deseo siempre y cuando este se mercantilice. Si eres una pareja gay que quiere tener un bebé, lo vas a tener garantizado siempre y cuando este pase a ser una mercancía. Y lo mismo ocurre con el sexo, las drogas o la venta de órganos. Acciones crueles que generalmente intentan justificar en nombre de la libertad individual.

Pero también los hay quienes prefieren hablar de gestación solidaria o altruista en vez de hacer referencia a maternidad subrogada o vientres de alquiler. Defendiendo un carácter filantrópico y desinteresado de quien lleva a cabo el embarazo. Los defensores de estos postulados, por ejemplo, en Cuba, argumentan la no existencia de remuneración económica a excepción de los gastos de alimentación, medicación, etc., así como una regulación muy rigurosa para llevar a cabo esta práctica. Pero la realidad es muy distinta, ya que como señala la socióloga y fundadora de Stop Vientres de Alquiler, Ana Treno, “menos del 2% de todos los acuerdos de subrogación en el mundo son altruistas”.

Además, esto conlleva otro tipo de riesgos: la creación y normalización de un mercado negro de compras de bebés. En Canadá, por ejemplo, donde existe una legislación que permite la mal llamada gestación solidaria y prohíbe los pagos por ello, es conocido la existencia de un mercado negro en torno a ello. En definitiva, la gestación solidaria no deja de ser una intentona más de enmascarar lo que es de facto un tipo de violencia contra las mujeres. “La realidad es que muy pocas mujeres están dispuestas a esta práctica por pura generosidad, sin que medie un pago a cambio, porque la principal motivación para someterse a un embarazo y entregar a un bebé es la necesidad económica”, sentencia Ana Treno.

El alquiler de vientres pone de relieve distintas brechas sociales sistémicas. La primera es de género, ya que por cuestiones biológicas las mujeres son las únicas que pueden gestar y por lo tanto las que van a ser utilizadas para estas prácticas. La segunda es de clase, ya que las personas adineradas se aprovechan de la falta de libertad además de unas condiciones materiales indignas de quienes alquilan su cuerpo o venden un órgano para obtener dinero. La tercera brecha pone de manifiesto el biocolonialismo que agudiza las diferencias norte-sur y promueve el mal llamado turismo reproductivo. En donde, por ejemplo, una donante de Ucrania pone el óvulo a cambio de una remuneración, posteriormente se transfiere al útero de una mujer india y el bebé recién nacido termina en brazos de una mujer de Pozuelo de Alarcón. Una trama económica instaurada en base a la mecanización e industrialización del proceso reproductivo.

¿En qué sociedad que garantice una vida decente alguien decidiría alquilar su propio cuerpo, vender un riñón o prostituirse? En ninguna. Y, como era de esperar, quienes defienden este tipo de prácticas son gente que se encuentran en una posición social en la que no van a tener que alquilar su vientre durante nueve meses por necesidad económica. Evidenciamos de nuevo que sin la violencia que genera un sistema atravesado por las relaciones desiguales estas prácticas no se podrían llevar a cabo.

La centralidad del mercado en nuestras sociedades hace que se asuman soluciones individuales a problemas que son estructurales y colectivos como es la pobreza. La misma que es aprovechada por los ideólogos del neoliberalismo para legitimar una vez más su distopía capitalista, justificando la mercantilización de todos los ámbitos independientemente de las consecuencias que eso acarree. Lo estamos viendo con la especulación del Amazonas por parte de las petroleras o lo vemos con la especulación que quiere hacer Aramon en Canal Roya. La lógica del capitalismo es incompatible con los Derechos Humanos en tanto en cuanto siempre va a primar el beneficio económico por encima de lo demás. ¿Quieres tener sexo? ¡Paga! ¿Quieres tener un riñón nuevo? ¡Paga! ¿Quieres tener relaciones con dos menores tailandesas de 13 años? ¡Paga! Todo es posible, pero pagando.

La compra venta de seres humanos nos aleja de sociedades en las que, parafraseando a Rouseau, “ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro y no sea tan pobre como para verse forzado a venderse”. Nos acerca cada vez más a tramas como las que nos muestra la serie 'El cuento de la criada' o la película de 'La jefa', en la que una empresaria piensa que con dinero puede comprar todo, incluso el hijo de una de sus trabajadoras. Y es que, el capital busca por todos los medios acabar con las lógicas humanitarias e imponer en ellas las de mercado. Y para normalizar este tipo de prácticas equiparan el deseo de ser padre o madre con el derecho de serlo. Pero no. Ser padre o madre no es un derecho.

Convertir la vida en un bien de mercado rompe cualquier posibilidad de crear formas compartidas en las que nos relacionemos horizontalmente. Por eso, es necesario desterrar de nuestro imaginario colectivo la idea utilizada para justificar la jungla neoliberal de que “mi libertad empieza donde termina la de los demás”, y empezar a hablar de que “mi libertad comienza donde empieza la de los demás.” Algo que nos permitirá avanzar hacia nuevas formas compartidas en las que nos relacionemos como iguales y nadie tenga el privilegio de comprar la libertad de los demás. Como dice Cesar Rendueles, “lo que nos compromete con la emancipación son las responsabilidades compartidas que estamos dispuestos a asumir colectivamente”. Y esto es algo incompatible con una sociedad regida por la ley de la oferta y la demanda, ya que en el mercado solo es libre quien tiene dinero.

En definitiva, comprar un hígado, un riñón o un bebé no pueden ser derechos, ya que como señala Beatriz Giménez, “los derechos que solo existen mediante un precio, en realidad son privilegios".

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