La RAE nos dice que es la acción de sonreír, un gesto que demuestra alegría.
Hay muchos tipos de sonrisas. Hasta diecinueve según los sicólogos. La sonrisa cordial, franca y sincera es la que más convence, la falsa, de aquellos que están esperando el clic de la cámara, la irónica, a la espera de ver la crítica, aversión o diversión que la produce, la incómoda, de quienes se sienten turbadas, la seductora, útil cuando está pendiente de relaciones en las que se incluye el sexo, la sonrisa miedosa es la que oculta la angustia, la miserable, socialmente aceptable y producto de la hipocresía, generalmente, la maliciosa, reflejando alegría por el infortunio ajeno, la sonrisa de desprecio, entre disgusto y rencor… Y así hasta esas diecinueve.
La de nuestra alcaldesa, ‘sonrisa del régimen’, no la incrusto en ninguna de ellas. Hace años a la sonrisa de Solís, veterano franquista, se la conceptuó, también, del mismo sitial. En el caso actual, el régimen sería el que, tanto en Zaragonia como en Paletonia, la conjunción Astral de populares y de voxianos nos llevan al sufrimiento, a lo largo y ancho de los tiempos últimos.
Quizá su sonrisa sea una mezcla de la falsa y la miserable en el sentido hipócrita de la vida, pero, ni siquiera eso encaja bien. Quizá sea una nueva clase, hasta llegar a la veintena, a la que denominaría “vacua”, fútil, trivial, vacía. Rictus de unos bordes que se curvan coloreados de un rojo intenso.
La sonrisa podrá ser “vacía”, pero no así lo que acompaña. Dispendio en forma de luces inútiles desde el Puente de Piedra hasta el Parque Labordeta, o la privatización del mismo parque en base al ‘trágala’ de escudarlo en diversión a raudales. Diversión a quince euros para el adulto y casi diez para el niño y para la niña. Claro está que los beneficios son para otros, para quienes, al parecer, son sus amigos y no para el bienestar general.
Durante muchos meses, esta sonrisa ‘vacua’, del ‘régimen’, se ha prodigado en fiestas, flores en macetas, macetas mustias, fiestecitas, luces, muchas luces y dineros a ‘mogollón’ en gastos secundarios, frívolos, de segunda, tercera o cuarta necesidad tales como la Romareda −250 millones que tendremos que hipotecar entre todos para el exclusivo beneficio de una sociedad privada− o la ‘genialidad’ de prolongar Independencia por el Coso −seis millones, y lo que cuelgue, de dineros de todos− que condenará la futura línea dos del tranvía. Poca ‘chicha’ en lo importante, barrios, movilidad, vivienda, recursos sociales, deporte para todos, colegios públicos y, en general, en lo que es de todos que no es, ni mucho menos, la Quirón, la citada Romareda, los negocietes de los quioscos zaragozanos o esa privatización de lo que llama el tres por cien −¿tres per cent, a qué recuerda?− del parque, pero un tres por cien por donde pasa el ciento por ciento de los ciudadanos, tampoco talar 1.600 árboles en los montes de Torrero para que otro negocio que pasará a cualquier conocido, sea mayor.
Es posible que no haya otra solución que apelar a la franciscana resignación hasta que pase su tiempo y los ciudadanos y las ciudadanas le señalen la salida. Quizá tengamos que pensar en el castizo dicho ‘de dónde no hay, no se puede sacar’ o eso otro tan andaluz, que parecería merecer el aragonés de ‘somarda’, ‘de dónde no hay mata, no hay patata’. Puede que haya que llevar unos cuantos cirios a San Imposible y esperar a que se consuman.
También es posible que sea eso lo que quieren los y las ciudadanas, mucho ruido y pocas nueces. Eso sí que sería acorde con lo de las matas y patatas. Confío en que no, si estuviera en un error, que el deseo de los regidos caminara por la privatización, pasito a pasito, sonrisa a sonrisa, de todo lo público, y que, en un futuro, fuera desapareciendo el único soporte que responde, y lo hace bien, a las DANAS, pandemias, enfermedades, educación, transporte, vivienda, de manera generalizada y sin preguntar si se tienen caudales o no, deberíamos decir aquello de apaga y vámonos’.
Pero sin sonrisa ‘vacua’, por favor.