Encuestas electorales, paradojas y salud sociopolítica

Las pasadas elecciones generales, una vez más, han puesto en el centro del debate político a las encuestas previas demandadas por distintos medios de comunicación y realizadas por otras tantas empresas demoscópicas. A medida que avanzaba el conteo real de los votos y se desinflaban las expectativas que las propias encuestas y los medios de comunicación habían contribuido a generar, algunos tertulianos, al menos en Telemadrid, criticaban la calidad o profesionalidad de los sondeos. Esto no es nuevo. En las elecciones norteamericanas del 2016 que convirtieron a Trump en Presidente y en el referéndum del mismo año que dio el …

José Angel Bergua

Las pasadas elecciones generales, una vez más, han puesto en el centro del debate político a las encuestas previas demandadas por distintos medios de comunicación y realizadas por otras tantas empresas demoscópicas. A medida que avanzaba el conteo real de los votos y se desinflaban las expectativas que las propias encuestas y los medios de comunicación habían contribuido a generar, algunos tertulianos, al menos en Telemadrid, criticaban la calidad o profesionalidad de los sondeos. Esto no es nuevo. En las elecciones norteamericanas del 2016 que convirtieron a Trump en Presidente y en el referéndum del mismo año que dio el sí al Brexit, dos asuntos infinitamente más fáciles de predecir que el resultado de las pasadas elecciones generales, pues las opciones de voto solo eran dos, el fracaso de los sondeos generó una ola de críticas y desconfianza hacia las empresas demoscópicas similar a la que en la noche del 23 de Julio exhibían muchos tertulianos y algún experto.

Al tener tal actitud, los formadores de opinión daban por hecho que es posible medir con precisión los fenómenos sociales, presunción muy propia del afán de control que caracteriza a la modernidad desde sus mismos orígenes, pero que la ciencia, en general, nunca ha sido capaz de cumplir. Si la ciencia más poderosa, la Física, reconoce que apenas es capaz de conocer el 5% del universo, es obvio que otras más imperfectas, como las que se ocupan de lo social, estén destinadas a ignorar algo más de su realidad. Este problema no se resuelve intentando saber más, sino aceptando la ignorancia. Sin embargo, las élites políticas y los formadores de opinión no están por la labor de exhibir su falta de conocimiento ante las gentes, ya que, si lo hicieran, el poder que les coloca por encima desaparecería al instante. Prefieren ensimismarse en su ignorancia negativa (no saben que no saben) a reconocerse en la positiva (saben que no saben)

Por otro lado, la realidad social es también bastante impredecible, no solo porque la ciencia sea limitada, sino por el carácter reflexivo y autopoiético que tiene este particular objeto de estudio en el que, además de la opinión de las gentes, también han de incluirse las reflexiones de los expertos o tertulianos y la interacción entre ambos extremos de la jerarquía. En efecto, la publicación de una predicción acerca de la intención de voto, interpretada y amplificada por los expertos y opinadores, hará que muchos votantes decidan cambiar su voto bien sumándose al partido ganador, bien pasándose al partido perdedor, lo que alterará el resultado final, por lo que la predicción resultará fallida. Dos ejemplos. En 1996 el PP apenas ganó por 1,4 puntos al PSOE cuando los sondeos preelectorales le daban una ventaja de hasta 10 puntos y mayoría absoluta. Por el contrario, en las elecciones generales del 2000 los sondeos apenas daban 4 puntos de diferencia al PP sobre el PSOE y en las elecciones la diferencia fue de 10 puntos. En el primer caso el vuelco coincidió con un aumento de la participación (que benefició al PSOE) y en el segundo con una disminución (que favoreció al PP).

Este fenómeno de los vuelcos electorales es suficientemente conocido entre los expertos desde que Elizabeth Noelle-Neuman estudiara varios de ellos en Alemania y concluyera que habían sido provocados por los “climas de opinión” generados por, entre otros agentes, los medios de comunicación. La socióloga alemana propuso localizar con preguntas específicas a esos votantes tan volátiles para prever su movimiento y así mejorar la capacidad de predicción. Hoy cualquier encuesta de calidad se realiza con cuestionarios que incluyen preguntas de esta clase. El problema es que esto tampoco permite pronósticos fiables.

En efecto, supongamos que conocemos el efecto exacto que tiene la publicación de la predicción en el trasvase de votos: qué porcentaje pasará al partido vencedor y qué otro al perdedor. El problema es que, si efectuamos el sondeo, calculamos los trasvases y publicamos la predicción no acabaremos con el error, pues induciremos una nueva alteración de la orientación del voto por lo que ésta nos resultará, otra vez, impredecible. Para resultar certeros podemos calcular todas las predicciones que, de ser publicadas, pueden cumplirse y decidir publicar una de ellas. El problema es que la "predicción" que publiquemos para acertar en la estimación final deberá ser falsa y manipulará el proceso electoral. La paradoja estriba entonces en que resulta imposible hacer coincidir lo publicado con la predicción: si decimos la verdad sabemos que no acertamos en la predicción y si no decimos la verdad entonces sí que acertamos. Dicho de otro modo: si decimos la verdad mentimos y si mentimos decimos la verdad.

Estamos ante una paradoja provocada por profecías que se niegan a sí mismas, muy distintas de las profecías que se cumplen a sí mismas. Estas últimas no causan mayores problemas a las élites. Al contrario. De hecho, forman parte de las técnicas que habitualmente utilizan para dar a lo social la forma que desean. En cambio, las profecías que se niegan a sí mismas crean retroalimentaciones negativas que desbaratan cualquier plan. Por cierto, como advierte Lamo De Espinosa, si los virus y bacterias oyeran o leyeran a los tertulianos y expertos en microbiología pasaría lo mismo. Afortunadamente, la vida prebiótica no lee periódicos, escucha radios o ve televisiones. No estaría mal que nuestros expertos y formadores de opinión contaran estas cosas en sus intervenciones públicas. El problema, es que, al dar esa valiosa información, también estarían reconociendo que sus conocimientos y opiniones no tienen el valor que aparentan, así que perderían el prestigio y sueldo asociados a lo que dicen o escriben.

Los fallos de las encuestas son solo el síntoma de un problema mucho mayor que tiene que ver con la autoinstitución jerárquica de lo social. Cuando no hay élites especializadas en investigar o mandar a gentes que se presumen predecibles y manipulables, lo que ocurre en gran parte de la vida ordinaria, no se produce ese efecto indeseado que son las paradojas. Más bien sucede que la observación y el mando, siempre relativos y provisionales, se hibridan con las gentes, ahora con horizontes de interpretación y acción más abiertos, dando lugar a un amplio abanico de mezclas élites-gentes. Mucha ciencia no clásica que cultiva la ignorancia negativa participa activamente en la construcción de este paisaje sociopolítico. Tanto los movimientos sociales en el plano político como la coinvestigación o investigación militante en el científico crean esta clase de hibridaciones. Sin embargo, para la ciencia clásica, afincada en la ignorancia negativa, este otro modo de ser de lo social no es sino un desorden sin sentido alguno que conviene eliminar o reconducir. Tanto los partidos clásicos (que, por ejemplo, nunca quisieron entender el 15M y, en general, no ven con buenos ojos a los movimientos sociales) como la investigación social con encuestas (que reduce la libertad de respuesta a unas pocas opciones -a diferencia de lo que ocurre con las entrevistas en profundidad o con los grupos de discusión-, que toma de uno en uno a los individuos -olvidando sus relaciones y contextos- y que solo considera las propiedades métricas de lo social -olvidándose de las simbólicas y autoorganizadoras-) participan de este punto de vista que cae irremediablemente en la producción de paradojas.

Los psicólogos saben que la exposición de individuos a mensajes contradictorios provenientes de los padres o de instituciones tutelares crean paradojas ante las que no es posible protagonizar una conducta coherente. Por ejemplo, ante la orden “sé espontaneo”, si obedezco no soy espontáneo, así que desobedezco, y si desobedezco soy espontáneo, así que obedezco. Ante semejante encerrona solo es posible actuar en términos hebefrénicos, catatónicos o esquizofrénicos, conductas todas ellas patológicas. Los sociólogos que se han referido a las paradojas no han prestado atención a su carácter patógeno y las han dado por inevitables. No es cierto. Tales paradojas solo se dan en contextos donde prima la jerarquía entre agentes creando retroalimentaciones negativas que complican y enferman la existencia colectiva.

No obstante, es posible salir de la encerrona paradójica. Si un maestro budista se pone delante de ti con un garrote y te dice “si me dices que este palo es de verdad te pego y si me dices que no lo es te pego también”, cabe desbordar el plano semántico, quitarle el palo al maestro y atizarle con él. De este modo eliminamos la jerarquía, causa última de la patogénesis. En el ámbito de las predicciones electorales, en las que si miento acierto y si digo la verdad no acierto, una respuesta equivalente por parte del experto o del formador de opinión sería enviar a paseo el asunto de la predicción y el propio proceso electoral. Por ejemplo, argumentando que la participación política debe ir más allá de la elección, ser permanente y no solo cada cuatro años y no dejar ningún asunto fuera de la deliberación. Esta cordura política es justamente la que impide el sistema político y el proceso de participación que padecemos. Las paradojas son un índice de todo ello. En las pasadas elecciones generales volvieron a aparecer.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies