Comemos petróleo

La buena noticia: que hay ya numerosas alternativas de comercio justo para café, té y cacao. Pero aunque sea justo para sus productores seguimos teniendo que mover el producto miles de kilómetros.

La inflación está desbocada, todas las instituciones económicas lo reconocen. De hecho hace 30 años que la cesta de la compra no experimentaba un alza tan continuada.

Mucho se habla del coste de los fletes, de transportar alimentos y materias primas y es cierto que se han incrementado mucho. De hecho el transporte marítimo ha multiplicado hasta por 10 sus tarifas.

Ahora bien, la pregunta del millón ¿Cómo puede ser que la comida esté subiendo sin parar? ¿Cómo de lejos vienen las cosas que comemos?

Nos alimentamos de petróleo, de combustible usado para que nuestra comida haga miles de kilómetros y poder zamparnos un aguacate producido en México, un cerdo alimentado con soja argentina o endulzar con azúcar de Malawi. También nos vestimos con ropas que vienen de cualquier parte del planeta y, en todos estos casos, solemos ser sostén necesario de trabajo precario o incluso esclavo. No hablaré de todo lo que consumimos, pero sí de lo que comemos.

Hace un tiempo escribí sobre lo que llamo productos de lejanía. Un simple kilo de lentejas suele venir de Canadá o EEUU. Cultivamos patatas en la misma provincia de Zaragoza pero la mayoría de las de grandes superficies venden patata vieja francesa de peor calidad o la mayor parte de la judía verde que se consume viene de la costa marroquí. Se importa carne de Irlanda, Polonia o incluso Australia. Todo ello por no hablar de la industria pesquera, que, al mismo tiempo, daña gravemente el Medio Ambiente.

Sobre algunos productos básicos podemos elegir. En sus etiquetas está normalmente detallado el origen y siempre hay alternativas de cultivo cercano o incluso compra directa al productor en mercados agroecológicos y cooperativas de consumo. No es más caro si se es selectivo.

Pero sobre muchos otros productos no tenemos ningún control que nos indique su origen, sobre todo los elaborados y no digamos ya los ultraprocesados.

Rara es la etiqueta en que se especifica el origen de las materias primas con las que se ha elaborado lo que vamos a consumir. Imposible, directamente, conocer el origen de los suministros con los que se alimenta a los animales de granja.

Buena parte del sector ganadero se alimenta de piensos elaborados a base de productos importados. Es una industria “sucia” de por sí por sus vertidos y por la crueldad de las granjas-factoría. Pero a ello hay que añadir todo el tránsito de toneladas de cereal y harinas a través de medio mundo.

El mercado español importa, según los últimos datos, unos 6 millones de toneladas de soja y 6,2 millones de maíz, que mayormente van destinados a la alimentación de ganado. Casi toda esta producción viene de EE.UU. y Argentina, en el caso de la soja, país este último donde se ha convertido en un problema ambiental de primer orden porque deteriora el suelo muy rápidamente y agota los acuíferos. La mayor parte del maíz viene de Ucrania, como en casi toda la UE, (ya de paso se salta los controles de cultivo en origen) Brasil y, en menor medida, Canadá.

Otros cereales como el trigo o el arroz también se importan en grandes cantidades. En efecto: trigo y trigo duro, así como harina del mismo, se importan pese a que el paisaje de buena parte de la península aparece cubierto de este cereal. Ello es debido a la necesidad de un gran consumo de trigo para la elaboración de ultraprocesados como bollería o precocinados.

El arroz se importa en menor medida y por una cuestión de precio. Es mucho más barato el arroz asiático cultivado por campesinos con sueldos irrisorios en Tailandia y Vietnam sobre todo. Y cuando hablamos de barato lo es mucho, menos de la mitad que el arroz de cultivo cercano aragonés o valenciano.

El caso del azúcar es paradójico. Es un producto que tradicionalmente se elaboraba en toda Europa. Hace 40 años en la misma Zaragoza había cuatro azucareras que procesaban remolacha.

Pero su valor añadido es bajo y se liberalizó el mercado en 2005 con lo que la UE tuvo que renunciar a su sistema de cuotas y subvenciones. En realidad con esta decisión no ganaron más que las grandes manufactureras y casi la totalidad de la producción se ha trasladado a países del Sur. Eso ha hecho que la mayoría del azúcar que consumimos venga de Brasil, Tailandia e India. Incluso que parte del azúcar moreno sea un fraude, pues es azúcar de baja calidad teñido.

Más peliagudo es el asunto de los alimentos para los que no existe alternativa de producción local o esta es muy pequeña, pero que tienen un consumo relevante. Tendríamos que hacer una reflexión muy seria sobre el consumo de determinados productos como el aguacate, tan de moda, el kiwi o el mango. Así como en el resto de Europa, las bananas. En el Estado aún salvamos la papeleta con el plátano canario, pero en toda Europa vienen del otro lado del Atlántico. Y una mala noticia para un adicto como yo: el café.

Todos estos vegetales suelen ser monocultivos en inmensas extensiones en sus países de origen controlados por multinacionales. Empresas que han llegado a poner y quitar gobiernos como Chiquita Brand o Standard Fruit (Ahora Dole). De la gestión de la United Fruit (Ahora Chiquita) en Honduras. De hecho, fue de donde nació la expresión “república bananera”.

Muchas de esas frutas, por otro lado, se cosechan verdes y se transportan congeladas, con lo que el gasto energético aún es mayor.

En el caso del café un grupo de 10 empresas y fondos controlan buena parte de la producción mundial. El precio del café además está determinado por fondos de valores y acciones en bolsa, con lo cual la capacidad de intervenir del productor es mínima. Eso hace que sea uno de los productos de más valor añadido para los intermediarios. Un kilo de café en origen se puede estar pagando a 6 céntimos de euro mientras se vende envasado a no menos de 6-8 euros el kilo.

El caso del cacao es aún más sangrante. Tampoco existe alternativa de cultivo cercano y, aunque su origen es latinoamericano, un 70% de la producción viene de países del África subsahariana, sobre todo Costa de Marfil, Nigeria y Ghana, e Indonesia.

Peor es el caso porque a sus productores les queda un exiguo 4% de los 90.000 millones de euros anuales que ingresa la industria. Y porque existen reiteradas denuncias de prácticas como trabajo infantil. 2 millones de niños y niñas trabajan en África en el cultivo de cacao.

La buena noticia: que hay ya numerosas alternativas de comercio justo para café, té y cacao. Pero aunque sea justo para sus productores seguimos teniendo que mover el producto miles de kilómetros.

Queda una producción invisible pero muy extendida porque es el aditivo de miles de productos: el aceite de palma. Su uso está muy extendido en ultraprocesados y en la industria cosmética.

La palma africana, pese a su nombre, se cultiva en millones de hectáreas en numerosos países del Sur. Es una alternativa mucho más barata (y mucho menos saludable) que otras grasas vegetales. Debido a que la UE obliga a especificar los productos que lo contienen ahora se intenta camuflar con el genérico aceites o grasas vegetales.

La mayor parte del aceite de palma viene del sudeste asiático, aunque también hay amplias extensiones en Colombia, Ecuador o Centroamérica. Su consecuencia inmediata ha sido la deforestación de los bosques tropicales y progresiva desertización de amplias zonas del planeta.

He citado de pasada la cotización del café en bolsa, pero son muchos los negocios de materia prima alimentaria que están en manos de inversores que han generado verdaderos oligopolios.

Las grandes empresas de la alimentación son corporaciones con un volumen de negocio que asusta. Nestlé, líder del sector, lleva varios años con una facturación anual por encima de los 85.000 millones de euros. Es la líder absoluta del mercado de productos alimenticios y posee negocios de café, té, todo tipo de cereales, aceite de palma, legumbres o azúcar. Pero otras empresas no se quedan atrás. Nombres como Pepsico, Unilever, Mondelez, Danone o Kellog's acumulan inversiones en todo el planeta y su volumen de negocio hace que condicionen el mercado de cientos de productos, básicos o elaborados. Es muy raro que cuando vayas a un super no compres algún producto en el que hayan tomado parte o pertenezca a alguna de sus marcas, las 10 mayores empresas del sector. Entre todas facturan una cifra cercana al billón de dólares anual.

Estas empresas mueven mercancías de un punto a otro del planeta de forma constante. Con su volumen de negocio los transportes le salen relativamente económicos y su preocupación ecológica es muy menor. Cuanto la tasa de ganancia es mayor, los escrúpulos se vuelven menores.

Terminando: tenemos que hacer un serio pensamiento sobre lo qué comemos y su origen.

Un breve repaso sobre los alimentos que cruzan el planeta nos da el panorama de precios injustos, explotación laboral, trabajo infantil y atentados ecológicos de todo tipo.

Podemos reflexionar, mirar etiquetas y exigir un etiquetado transparente. Si no, corremos el riesgo de comer demasiado petróleo y perder en ese largo camino mucha soberanía alimentaria.

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