Javier del Monte Diego, arquitecto y gerontólogo, narra la siguiente anécdota que todo concejal, y más aún si es responsable de Urbanismo, debería tener en cuenta si lo que quiere es el bien común de su ciudad: «Para JM, de 93 años, la existencia de cierto banco a medio camino le animaba a visitar la casa de su sobrina». Del Monte se pregunta: «¿Tenemos en la cabeza el mapa de bancos de nuestro barrio, del entorno en el que nos movemos? ¿Sabríamos reconocer qué actividades tienen lugar precisamente porque esos asientos están ahí?».
La importancia de los bancos en las ciudades iguala a personas mayores con jóvenes. Sin los bancos, ¿qué sería de los repartidores a domicilio, por ejemplo? Basta con conocer la historia de cómo y por qué se incorporan estos elementos urbanísticos y, sobre todo, basta con saber quiénes viven o transitan por las plazas y calles de las ciudades.
Los bancos son testigos de la vida cotidiana, son lugares donde se abandona el ámbito doméstico para ocupar el espacio público. Es un lugar de descanso, de respeto hacia el viandante, donde puede sentarse y comer un bocadillo, leer e incluso refrescarse, si se tiene la inmensa suerte de que haya un árbol cerca. Un banco es paradójicamente un lugar que invita a parar, pero también a seguir el camino, porque ofrece un reposo en mitad de la ruta. Un banco es un apoyo para el paseante. Un banco es vida, un trocito de la vida de las ciudades donde no tenemos que pagar para ocuparlo.
Apreciar los equipamientos municipales es de primero de municipalismo; despreciarlos, eliminarlos, es de primero de vandalismo. Por eso, la eliminación de bancos, ya sea en la Plaza de la Madalena o en cualquier otro lugar, es un acto vandálico institucional, que obedece a un tipo de urbanismo que no tiene en cuenta a la ciudadanía. No, no estoy exagerando.
Eliminar algo tan básico es un robo y, en este caso, y es lo más grave, el robo lo perpetra el propio Ayuntamiento, que debería ser quien velara por el bien común.
En las plazas se construyen las vidas de nuestras ciudades. Es impensable que en el siglo XXI, con la emergencia climática que ya sufrimos, se eliminen árboles, aparcamientos para bicis y también bancos. No hay nada que pueda justificar un acto tan vandálico, tan lleno de desprecio hacia quienes habitan el barrio de la Madalena o hacia quienes lo visitamos o transitamos.
Nada lo puede justificar, pero sí debemos entender por qué lo hacen.
Sin árboles bajo los que guarecerse, el paseante se transforma en comprador buscando refugio en los centros comerciales donde refrescarse y gastar dinero. Sin bancos no hay diálogo, no hay paseo, no hay interrelación ciudadana. Sin aparcabicis no hay facilidad para usar este medio de transporte que, después del caminar, es el más ecológico y barato.
Tal vez el Ayuntamiento de Zaragoza no consideren a quienes los utilizan como “gente de bien”. Enhorabuena al equipo municipal PP-Cs-Vox que ha hecho posible borrar de un plumazo pasado, presente y futuro de una plaza que debería mirar adelante. Enhorabuena a los vándalos.
Mi más sentido pésame a los bancos, a las plazas, a la convivencia y al diálogo.