Qué sueñecito

He vuelto a hacer un Martin Luther King (quiero decir que he tenido un sueño). No es la primera vez que me pasa, como tal vez recuerde alguno, pero es que este sueño se me fue de las manos y acabó degenerando en pesadilla, de manera que me desperté con sudores fríos, gritando despavorido, y mi familia dice que lo mejor sería hacérmelo mirar, que hay conexiones cerebrales que degeneran con la edad. No sé, ya veremos.

Verán. En mi sueño era primavera, ya casi verano, pero de otro año. Pongamos el año que viene, y ya se habían celebrado una pila de elecciones en los últimos meses. Congreso, Senado, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos y una cosa que no recuerdo bien… Ah, sí, claro, el Parlamento Europeo.

Aquí la gente andaba quejosa porque se cansaba de votar a los partidos de toda la vida (el de la gaviota y el de la rosa) y decía que había que renovar el catálogo, que este estaba muy visto. Y salieron otros dos. Uno para hacerle competencia a los de la rosa en plan los de abajo y los de arriba, y otro para los de enfrente, con mocitos y mocitas muy arreglados, gente joven pero de orden. Pero, como nosotros vamos de la gran secada a la gran remojada, no nos conformábamos con esos dos. Por la derecha apareció uno a caballo, ondeando el pendón de Castilla tipo Reconquista y pidiendo mano dura para inmigrantes, rojos y mujeres en general. Lo de la izquierda fue mejor: los guionistas de La vida de Brian se pusieron verdes de envidia.

Bueno, a lo que iba, que las mil confluencias de la izquierda, como siempre, se empeñaron en no confluir y, entre gritos de ¡Unidad! ¡Unidad!, se subdividieron hasta el infinito. Uno habría pensado que cualquier votante de izquierda volaría a las urnas para dejar su papeleta: por fin podría elegir una candidatura de su gusto, puesto que para todos los gustos las había. Pero no. Los votantes de izquierda volvieron a cabrearse: ahora porque los demás no se ponían de acuerdo, ni con ellos ni entre ellos. Y muchos se quedaron en casa.

Los de la derecha, no: ellos son muy disciplinados y, si hay que votar, se vota. Así que, repartidos entre ese chico con aspecto de chuletilla madrileño de buena familia, el yerno ideal y el chiflado del caballo, cayeron los votos uno por uno. Y lo que tiene también la derecha es que, cuando se trata de pillar poder, son de pocos remilgos. De modo que (en mi sueño) se pusieron de acuerdo en un pispás para copar gobiernos autonómicos, municipales… y el premio gordo: La Moncloa.

Al poco tiempo empecé a ver cosas raras. Creía que era un problema de la vista, pero no… los niños, todos los niños, vestían de azul. Y las niñas, todas, tan monas, vestiditas de rosa. En los patios de los colegios públicos las niñas hacían gimnasia con pololos. Unas tablas de gimnasia la mar de vistosas, como si fueran a plantarse el Primero de Mayo en el Estadio Bernabéu con los coros y danzas.

Seguí dando vueltas por la ciudad de Zaragoza, que me resultaba extraña. Como si todo hubiese rejuvenecido conmigo, que en mi sueño tenía veinte años. De hecho no había un solo tranvía como ahora, sino varios y todos ellos zarrapastrosos. En una esquina, unos cuantos policías pedían los papeles al primer “negrito, morito o panchito” que pasara por ahí y, a renglón seguido, los metían en el furgón. P’a casita, dijo uno. Me llamó la atención que los hubieran cambiado de uniforme, porque iban de gris… Y, no sé por qué, me entraron ganas de echar a correr.

Me compré un diario tamaño sábana bajera y repasé la cartelera de cine. Barrabás, Quo vadis?, La túnica sagrada… Ay, leche, si estábamos en Semana Santa. Luego leí las noticias. Que las comunidades autónomas estaban encantadas de haber devuelto todas las competencias al Gobierno Central. Menos complicaciones, mira tú. Al inquilino del Pignatelli se le había puesto cara de gobernador civil. Y el alcalde de la Inmortal Ciudad, con bastón de mando y banda, presidía los actos religiosos en el Pilar, dándose el pico con el arzobispo, tras dejar el palio a la puerta. Razones había para tanta carantoña: el concordato que firmó aquel gobierno preconstitucional de Adolfo Suárez, y que algunos insistían en que convendría derogar de una puñetera vez, no solo se había renovado, sino que contemplaba nuevas gabelas para el clero.

Ah, se me olvidaba. La ley del aborto, derogada. Hay que tener niños para salvar las futuras pensiones, ya sabes. Si tienes problemas, te vas a París y te apañas (a Londres ya no, por lo del brexit). Y la ley de violencia de género, ídem de lienzo. Ya vale de feminazis y, la verdad, un par de guantazos bien dados es lo que están pidiendo algunas. Ya no hay divorcio y se estudia (por ahora solo se estudia, que no cunda el pánico) la posibilidad de que sea obligatorio volver con la primera. O con el primero, según los casos. Lo de los matrimonios con parejas del mismo sexo… es que no sé si merece la pena comentarlo. La ley de Memoria Histórica, sustituida obligatoriamente por el catecismo del Padre Ripalda. La Ley Mordaza ya no se llama Ley de Seguridad Ciudadana. Sin complejos, oye, ahora se llama Ley de Peligrosidad Social.

No es obligatorio cantar el Cara al Sol brazo en alto al comienzo de los espectáculos públicos, pero está bien visto acabarlos con un ¡Viva el Rey!  Y en las oposiciones a funcionarios es obligatorio presentar la Fe de Bautismo (dicen que en muchas empresas privadas ya la piden también si buscas empleo).

Por no hablar de lo bien que se está sin pagar impuestos. El de Sociedades se queda en el 0,1 por ciento, y eso si la empresa tiene a bien pagarlo, que si no… Y fuera los de Patrimonio, Sucesiones, Donaciones. Bueno, queda el IRPF, que se les descuenta religiosamente a los currantes de la nómina, y el IVA, que ha vuelto a subir otra vez y ya es el más alto de Europa. Pero, claro, no dan para todo, así que hay que recortar en Educación y en Sanidad. A cambio, los curas dan becas para que estudien con ellos los niños pobres y listos, en aulas separadas de los ricos pero, oye, les dan unos estudios. Y lo de la Sanidad, bien mirado, tampoco está mal pensado. Así los pobres se mueren antes y eso que se ahorra en pensiones.

Cómo habrán cambiado las cosas que, de vuelta a casa, se me ocurrió poner TV3 y estaban dando un especial, con grabaciones enlatadas, en el que Manolo Escobar se desgañitaba dando vivas a España y Raphael andaba con el pequeño tamborilero. Ropo-pompón, ropo-pompón. ¿Ven cómo está todo mucho mejor desde que los partidos soberanistas fueron ilegalizados y todos sus dirigentes debidamente enchiquerados? Y gracias pueden dar a que la pena de muerte todavía no se ha recuperado, reforma constitucional mediante. Que aquí somos demócratas hasta los tuétanos, y al que no quiera democracia, palo y tentetieso.

Creo que fue con lo del pequeño tamborilero cuando ya no pude aguantar más y me desperté dando diente con diente, temblando como un condenado.

Al final hice caso a mi familia y fui a un psicólogo. Dice que no es grave, que es un caso de stress postsondeos y que tiene arreglo con medicación. Pero dice también que lo otro es peor. Que el sueñecito es como los de antiguamente, de esos que avisaban a la gente de lo que podía pasar. Porque, claro, me dijo, los votantes de la izquierda somos más pero, si nos acapullamos (o a lo mejor dijo “nos encapullamos”, por aquello de no salir de casa para votar) nos las darán todas juntas.

Y luego, a llorar. Eso también se nos da de perlas. No nos gustan las propuestas (o las actitudes, o los líderes… o lo que sea) de los partidos de la izquierda y no los votamos. Pero, eso sí, a la manifestación contra el avance de la derecha vamos todos. Hagan caso a los mensajes de mi sueño… No me gusta rejuvenecer tanto.

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