"No hagas eso, ya tienes una edad"

En el año 2020 y en plena pandemia, un 45,3% de los ancianos creía que la ciudadanía les consideraba una carga para la economía y la seguridad social. Algo que sin duda han alentado los ideólogos de la privatización de lo público

Abraham, el abuelo de los Simpson
Abraham, el abuelo de los Simpson | Foto: Atresmedia

Nacer y morir, dos actos que aparentemente están alejados entre sí pero que, al mismo tiempo, forman parte de un mismo todo. Desde la infancia, la celebración del nacimiento se ha convertido en un evento reiterativo año tras año. Lo mismo pasa con el año nuevo o el santo de tu prima la de Murcia, la cual nunca ves, pero tienes que mandarle un mensaje para felicitarla ya que, si no lo haces no estás cumpliendo con la moral familiar. Pero realmente tras la celebración de la vida lo que se va inaugurando es su final: la muerte. Algo a lo que llegaremos todos los mortales.

Cuando se entabla una conversación con una persona mayor, hay ciertas interrogaciones que muchas veces son tratadas como temas tabú o cuestiones “prohibidas”. Entre ellas, por ejemplo, la de preguntar por la edad. Algo que puede ser percibido como una cuestión personal y privada, y asociada muchas veces a prejuicios y estereotipos sobre la vejez. Es muy frecuente conocer algún caso de gente que una vez que llega a los 80 años, cada año en su cumpleaños dice que tiene esa edad. De tal manera que a los 85 o a los 90 años, sigue celebrando sus 80, diciendo a su entorno y familiares que tiene esa edad por vergüenza a ser juzgado. Manifestaciones que evidencian una problemática de fondo.

En cierta medida, la contrariedad llega cuando esa persona no se identifica con el estereotipo y clasificación que su entorno le ha asignado. Así, muchos mayores tienden a ser invisibilizados o inhabilitados antes de tiempo para según qué acciones por una parte de la sociedad, o a que sus actos o pensamientos sean considerados irrelevantes. Hay quienes con una edad avanzada pueden viajar, pasear, ir a visitar sitios y hacer sus hobbies con cierta normalidad, pero que, sin embargo, son excluidos de dichas actividades por la consideración que se hace de ellos al tener dicha edad. ¿Quién no ha oído la frase “tú mejor quédate en casa que si no te cansas” o “no hagas eso, que ya tienes una edad”? Frases recurrentes que entierran antes de tiempo a quien las sufre.

No estamos ignorando las dificultades con las que se encuentra un grueso de la población en edad avanzada, ni la dependencia que sufren una parte relevante de este colectivo. Lo que estamos poniendo en cuestión, es la normalización de un discurso que acentúa en muchos casos esas limitaciones, o que contribuye a anular a ciertas personas simplemente por el hecho de tener una edad avanzada.

Es cierto que estas discriminaciones también pueden producirse en otras etapas de la vida, pero en el caso de las personas mayores la infantilización es una práctica habitual. El actual director del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO), Luis Alberto Barriga, explicó hace unos años que "determinados comportamientos paternalistas y melosos [muchas veces bienintencionados] terminan haciendo que se tomen decisiones por ellos y no se respete su proyecto y sus deseos".

Pero esto no acaba aquí, en el año 2020 y en plena pandemia, un 45,3% de los ancianos creía que la ciudadanía les consideraba una carga para la economía y la seguridad social. Algo que sin duda han alentado los ideólogos de la privatización de lo público.

Tales son las vivencias de este grupo social que así lo cuenta Anna Gris, coordinadora de Acción Social de la Fundación Amigos de los Mayores ‘’Muchos no se identifican con el patrón de persona en soledad que se ha conformado socialmente y por ello, no deciden pedir ayuda’’.

Esta invisibilización hace que se subestime o se ignore el colectivo que representan en la sociedad, ya sea en la poca consideración en la toma de decisiones o la falta de recursos para satisfacer sus necesidades. Sin embargo, la gente con el pelo blanco está dándonos un ejemplo de dignidad en cuanto a las diferentes movilizaciones sociales que llevan años protagonizando por defender, por ejemplo, el sistema público de pensiones.

Muchos de quienes sufren esa invisibilización han llevado una vida rodeada de amigos, familiares, personas cercanas… donde los abrazos estaban a la orden del día y, sin embargo, esas mismas personas han pasado a verse desde una posición diferente, paternalista y llena de prejuicios negativos. Las sonrisas se han cambiado por desprecios, el hacer planes donde estén incluidos ha pasado a un segundo lugar, las llamadas al móvil han sido sustituidas por los mensajes de WhatsApp y, ver a esos familiares que tanto “te querían”, ahora se produce principalmente en los grandes eventos o en las celebraciones navideñas.

Ciertos beneficios de esta “muerte en vida” se los lleva, entre otras, las residencias de mayores. Instituciones que en teoría están diseñadas para brindar atención y cuidado a personas que necesitan asistencia diaria pero que, en muchos de los casos terminan convirtiéndose en cárceles penitenciarias, albergando a personas condenadas por los modelos de institucionalización generalizados en nuestras sociedades, y donde es frecuente encontrarse casos de edadismo, discriminación por razón de la edad.

Hace unos años la OMS advertía de que el 33% de los ancianos en las residencias sufren maltrato: abuso psicológico, físico, financiero y sexual, descuidos en su atención, etc. Y es que, no hay que olvidar que para muchas residencias la finalidad principal es el lucro, y lo secundario es el bienestar de los ancianos. Un modelo cruel y despiadado que se ha perpetuado con la complicidad del Estado.

Pero no necesariamente las residencias tienen que ser el caldo de cultivo para que empresarios sin escrúpulos o políticos, legitimen esta realidad muchas veces inhumana. El modelo nórdico de residencias nos puede dar pistas para mejorar esta situación. Por ejemplo en Suecia, desde finales de los años 80 se prohibió construir residencias grandes, decidiendo apostar por unos módulos arquitectónicos de unos 12 apartamentos, de treinta metros cuadrados cada uno y formados por no más de 20 pisos, distribuyéndose alrededor de estancias comunes, como la cocina, la sala de estar, el jardín… Construidos para que cada uno pueda tener privacidad dentro del apartamento y, a la vez, compañía en las zonas comunes. A parte de ello, se hace un esfuerzo para que esos módulos no sean vistos como una antesala de la muerte, cosa que en España está totalmente asumido en nuestro imaginario colectivo.

En este sentido, si queremos cuidar y respetar a nuestros mayores es necesario que aumenten y se respeten sus derechos, se proporcione acceso a los servicios de atención médica, fomentar su participación activa e inclusiva mediante actividades sociales y recreativas, mejorar la accesibilidad a la vivienda y al transporte, la defensa de unas pensiones públicas dignas… entre otras tantas acciones que se pueden realizar para impulsar una sociedad intergeneracional basada en la igualdad y respeto, contribuyendo así a garantizar una vejez digna y activa.

Por todo ello, pensemos dos veces antes de decir a una persona mayor “no hagas eso, ya tienes una edad”.

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