La alondra ricotí es un ave esteparia que encontramos en los páramos de nuestra provincia. Y además, esta ave es una que es muy exigente con su hábitat: no elige cualquier lugar para vivir. De hecho, allí donde parece no querer vivir nadie, en esos páramos duros de las provincias más despobladas del país, la ricotí se siente muy a gusto. No obstante, encontramos a la mayor parte de su población en las provincias de Teruel, Zaragoza y Soria.
Es un ave peculiar; el canto delata su presencia, no así su visión, puesto que es huidiza y escondidiza: cuando nosotros invadimos su espacio, ellas corren a guarecerse en esa vegetación tupida que puebla nuestras estepas. De hecho, se la conoce como el fantasma del páramo: ver una, para un ornitólogo u ornitóloga, es un gran logro. La que escribe estas palabras, pese a haberse pateado las parameras, no ha visto ninguna. Pero sí que las ha escuchado: en las mañanas de primavera, su canto nos avisa de su presencia, con tres sílabas que parecen decir su nombre.
Esta ave, el rocín, como lo conocemos por estas tierras, está en franco declive. De hecho, el Gobierno de Aragón la declaró especie en peligro de extinción y, a su vez, la incluyó en un listado de especies de especial protección. Por lo tanto, podemos presuponer que, estando tan protegida, pocas cosas le pueden ocurrir.
Pero, una vez más, nos equivocamos. Una vez más vemos como el Gobierno de Aragón hace ojos ciegos ante las tropelías de las empresas de energías renovables. Una vez más vemos como justifican un proyecto injustificable con la herramienta de la Utilidad Pública, dejando a vecinos y plataformas sin más herramienta que la denuncia y la palabra. Una vez más comprobamos como las recomendaciones de la Unión Europea son desoídas por parte de una institución gubernamental. Una vez más tenemos que decir que se está cometiendo un delito ante nuestros furiosos e incrédulos ojos. Una vez más afirmamos que no tienen vergüenza. Ni la conocen.
Hace unas semanas comenzaron las obras del parque eólico Santos de la Piedra en las parameras de Pozondón, invadiendo el ecosistema del rocín y de otras numerosas aves. Ahora no se escucha su canto, enmascarado por el ruido de la maquinaria que está destruyendo su hábitat de una manera completamente impune. El rocín no puede defenderse por sí solo, pero nosotros todavía tenemos la palabra y la movilización para que, en unos años, podamos seguir amaneciendo escuchando al fantasma del páramo.