Coronavirus, una lección democrática

El coronavirus está suponiendo un terremoto en todos los aspectos de una vida moderna que suponíamos segura y dominada. No se inquieten, que no vamos a participar del oportunismo sensacionalista que invade, desde hace años, la prensa de masas española. Un parásito microscópico, del que hay controversia para considerarlo ser vivo, ha puesto en jaque a un gigante como es la economía mundial. La globalización económica que nos trajo el neoliberalismo anglosajón de Thatcher y Reagan; que fomentó el crecimiento de las empresas y redujo los gobiernos para ponerlos al servicio de aquellas; que explota la precariedad y la especulación …

Foto: OMS

El coronavirus está suponiendo un terremoto en todos los aspectos de una vida moderna que suponíamos segura y dominada. No se inquieten, que no vamos a participar del oportunismo sensacionalista que invade, desde hace años, la prensa de masas española.

Un parásito microscópico, del que hay controversia para considerarlo ser vivo, ha puesto en jaque a un gigante como es la economía mundial. La globalización económica que nos trajo el neoliberalismo anglosajón de Thatcher y Reagan; que fomentó el crecimiento de las empresas y redujo los gobiernos para ponerlos al servicio de aquellas; que explota la precariedad y la especulación cambiaria para aumentar los márgenes comerciales y el nivel de vida occidental y que potencia el turismo y los desplazamientos por todo el mundo, no puede, precisamente por todo ello, hacer frente a un evento que exige parar fábricas y comercio. No echemos la culpa al virus, de la enfermedad económica occidental.

Durante años nos bombardearon, hasta asumirlo como un axioma irrefutable, con la idea de que el sector privado, las empresas, eran las únicas capaces de traer el equilibrio y la felicidad. El dinero pasó a ser más importante que las personas y en la defensa de este nuevo dios, se sacrificaron las industrias, derechos y servicios públicos. Incluso, el dinero público (los impuestos que pagan las familias, el 92% del total en España) se ha utilizado en muchos casos para salvar a empresas privadas que no supieron gestionar bien su negocio (bancos, autopistas, Cástor, etc.).

A consecuencia de esta gestión descentralizada de la economía, no hay objetivos comunes como país o como planeta. El más fuerte impone su negocio para beneficio propio. Ahí podemos ver cómo los pequeños agricultores tienen imposible sobrevivir en un entorno en el que el sistema dopa a las grandes empresas. Para ello, habilita herramientas como los Tratados de Libre Comercio o la Política Agraria Común. Pero pasa, también, con la industria. Los oligopolios están dominando toda la economía, de modo que en un futuro cercano, el 95% de la humanidad tendrá un contrato uberizado y el resto serán directivos hiperremunerados y directivos medios. No existirán autónomos ni pymes.

Todo esto se ha hecho añicos por la aparición del coronavirus Covid-19. Una pandemia mundial requiere de decisiones rápidas y, por tanto, centralizadas y de gobiernos fuertes no sujetos a intereses económicos, sino sociales. Las empresas privadas no han movido un dedo para hacer frente a la pandemia, ya que requiere paralizar su actividad y, por tanto, su beneficio. Tampoco han puesto recursos a disposición del gobierno. Los gobiernos no han tenido valentía para oponerse a estos intereses hasta que la gravedad del asunto (y gracias al ejemplo de China) ha vencido las resistencias. En este interín, se han perdido dos o tres semanas que hubieran ralentizado el avance.

El gobierno de España ha sido valiente. Ha actuado tarde, cuando la sociedad se lo ha permitido, pero con decisión. No estábamos acostumbrados a ello. ¿Quién hubiera admitido la paralización del fútbol y el cierre de los bares hace tan sólo una semana? Sin embargo, una oposición alienada desde hace años, sigue empeñada en politizar un tema de salud mundial, con poco acierto y mucha irresponsabilidad. Las palabras de Casado achacando al gobierno que “está reaccionando tarde y se está parapetando en la ciencia” mientras realiza una comida para 400 personas en Lugo, eleva su descrédito a niveles insuperables.

Mientras que VOX, cuyos líderes han seguido viajando a lugares de riesgo y organizando actos multitudinarios o saltándose el aislamiento tras el contagio, como Ortega Smith, promete la exigencia de responsabilidades cuando pase la crisis. Si el gobierno hubiera tomado las drásticas decisiones unos días antes, hubiera sido atacado por comportamiento dictatorial. Es un momento que no permite la división social o política. La oposición está superada por los hechos.

En Madrid, su presidenta Ayuso, ha nombrado para dirigir la crisis del coronavirus al ideólogo de la privatización de la sanidad pública que intentó el PP en 2013, y que paralizó la Justicia. Ha medicalizado los hoteles pero no ha puesto la sanidad privada bajo las órdenes de la Administración. Sin un esfuerzo centralizado y común, como han demostrado China y Corea del Sur, no se puede paralizar la propagación de la pandemia. Pocos países, como Reino Unido, han elegido “proteger la economía” antes que las personas. Le saldrá mucho más caro a largo plazo.

La propagación de la pandemia se ha producido por los ricos, por aquel colectivo que viaja frecuentemente y que tiene dinero para ello. Han transportado el virus por todo el planeta. No es casual que los más afectados sean los países occidentales.

Las bolsas están sucumbiendo. El coronavirus está poniendo a las empresas frente a su verdadera participación económica en la sociedad, no la que representa la especulada posición bursátil. El Ibex-35 ha disminuido un 20% en una semana. El coronavirus ataca directamente el bolsillo de los ricos.

Pero los ricos pueden evitar que el coronavirus pueda atacar, también, su salud física. Por ello han buscado alojamientos en “búnkeres” particulares (simulacro para la futura crisis medioambiental) o lugares paradisíacos a donde aún no ha llegado la pandemia. Los países del tercer mundo, aquellos cuyos ciudadanos son tratados como alimañas cuando intentan llegar a los países occidentales en busca de una vida decente, han reaccionado cerrando sus fronteras para evitar que los occidentales les infecten. 70 países han cerrado sus fronteras a los españoles, por ejemplo. Justicia poética claman algunos.

El gobierno español, siguiendo los pasos de otros países como Italia, Portugal, Francia o India, está tomando decisiones radicales en movilidad de personas. Vienen avaladas por el éxito que estas medidas han tenido en China y Corea del Sur. La sanidad pública ha reaccionado con celeridad y ejemplaridad, de modo que hasta los partidarios de las privatizaciones, como Macron, están defendiendo su utilidad. El sector privado se ha mostrado incapaz ante una crisis de grado medio. Imaginen en situaciones más graves.

El coronavirus iguala a ricos y pobres; ha colocado a las personas por encima del dinero, a lo colectivo sobre lo particular, a la solidaridad sobre el egoísmo y a la economía al servicio de la sociedad (y no al revés, como hasta ahora); cierra las casas de apuestas; defiende a gobiernos y servicios públicos frente a las grandes empresas; nos está enseñando que la vida sigue sin nuestra acelerada (y sin sentido) vida moderna; y ha activado una colaboración internacional que ni la ONU había conseguido (la donación de medicamentos cubanos a China, de material y expertos chinos a Italia y España o la petición de médicos de Lombardía a China, Cuba y Venezuela, por ejemplo). El coronavirus nos está dando una lección de democracia.

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