Ser hetero no es natural

“Yo me sentía la única lesbiana sobre la tierra”, así es como comienza a narrar su historia Inés P. cada vez que acude a un instituto para dar charlas sobre LGTBIQfobia (odio a lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales y queer). El sentimiento más recurrente de aquellas personas que sienten que su identidad o su orientación sexual no encaja con lo “normal”.

Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

El sentimiento de soledad o de unicidad, como lo describe Lurdes Orellana, psicóloga y sexóloga del servicio de Atención Psicológica y Sexológica del colectivo por la diversidad sexual Towanda, es, sin duda, el mayor miedo de este comunidad, no tener a nadie que vaya a comprender su “diferencia”, por ello “viene gente de todo tipo pero al final ese sentimiento compartido de soledad, vulnerabilidad, la culpa judeocristiana que llevamos ahí metida gracias al sistema en que estamos inmersas”.

En un sistema social y económico que depende de una sexualidad orientada a la producción de individuos que generen más y más riqueza para unos pocos, aquellas personas que desafían el binarismo de sexo/género y las relaciones heteronormativas son vistas como amenaza y, por lo tanto, deben ser neutralizadas.

Esta estrategia tiene, a grandes rasgos, dos líneas de actuación: “el silencio o la hostia”. Este colectivo debe caminar entre la violencia de la invisibilización, es decir, la negación de su existencia, de sus emociones y de sus sentimientos, o de la sobreexposición a través del rechazo constante, el insulto y las agresiones físicas.

La naturaleza impuesta

La autora feminista Adrienne Rich acuñó durante los años 80 el término de heterosexualidad obligatoria para definir exactamente esta cultura o instituciones LGTBIQfóbicas que consideran que la heterosexualidad es la inclinación natural de las personas y que, por lo tanto, una sexualidad no normativa es una desviación.

Para ella cuestionar el patriarcado debía ir intrínsecamente unido a la sexualidad y aunque ella enfocaba su discurso en las mujeres feministas, para Towanda todo el mundo debe replantearse su sexualidad, cuestionar la norma y construirse libremente: “El reconocimiento de que, para las mujeres, la heterosexualidad puede no ser en absoluto una ‘preferencia’ sino algo que ha tenido que ser impuesto, gestionado, organizado, propagado y mantenido a la fuerza, es un paso inmenso a dar si una se considera libre e ‘innatamente’ heterosexual”.

Este trabajo de repensar la propia sexualidad, tanto si se tienen dudas como si se está seguro o segura, es una de las dinámicas en las que profundiza Inés P. durante las charlas que organiza el Colectivo Towanda. Inés asegura que estas dinámicas sorprenden y hacen replantearse su identidad y orientación a más de uno y de una. Concretamente se acuerda de un joven que, como ella misma lo describe, “el típico que escucha agarrado de la mano de su novia y piensa que esta charla a él no le interesa” al comentar que como todo el mundo había sido educado como hetero, todo el mundo tenía que replanteárselo “de repente soltó la mano de su novia y dijo -¿Entonces, igual soy gay?”.

Odiar lo que sientes

Esta presunción de heterosexualidad en la que todo el mundo es heterosexual hasta que se demuestre lo contrario provoca, entre otras cosas, sentimientos como la vergüenza, el miedo a ser rechazado y los prejuicios. Esta cultura heteronormativa basada, además, en una constante agresión hacia aquello que se sale de norma es interiorizada, generándose homofobia/transfobia interiorizada que resulta tan dañina para la autoestima como la violencia  externa ya que ambas mantienen el odio, el miedo y el rechazo al colectivo LGTBIQ. Orellana explica que cuando alguien acude a la consulta gratuita de Towanda con un demanda concreta siempre está atenta a la homofobia/transfobia interiorizada que pueda tener “porque es tan dura la homofobia social que aunque te vengan con problemas por ejemplo, -tengo problemas con mi pareja-, a lo mejor de fondo está el lógico miedo al rechazo, porque esta comunidad está en el punto de mira, vive con la constante discriminación de ser negada o estigmatizada”.

Charla del Colectivo Towanda sobre LGTBIQfobia en un instituto zaragozano. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)
Charla del Colectivo Towanda sobre LGTBIQfobia en un instituto zaragozano. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

Despedirte de la norma

Lo primero que hace cuando alguien llega a la consulta es legitimar su vivencia, es decir, “decirle que todo lo que siente es legítimo porque el sistema social se lo ha currado mucho para que te sientas así”, y añade que encontrando esa legitimación “sueltas mucha tensión y descargas malestar”.

Después, es el momento de acompañarla por el proceso de autoaceptación de su orientación del deseo o identidad que ella lo describe como un proceso de duelo “porque es despedirte de la norma, del lugar de confort o seguridad que parece que la norma nos aporta, pero que realmente nos oprime. Se trata de hacer una despedida de ese proyecto que no es el tuyo y de agenciarte de tu sexualidad como única, flexible, fluida e irrepetible”.

Asimismo, recuerda que dar el paso de “salir del armario” debe ser una opción consentida en la que la persona se sienta a gusto con su decisión. Y es que el “outing” forzoso o visibilizar a una persona LGTBIQ que no se siente segura fuera del armario puede provocar, como cualquier otra agresión, ansiedad, baja autoestima, aislamiento social y depresión.

Desde que en 2003 abriera las puertas esta consulta de Asistencia psicológica, sexológica y jurídica en el espacio Treziclo de Zaragoza, Towanda ha trabajado en tres líneas fundamentales, visibilizar la diversidad sexual, afectiva e identitaria, crear un espacio de socialización feminista y seguro en el que se pueda crear un sentimiento de pertenencia y referencia necesario para la construcción de una identidad saludable y autónoma, y por último, dar un apoyo y un acompañamiento más emocional y psicológico para refugiarse de la violencia de la sociedad LGTBIQfóbica.

Lurdes Orellana asegura que desde entonces las demandas no han cambiado mucho y que esta realidad unida a que la media de edad de las personas que acuden sigue siendo muy alta demuestra que el miedo al rechazo continúa muy presente en la sociedad: “Trece años de un servicio que sigue teniendo demandas relacionadas con los procesos de autoaceptación, aunque no sólo está para eso, sino para cualquier necesidad psicológica, sexológica o jurídica”.

Cuando Lurdes le pregunta a Luisa Lahoz, activista feminista de Sin Género de Dudas Tecnología qué es para ella el Colectivo Towanda, ella se apoya sobre la mesa y contesta sin dudarlo “este espacio y todas las personas que participan en él actúan, miran y sienten como tú. Towanda es un abrazo”.

Sentadas en las escaleras de piedra de su instituto, Laura, una estudiante de bachiller que gracias a la charla de Inés se armó de valor para saltar al activismo feminista y salir del armario explica que escuchar a alguien decirle “tranquila, yo también” fue un gran alivio: “ver gente que siente lo mismo, que piensa lo mismo, ha pasado por experiencias por las que te puedes encontrar. Yo creo que también te ayuda un poco a no sentirte sola, no sentirlo como una enfermedad”.

Sin embargo, Lurdes asegura que las administraciones tampoco han cambiado en estos 13 años, en el caso de las charlas el único contacto es a través de alguien que les ayuda a entrar en los centros de enseñanza: “cero implicación ni de la administración ni de los propios centros, sino que hay un profesor o profesora cercana o que entiende”.

La lucha desde la alegría y la rabia

Este proceso resulta más complicado en una sociedad que lleva muy adentro la culpa judeocristiana. Para Orellana un paso esencial es dejar de sentirse mal por lo que una siente y decirle al sistema: “Perdona tú has hecho que me sienta así, que me sienta mal por como soy. Un responsabilizar al sistema, reencontrarnos con la rabia. Y desde ahí, desde ese empoderamiento, sin victimización, comenzar el trabajo de conocer y disfrutar de tu sexualidad, desde la alegría. La sexualidad da mucho gustito, y todas nos merecemos sentirla así”.

La periodista y activista feminista Itziar Ziga ataca directamente a esta herencia judeocristiana que aplaude el sacrificio y la renuncia como pasaportes para la liberación. En su lugar reivindica esos otros sentimientos que se alejan del sentimiento de culpabilidad: “A todas aquellas que transgredimos la norma heteropatriarcal (bolleras, maricas, transexuales, putas, feministas...) se nos exige pagar el peaje de la desdicha. Podemos existir en los márgenes, pero siempre que seamos profundamente desgraciadas. De nosotras prefieren ofrecer siempre imágenes victimistas, no vaya a ser que cunda el ejemplo”.

Un ejemplo que se libera tanto de la culpa como de la norma. Para Paul B. Preciado, filósofo transgénero feminista, ya no es suficiente entrar dentro del sistema de privilegios que es el patriarcado capitalista, la única forma para construir una realidad inclusiva y diversa es reapropiándose de la norma y del insulto y retorcerlos hasta hacerlos tuyos, y el ejemplo es, sin duda, el feminismo queer: “la palabra ‘queer’ ha dejado de ser una injuria para pasar a ser un signo de resistencia a la normalización, ha dejado de ser un instrumento de represión social para convertirse en un índice revolucionario”.

Pasar de lesbiana a bollera supuso para Inés el paso de aceptar su sexualidad a vivirla de forma política, reapropiándose del poder del opresor y sintiéndose parte de la manada de Towanda.

“Al batallón de brazos al que con frecuencia me retiré buscando refugio, y que a veces encontré. A las demás que me ayudaron, empujándome para que me expusiera al despiadado sol -y yo, saliendo de allí, ennegrecida y plena”, Audre Lorde, poeta y feminista negra y lesbiana.

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