La fragilidad y la mariposa

La pandemia nos recordó, de la peor manera, la única certeza: somos frágiles humanos y cualquier diminuto microorganismo puede llevarse nuestra vida y todo lo que conocemos por delante. Aunque sabemos racionalmente que moriremos y que la enfermedad es una realidad amenazante con la que convivir, la pandemia nos lo hizo dolorosamente visible en apenas unos días y redescubrimos la fragilidad de nuestra existencia. Aprendimos o recordamos que nadie se salva solo, somos interdependientes, y por mucho que contemos con estructuras e instituciones más o menos fuertes, es la comunidad más cercana la que es capaz de tejer la red …

Foto de Pilar Vaquero que ha escrito artículos sobre lo común, Cuba, el mercado, los escena y Zaragoza vientos flores reglas memoria

La pandemia nos recordó, de la peor manera, la única certeza: somos frágiles humanos y cualquier diminuto microorganismo puede llevarse nuestra vida y todo lo que conocemos por delante. Aunque sabemos racionalmente que moriremos y que la enfermedad es una realidad amenazante con la que convivir, la pandemia nos lo hizo dolorosamente visible en apenas unos días y redescubrimos la fragilidad de nuestra existencia.

Aprendimos o recordamos que nadie se salva solo, somos interdependientes, y por mucho que contemos con estructuras e instituciones más o menos fuertes, es la comunidad más cercana la que es capaz de tejer la red que precisamos para seguir adelante.

No hemos terminado de asimilar todo el proceso y otra realidad dramática nos sacude, de los muchos planos sobre los que pensar sobre la guerra de Ucrania me decanto por el conocido aleteo de la mariposa que provoca un huracán a miles de kilómetros de distancia.

La situación de Ucrania visibiliza de un modo diferente la fragilidad de la estructura sobre la que a duras penas tratamos de desarrollar nuestras vidas, en este caso las redes que se rompen y nos dejan aislados son bien diferentes y tienen que ver con un modelo de desarrollo globalizado que tan solo se rige por leyes financieras, pero lo cierto es que la subida del precio de la luz, nos habla de dependencia y dinero, el desabastecimiento (o no), de especulación y abuso, y la pérdida de empleos en apenas un mes, de la fragilidad del sistema y el único dios del beneficio de los poderosos.

La globalización y la acumulación de los recursos en invisibles pocas manos no son una nueva realidad, pero solo cuando la “normalidad” se detiene somos capaces de ver la tramoya de la obra en la que pretenden que seamos apenas público silente o, en algunos casos, figurantes sin texto.

Una de las consecuencia del conflicto, el paro (que no huelga) de los transportistas muestra como quienes se mueven en cadenas cortas y justas de distribución se ven menos afectados, las que participan en el mercado con las teóricas reglas de oferta y demanda sin hacer trampas, sin clientes cautivos, stocks ocultos, o intermediarios controladores, siguen operando con normalidad, quienes consumen cercanía no quedan desabastecidas y quienes han conseguido escapar del monopolio energético sufren menos el negocio global de las materias primas.

En definitiva, que la fragilidad es menor cuando más fuertes y cercanas son tus redes.

¿Podemos extrapolar esta conclusión a otros espacios: mercado laboral, consumo, servicios públicos, relaciones, práctica política? No se trata de volver a la cueva, cerrar los ojos a lo que está algo más allá del terruño, o despreciar las innegables ventajas de un planeta comunicado, pero parece obvio que reforzar y acortar las cadenas de dependencia, limitar los nódulos en los que las decisiones quedan demasiado lejos y relacionarnos desde la comunidad, y no desde el individualismo, nos hace más fuertes.

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