La caza, pasaporte a la prehistoria

Los cazadores son cementerios ambulantes que las autonomías legalizan para que sigan su ruta de sangre. Perseguir un animal, disparar y matarlo en 2020 es algo injustificable. Es delincuencia ética y medioambiental. Es la derrota de la evolución en estado puro.

caza osa
Foto: Arkangel (CC)

La caza empezó hace centenares de miles de años. Sobrevivir en un mundo hostil empujó a nuestros antepasados prehistóricos a salir de cacería. Hoy es el mundo el que intenta sobrevivir a la hostilidad de los cazadores, al impacto y la destrucción que dejan tras de sí. La historia se ha dado la vuelta. Los que intentaban sobrevivir son ahora los que destruyen. Y como en la peor historia de terror, son capaces hasta de justificar la muerte accidental de los más inocentes.

En enero de 2019, un niño de cuatro años fue confundido en la maleza con un animal, recibiendo un disparo mortal. El cazador fue puesto en libertad condicional. En un país que velase de verdad por los derechos de la infancia, la muerte de este niño hubiera significado un punto y aparte. Esta y otras muertes posteriores deberían haber sido un revulsivo, deberían haber abierto un debate en los medios de comunicación, en los partidos políticos, en las instituciones que velan por la infancia, pero no, no ha sido así. Todo lo contrario, la muerte de ese niño y otras muchas más que han sucedido en los últimos meses se han asimilado como algo normal, accidental, eludiendo nuestra responsabilidad como sociedad y, por supuesto, la de los cazadores de forma específica. La impunidad es tan grave que resulta difícil escribir sobre el impacto de la caza y sobre la complacencia de la clase política sin sentir vergüenza.

Nos encontramos ante uno de los colectivos más depravado emocionalmente de este país. La destrucción que dejan va más allá de las terribles temporadas de caza. La caza ha roto el equilibrio ecológico de nuestra fauna. La caza destruye nuestros ecosistemas. Elimina a unas especies para introducir otras, a su conveniencia. Más de 270 especies ya se han extinguido. Se estima en 300 millones de cartuchos los que se disparan cada temporada. Más de 5.000 toneladas de plomo que quedan en el campo, en los montes, en la tierra, y que con la lluvia se arrastran hasta los ríos, provocando a su vez la muerte de miles de aves acuáticas.

La caza es un pasaporte a la prehistoria. Los cazadores son cementerios ambulantes que las autonomías legalizan para que sigan su ruta de sangre. Perseguir un animal, disparar y matarlo en 2020 es algo injustificable. Es delincuencia ética y medioambiental. Es la derrota de la evolución en estado puro. Esa derrota que personalmente vi en el rostro de Seda, una galga con una soga al cuello que acababa de dar a luz a siete cachorros. Seda pudo escapar del árbol donde fue colgada y sobrevive junto a su camada fuera de España, fuera del horror. Pero cuántos cientos o miles de perros mueren cada día cuando acaba la temporada de caza sin que lo sepamos.

Un año más, la Plataforma NAC convoca a salir a las calles en el primer domingo de febrero. La fecha coincide con el final de la temporada de caza con galgo, la más cruel de todas las modalidades cinegéticas, que une la muerte de los animales transformados en presas con el tormento perpetuo de los que se usan como meros utensilios. Los primeros son convertidos en trofeos; los segundos, heridos, abandonados, humillados y eliminados en el peor de los supuestos. Desde NAC no dejan de recordarnos que el objetivo final es acabar con una actividad que tiene por meta el maltrato de los seres vivos.

Este es el listado de las más de cuarenta ciudades donde se convocan manifestaciones el próximo 2 de febrero, entre las que por supuesto se encuentra Zaragoza. Plaza de España.

Decir No a la Caza es decir Sí a la Vida y Sí al siglo XXI.

 

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