El País de nunca Hamás

En este cuento ya no es posible volar gracias a los pensamientos felices. Los niños y niñas hace mucho que no sueñan, ni despiertos ni dormidos porque mueren enterrados en una pesadilla de escombros.

Protesta contra el genocidio en Palestina a las puertas de la Casa Blanca, en Washington | Foto: @TimesOfGaza

En 1894 la sentencia al capitán francés Alfred Dreyfus dividió a la sociedad francesa durante años. Un judío alsaciano acusado de espiar para Alemania. Aquello reveló la existencia de un núcleo de violento nacionalismo y antisemitismo influenciado principalmente por la prensa. El tiempo demostró la inocencia de Alfred, pero también como el peso de la información sobre la sociedad presionó hasta condenarlo, hasta creer y dibujar esa verdad en el ideario de las personas. Lo que está claro, es que en ocasiones, existe la realidad que nos cuentan, la que queremos creer y la que ocurre realmente. La dificultad en la búsqueda de esa verdad radica en no desviarnos por el zumbido mediático.

Un joven periodista húngaro de 34 años, también judío,  soñador respecto a cómo la sociedad con el tiempo asimilaría su cultura, asistía sentado en uno de los bancos de madera con el objetivo de informar sobre el juicio a ese hombre. Lo que no sabía, es que la sentencia también cambiaría su vida. Hay sucesos en el tiempo que alteran el resto de la historia. Puede que haya correlación entre esa sentencia y lo que hoy vivimos en la Franja de Gaza, eso nunca lo sabremos. Aquel periodista era Theodor Herzl, considerado padre del estado de Israel y fundador del sionismo moderno. Tras el juicio, el joven periodista vagaba por las calles de París escuchando consignas de “!Muerte a Dreyfus, muerte a los judíos!”. Las tardes de los dos próximos años, abandonaría el deseo de escribir novelas u obras de teatro y las pasaría redactando Der Judenstaat: ensayo de una solución moderna de la cuestión judía”. Su cabeza dio un giro de 180º, escogió un lugar y ya tenía clara su estrategia: “Expulsad discretamente a la población miserable a través de la frontera negándoles el empleo. Tanto el proceso de expropiación como el de deshacerse de los pobres debe llevarse a cabo discretamente y con disimulo”. En 1896 se publicaba el libro y todo cambió para el pueblo judío.

Ocho años más tarde, Adolf Hitler, a la edad de quince, abandonaba sus estudios y se dirigía a Steyr, un pequeño pueblo de Austria. El joven Hitler quería dedicarse a las artes, la falta de apoyo de su padre y los rechazos en la escuela de artes de Viena quizá fueron esa causalidad que condujo al joven hasta convertirlo en el mayor defensor de las ideas del nacional socialismo redactadas por Alfred Rosenberg.

Era 1904 y en el mismo año, Theodor Herzl y Adolf Hitler convivían en Austria, antagónicos, víctimas, verdugos. En 1904 moría Theodor sin llegar a conocer donde terminaría su proyecto, a la vez, Adolf se encerraba en su cuarto devorando obras sobre mitología germana. Dos personas que con sus libros cambiaron la historia, responsables en cierta medida de lo que hoy ocurre en Palestina. Sin “Der Judenstaat” no habría sionismo, sin sionismo no habría ocupación, sin ocupación, habría Palestina. Sin “Mein Kampf”, entro otros, quizá no habría Segunda Guerra Mundial, sin la guerra, la comunidad internacional no habría tenido que reparar a las víctimas y conceder en 1947 el 55% de la tierra Palestina, sin él, el sionismo no tendría ese clavo ardiendo al que agarrarse cada vez que se les juzga por las atrocidades cometidas contra el pueblo palestino. El paraguas del holocausto con el que se cubren los sionistas y acusan de antisemita cualquier resolución que impida el objetivo del sionismo, es enorme. Dos libros enfrentados, antagónicos y que sin embargo, son parte de la biblioteca de los sionistas actuales, según el discurso usarán uno de los dos en favor de la ocupación. De cualquier manera, la víctima ha sido el pueblo Palestino, que nada ha tenido que ver con ambos personajes y que nada les ha hecho.

A finales de 1904 J.M. Barrie estrenaba “Peter Pan y Wendy” en un teatro de Londres. La obra, enfocada a un público adulto en su estreno, hablaba de un niño que no quería crecer. El mensaje entrelíneas era que el joven Peter  guiaba las almas de los niños muertos al más allá. La casualidad es que Herzl y Barrie nacieron en 1860 con días de diferencia, uno en Pest, Hungría y otro en Kirriemuir, un pequeño pueblo escocés. Los dos enfocarían su vida hacia la escritura, ambos dramaturgos, pero en el caso del húngaro, el juicio a Dreyfus fue el punto de inflexión que viró su rumbo y el de millones de personas cientos de años después.

En los primeros años del siglo XX, en 1905, durante el 7º congreso sionista se decidía que Palestina, sin contar con ella, sería el lugar para el futuro Estado de Israel. En los siguientes años, poco a poco, en Palestina se asentaban sutilmente decenas de colonias judías. En noviembre de 1917 Arthur Balfour, pensando en los intereses de occidente en oriente próximo,  unilateralmente decidía y escribía al sionista Lord Rotschield, “El Gobierno de Su Majestad acoge con beneplácito la asignación en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. Lentamente la semilla que Herzl plantó en 1896 estaba creciendo, nada hacía pensar que ese árbol asentaría sus raíces en una tierra que no le pertenecía y mucho menos, que las raíces se regarían con la sangre de inocentes.

Han pasado 120 años desde que Barrie puso el País de nunca jamás en el mapa de la fantasía. Estamos en 2024, Palestina lleva ocupada 75 años sufriendo una vulneración de derechos sistemática y el relato es muy diferente. La Franja de Gaza se ha convertido en el País de nunca Hamás. La obsesión de los líderes israelíes de ocupar Palestina está acabando, genocidio mediante, con la vida de miles de personas y con los derechos humanitarios e internacionales. Han utilizado a Hamás para justificar la aniquilación de un pueblo, para justificar el asesinato de más de 12.000 niños y niñas en tres meses. Sin niños y niñas no hay futuro, Israel bien lo sabe y sus bombas han convertido la Franja de Gaza en el país de los niños perdidos, de los niños que nunca crecen.

Wendy sentada en el alfeizar de su ventana contaba cuentos a los niños y les transportaba a mundos de fantasía. Hoy el alfeizar está en cada periódico, en cada televisión, en cada medio donde el mundo escucha embelesado el cuento que los sionistas nos quieren vender. La sociedad lo ha comprado, ha caído en su discurso y volamos desde la realidad hasta su fantasía. Tras la segunda estrella a la derecha escribía Barrie, pero el dramaturgo no se imaginaba que su estrella hondearía en una bandera blanca y azul sobre los escombros de un país arrasado.

Ya ocurrió en el juicio a Dreyfus en 1894, los medios de comunicación manipularon a la sociedad hasta condenar al inocente. Paradójicamente, lo que un día fue el arma en contra de los judíos, es ahora el arma que usan ellos para contar la historia a su manera y deformar la verdad hasta la fantasía. El problema no es que ellos cuenten su versión de los hechos, el problema es que ellos han terminado por creérsela y la sociedad también. El sionismo no ha escondido nunca su objetivo. A pesar de su literalidad expresada en frases como la de David Ben Gurion en 1937: “Debemos expulsar a los palestinos y tomar sus lugares”, o Israel Koenig en 1976: "Debemos utilizar el terror, el asesinato, la intimidación, la confiscación de tierras y el corte de todos los servicios sociales para expulsar de Galilea a su población Árabe", o Ariel Sharon en 1998: “No hay sionismo, ni colonización, ni Estado judío son el desahucio de los árabes y la expropiación de sus tierras”. El cuento que cala en los medios y en las personas es que ellos son las víctimas. Ahora las víctimas son James Garfio y sus piratas, dispuestos a saquear y robar todo lo que puedan del País de nunca Hamás. Mientras Garfio y sus secuaces luchan con el quinto ejército del mundo, el pueblo de los niños perdidos lucha con “piedras”. No son comparables las cifras por mucho que quieran hacernos creer que sí. El problema de su letanía es que las mentiras opacan la verdad.

En este cuento ya no es posible volar gracias a los pensamientos felices. Los niños y niñas hace mucho que no sueñan, ni despiertos ni dormidos porque mueren enterrados en una pesadilla de escombros. El polvo de hadas da paso al polvo de las ruinas. No respires esa nube o tendrás el riesgo de volar de la realidad al País de nunca Hamás. Quién hace de Peter Pan en este cuento, no se sabe, probablemente esté muerto bajo los escombros y ya no habrá nadie que guíe sus almas al más allá. Lo que es seguro y no es un cuento, es que miles de niños y niñas mueren cada día y que Palestina no tendrá futuro si el mundo continúa leyendo la versión Israelí de la historia.


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