Compartiendo referentes

El fútbol como deporte rey ha vuelto a hacer de las suyas originando lo que sólo él es capaz de originar: unificar a la población haciéndola sentir partícipe de algo común. Sin embargo, este "algo" ha sido hoy uno de los mayores −si no el mayor− bochorno deportivo (y a su vez político) retransmitido en directo en los últimos años. 

La selección española de fútbol durante la final del Mundial | Foto: RFEF

Hoy me gustaría estar hablando de cómo 23 mujeres han logrado colgarse el título de campeonAs del mundo en una disciplina tradicionalmente masculina al mismo tiempo que se libraba una lucha interna por pedir profesionalidad, reconocimiento y recursos a quienes les correspondía garantizarlos. Pero no sólo a las 23 jugadoras que han viajado a Australia a hacer lo que mejor se les da; garantizarlos también a las que han decidido no hacerlo, no representar a un país que −hoy lo ha dejado bien claro− no les estaba representando a ellas. Ni como deportistas, ni como mujeres, ni como personas. La pregunta que cabe hacerse es ¿estaba representando al fútbol masculino, a sus jugadores y a sus aficionados? Mi respuesta, como la de muchos amantes −los verdaderos amantes− de este deporte, es un contundente no.

La denuncia y la movilización social vistas en redes −no tanto en medios de comunicación− a lo largo de la última semana tras las imágenes del presidente de la Real Federación Española de Fútbol Luis Rubiales dándole un beso en la boca sin consentimiento a la jugadora Jenni Hermoso, el tocamiento a su sexo en la grada al lado de una menor y varios acercamientos y toqueteos más al resto de jugadoras, parecía concluir con la dimisión este viernes del presidente en una asamblea extraordinaria organizada en la RFEF. Sin embargo, esta persona ha “sorprendido” interpretando un papel de víctima que ha sido muy bien acogido entre los allí presentes, destacando en primera fila a Jorge Vilda, entrenador de la selección femenina, y Luis de la Fuente, seleccionador del equipo masculino.

“No voy a dimitir” ha dejado bien claro el todavía presidente, lanzando balones fuera en lo que además de ser un atrincheramiento reaccionario y de repliegue machista, es también una posición fruto del sentimiento de impunidad en que confía le revistan las instituciones y estructuras implicadas, a las que ha obligado ahora a posicionarse. Instituciones que, como ha dejado ver este acontecimiento, están siendo obligadas a reorganizarse ante la exigencia de un nuevo orden social más justo, igualitario y democrático.

Un alto cargo no se pone en el foco de la atención mediática nacional si no sabe que hay gente detrás que le recibirá con aplausos. Sin embargo, la valentía de posicionamiento de varias jugadoras que lo hacen sin esa red de apoyo, es digna de admirar. Una valentía que ha necesitado de tiempo y de hechos para declararse veraz a ojos de la opinión pública. Una valentía que lo único que quiere es jugar a fútbol en condiciones dignas y merece que apuesten por ella. A esta valentía femenina le han seguido algunos −pocos− valientes masculinos, que, como la decena de pioneras, no se sienten representados por la institución referente en materia futbolística en nuestro país. Y es justo de la importancia de compartir referentes de lo que me gustaría hablar hoy aquí.

La visibilidad que tras mucho pedir ha tenido el fútbol femenino en los últimos años está dejando ver a cada vez más niños y niñas con el 11 de Alexia a la espalda, igual que en mi época llevábamos el 10 de Messi. Yo, que he sido deportista en disciplinas minoritarias (y por tanto mixtas), y apasionada del deporte desde que tengo uso de razón, me siento representada y he sido educada en unos valores universales de constancia, esfuerzo y sacrificio que son independientes al género. De hecho, han sido muchos los hombres que me han enseñado a dar lo mejor de mí y a buscar lo mejor en el equipo. Han sido muchos los hombres que he tenido por referentes a lo largo de mi carrera deportiva. Sin embargo, es cuando se invierten las tornas y son las mujeres las referentes en ámbitos tradicionalmente masculinos, cuando saltan las alarmas.

Esta división “fútbol para chicas” y “fútbol para chicos” me lleva a recordar cuando en las películas de los 2000 el chico racializado acababa saliendo con la chica racializada, el guapo con la guapa y el gordo con la gorda. Ha sido un placer leer estas semanas que hay muchas más niñas que quieren jugar a fútbol tras poner cara a mujeres jugadoras, pero ¿qué pasa con los niños? ¿Por qué han sido pocos los jugadores hombres que se han sentido interpelados ante esta manera de menospreciar a su deporte?

Más allá de la evidente limpieza que necesita la Real Federación Española de Fútbol (así como tantas otras), debe librarse una batalla cultural en la que, desde el respeto característico del deporte, las deportistas movilicemos a los deportistas haciéndoles sentir parte de un movimiento conjunto. Toca seguir haciendo pedagogía porque, lejos de ayudar, dividir las referencias puede llevarnos a anclar posiciones que a futuro van a ser muy difíciles de recuperar. El fútbol ganará mucho más cuando se crea en él como disciplina común porque el deporte gana cuando lo sufrimos y disfrutamos juntos.

El tiempo actual refleja sin duda el trabajo incansable de la lucha feminista desde la calle a los organismos, pidiendo y necesitando ir más allá. Es ahora cuando más que nunca podemos hacer, entre todos y desde lo común, una sociedad que tiene claro que no va a retroceder explicando que no queremos más Rubiales y que esos aplausos no nos representan. Ni a nosotras, ni a todos aquellos que ya hoy se sienten interpelados por un movimiento tan transversal como necesario.

Me gustaría así, cerrar dando las gracias a Mapi León, Patri Guijarro, Sandra Paños, Claudia Pina, Lola Gallardo, Ainhoa Moraza, Lucía García, Leila Ouahabi, Laia Aleixandri, Andrea Pereira, Nerea Eizagirre y Amaiur Sarriegi por vuestra valentía. Gracias a las campeonas del mundo por hacernos vibrar viéndoos jugar. Gracias también a Borja Iglesias, Sergi Roberto, Isco, Iker Casillas o Héctor Bellerín por tener claro lo que no os representa.


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