La energía hidroeléctrica es considerada una energía renovable. El agua de lluvia o nieve, normalmente de los ríos, se acumula en grandes (y no tan grandes) embalses para cuando se requiera su uso. Se obtiene energía haciendo pasar una corriente de agua por una turbina. Por tanto, no produce calor ni gases contaminantes. Mientras más altura o más presión, más energía acumulada. Es esencial para dar estabilidad a las redes de suministro, sobre todo en un futuro de dominio de energías renovables discontinuas, como la solar y la eólica.
España produce cerca del 14% de energía eléctrica gracias al agua; el 3,5% de toda la energía consumida en el país. Es una fuente importante, pero más por su calidad que por su cantidad, dado su limitado potencial de crecimiento.
Es el primer país de la Unión Europea en número de grandes presas (1.231) y quinto del mundo. La capacidad máxima de almacenamiento de agua es de 56.136 hectómetros cúbicos, aunque el nivel de agua embalsada se sitúa, actualmente, en el 47% (la media de los últimos 10 años es del 68%). No obstante, unas 450 son anteriores a 1960 y más de 100 ya existían en el año 1915, lo que indica un enorme desafío en términos de conservación y rehabilitación.
El quinto embalse más grande es el de Mequinenza, con 7.540 hectáreas y una capacidad de 1.530 hm3, el mar de Aragón es la reserva de agua más grande de la Comunidad Autónoma.
La energía hidroeléctrica tiene grandes ventajas: puede producirse a demanda (sólo hay que abrir la compuerta), día y noche, no emite gases contaminantes (la putrefacción de la materia orgánica en el embalse, sí produce metano y dióxido de carbono) y no produce calor. Entre los inconvenientes figura la dependencia de la meteorología para llenarlos, la destrucción de paisajes (la mayoría pulmones verdes), valles y pueblos de montaña, con desplazamiento de sus poblaciones (muchas veces con violencia y agudizando la pobreza).
En un futuro de escasez de energía, la hidroeléctrica va a ser esencial para compensar la discontinuidad de las otras energías renovables: solar y eólica. Pero el reto aún es mayor, ya que los pantanos también tienen otras dos importantes funciones: proveen agua de boca a pueblos y ciudades y agua de riego para los cultivos. Normalmente, cuando se habla de embalses, cada cual aplica los criterios que más le interesan, lo cual no deja de ser una manipulación. Las grandes empresas energéticas hablan del potencial energético, los agricultores de las extensiones de regadíos y las ciudades de la cantidad y calidad del agua que beben. Pero hay que poner a los tres sectores de acuerdo y, por tanto, nunca se puede llegar al máximo que cada sector pregona.
Como se puede intuir, la energía hidroeléctrica tiene una enorme limitación: no pueden construirse todas las presas que queramos, se requiere que haya caudal de agua, elevaciones del terreno, suelos no porosos y estables... De hecho, en España hay muy escaso potencial para construir más presas, las últimas como el recrecimiento de Yesa (que lleva 20 años en obras y un coste el cuádruple del presupuestado) o el de Mularroya (con 5 sentencias de ilegalidad, 14 años de obras y sobrecostes del 20%) acarrean graves afecciones medioambientales y de seguridad.
El cambio climático está produciendo una mayor inestabilidad y una disminución de precipitaciones. A la futura escasez energética, se añade la escasez hídrica. Esto va a exigir (ya deberíamos estar haciéndolo) una planificación coordinada de garantía de suministro humano, de cantidad de agua disponible y cultivos más apropiados a la disponibilidad y de cantidad de energía hidroeléctrica a producir. Por este motivo, la planificación no puede estar en manos del sector privado, ya sea energético o agroganadero, como hemos visto en el verano de 2021 cuando Iberdrola, Endesa y Naturgy vaciaron varios pantanos para producir energía barata y ganar más dinero, sin tener en cuenta las demás prioridades o las zonas en las que crecen los regadíos.
Es mucho más fácil vaciar un pantano que llenarlo. Dados los intereses cruzados y la laxitud administrativa, nunca se tienen en cuenta la disponibilidad de agua y los usos más eficientes, lo que hace que la mayoría de embalses nunca consigan llenarse y, cada año, se agudice el problema.
Para ilustrar este problema vamos a mencionar casos históricos.
En Estados Unidos, el río Colorado ya no puede llenar los dos grandes embalses que alimentan a Las Vegas y San Diego (Hoover y Glen Canyon). El caudal del río es inferior al que consumen las ciudades, cultivos y granjas de toda la región, cuya población no para de crecer. El Lago Mead (presa Hoover) ha reducido tanto su nivel (58 metros) que han aparecido cadáveres en barriles de los años 70, de la mafia de las Vegas y la toma superior de agua para beber ha quedado al aire, inutilizada. El lago Powell (presa Glen Canyon) está en situación similar. El nivel del agua está en el mínimo para poder producir electricidad. El gobierno local ha decretado restricciones y está pensando en llenar uno de los pantanos y abandonar el otro por falta de agua. 20 años de sequía han traído restricciones de agua en el pantano más grande de EEUU. El río Colorado hace 50 años que no llega al estuario, se seca en el desierto de Sonora, a 160 Km., lo que ha arruinado a los pescadores de la zona.
Realmente el problema es de superpoblación. Las lluvias han disminuido un 16% en los últimos 20 años y un estudio federal de 2011 previó una disminución del 9% para 2050. Mientras, la población se ha multiplicado por 20 en 50 años y se prevé que se duplique en los próximos 50 y los cultivos de regadío y el consumo eléctrico se han multiplicado exponencialmente. La falta de planificación es inherente al modelo desarrollista privatizador norteamericano.
A esto hay que añadir que las presas impiden la circulación de sedimentos por el río, que acaban depositándose en ellos. Se estima que cada año, los embalses pierden entre el 0,2 y el 3% de su capacidad por este motivo, dependiendo si se han construido en zonas altas y rocosas o en valles limosos. Un problema muy difícil de solucionar. El lago Powell podría haber perdido el 8% de su capacidad en 60 años. En Aragón, el embalse de Mequinenza puede haber perdido más de un 13% de su capacidad, es decir, más de 200 hm³ de agua.
El reino de Saba disfrutó de muchos años de bonanza gracias a un embalse que les permitió regar el desierto. Entonces, llovía mucho más allí, pero no evitó que el reino se desmoronara cuando el embalse se colmató de sedimentos y no había posibilidad de hacer otro.
En Aragón tenemos el caso de la presa romana de Muel, totalmente colmatada, hasta el punto que se construyó una ermita sobre su antiguo cauce y el río produce una cascada que no existía.
En América Central, varias represas se han llenado rápidamente de sedimentos, dejando a países como Guatemala, Honduras y Costa Rica con enormes deudas y con una necesidad desesperada de construir nuevas centrales eléctricas para reducir su dependencia de estas obras gigantescas. La sedimentación podría reducir la vida útil de la represa Cerrón Grande, en El Salvador, a 30 años, en vez de los previstos 350.
Vista la dificultad de construir nuevos pantanos porque ya se han aprovechado todas las ubicaciones posibles en los ríos, se están diseñando en los valles, como el de Mularroya, pero tienen mucha menor capacidad de producir electricidad y tienen severos problemas para llenarse. Para llenar el de Mularroya, en el casi seco río Grío, se está construyendo un canal subterráneo de 14 kilómetros por debajo del monte, desde el río Jalón, que tampoco es muy caudaloso, lo que dejará seco un tramo del mismo.
También se están buscando ubicaciones para embalses de bombeo. Un conjunto de dos embalses que, en circuito cerrado, sueltan agua desde el superior para producir electricidad y bombean desde el inferior en los momentos que haya excedente de energía, lo cual, vista la escasez de energía que se avecina, no parece que vaya a ocurrir a menudo. Pero este sistema tiene tres graves problemas: las afecciones medioambientes, porque afectan a zonas altas que suelen ser naturales, las afecciones paisajísticas con cableados y tuberías visibles en el monte y la ineficiencia de este sistema: se gasta mucha más energía en bombear el agua al embalse superior de la que se produce después. Este sistema es como una batería de agua.
Si la situación patria es difícil de mejorar, aún está en peor situación Centroeuropa, debido a su alta densidad de población. Por eso han vuelto la vista hacia los países limítrofes, En los países de la antigua Yugoslavia hay montañas y ríos en un estado muy natural, con gran potencial para construir presas. Pero esa avidez está diseñando proyectos que no han aprendido nada de los últimos 100 años de errores hidráulicos. Aún así, no es suficiente. Alemania está proyectando una megapresa en el río Congo. ¿Cuánto tardarán en rebelarse estos países contra sus nuevos colonizadores?
Visto que es muy difícil aumentar la producción hidroeléctrica con la construcción de más grandes presas, si no que irá disminuyendo paulatinamente por sedimentación y escasez de agua, debemos volver la mirada a la miríada de minicentrales y molinos que se abandonaron en el siglo pasado en pos de una modernidad y un mayor rendimiento económico. Retomar la minihidráulica abandonada, los saltos de agua en casi todos los pueblos, los molinos (mecánicos y eléctricos), las acequias…
Además, esas minicentrales pueden volver al control local de su población e instituciones y poner la energía al servicio del bienestar social antes que del beneficio privado de grandes empresas, crear empleo, revertir la situación de abandono del campo y garantizar un suministro local que, sin duda, será inestable en un futuro no muy lejano de escasez energética.
Los pantanos fueron construidos con dinero público, pero se privatizaron. Se “concedieron” a las empresas eléctricas (cuando en su mayoría eran públicas) para 50 o 75 años, convirtiéndolo en un oligopolio. Pues bien, la mayoría están caducando y el Estado tiene una oportunidad enorme de recuperar su control y crear una empresa pública que produzca energía renovable y la use con criterios sociales (y patrióticos) y evitando que los beneficios acaben en otros países (si se exportan a un mejor postor) o en paraísos fiscales para no pagar impuestos en España.
Ahora se están jugando dos partidos: el del oligopolio energético, para seguir teniéndolo y el de determinar qué países van a ser potencia y qué otros van a ser colonia; y España no está bien situada. Esto indica, a pesar de los aclamados acuerdos internacionales contra el cambio climático, que ningún país rico está dispuesto a reducir su consumo energético y, consecuentemente, aquél pasa a segundo plano o se renuncia, directamente, a su control, como hizo Trump. El cambio sólo es posible si cambiamos la ciudadanía, si olvidamos el egoísmo cortoplacista y aprendemos a repartir. Y obligamos a nuestros gobiernos a hacerlo. Sólo así quedará algo que repartir y alguien a quien repartir.