El Gobierno aprobó el 22 de febrero 400 Millones de Euros para proyectos de Hidrógeno renovable, dentro de la convocatoria al Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) de energías renovables, que contará con 16.000 millones de euros en total, en concreto más de 1.500 millones destinados al desarrollo del hidrógeno verde en el futuro. Se abre de esta manera la puerta a la colaboración público-privada.
Las grandes empresas energéticas ya están más que preparadas para repartirse la tarta de los fondos de recuperación: en enero Repsol presentó Shyne, un consorcio de 33 empresas para la promoción de proyectos de hidrógeno renovable, a principios de febrero se anuncia HyDeal España, una iniciativa impulsada por ArcelorMittal, Enagás, Grupo Fertiberia y DH2 Energy, que dicen, se convertirá en el mayor giga-proyecto de hidrógeno renovable a escala mundial; empiezan a surgir eventos para generar contactos como el RENMAD Hidrógeno, que se celebra el 23 y 24 de Febrero en Zaragoza, solo un día después de la presentación de la convocatoria del Gobierno, y donde van a asistir todas las grandes compañías energéticas y grandes capitales. No dan pie para pensar que se trata de una mera coincidencia.
Pero, ¿qué es realmente el hidrógeno y por qué está en boca de todos últimamente?
El hidrógeno es el átomo más sencillo de la naturaleza y constituye el 75% de la materia del Universo, sin embargo en la Tierra es complicado encontrarlo en su forma molecular (H2), ya que es tremendamente reactivo y se combina fácilmente con otros elementos como el oxígeno, formando moléculas de agua (H2O), o con el carbono, formando compuestos orgánicos. Por tanto, no es un combustible que pueda tomarse directamente de la naturaleza, sino que es un vector energético (como la electricidad), un modo de acumular energía, una especie de batería, y por ello se tiene que “fabricar” para conseguirlo de forma pura.
Existe un maravilloso arcoiris del hidrógeno, una forma de clasificarlo según su procedencia y su impacto climático. El hidrógeno negro o marrón es el que procede del lignito. El gris es el que proviene de combustibles fósiles con emisiones contaminantes asociadas. El azul también procede de combustibles fósiles, pero incorpora sistemas de captura y almacenamiento de carbono (una tecnología de la que aún no disponemos), por lo que en el futuro “tendrá pocas emisiones”.
El turquesa reduciría significativamente las emisiones contaminantes gracias al uso de combustibles fósiles más limpios, como la pirólisis del gas natural, que produce hidrógeno y carbono sólido. Surgen nuevas ideas, algunas descabelladas, como el hidrógeno blanco, proveniente directamente de fracking o el hidrógeno rosa, que sería el producido con energía nuclear, con todos los problemas asociados a la gestión de los residuos radiactivos y de la escasez de combustible que conlleva. Y aquí llega nuestra estrella, el Hidrógeno verde, el que se produciría por electrólisis utilizando energías renovables, con preferencia en los momentos de baja demanda.
Nosotras añadiríamos que la producción de hidrógeno verde deberá de ser acorde con un adecuado dimensionamiento del sistema eléctrico. La ocupación territorial e impactos que producen las renovables hacen que sea desaconsejable instalar potencia adicional para estos usos mientras no se haya alcanzado la plena transformación renovable del sistema eléctrico. En estos momentos, la producción comercial del mismo debería estar ligado al excedente de energía de fuentes renovables conectadas a la red y adecuadamente dimensionadas.
Además, la forma de producir hidrógeno renovable es muy poco eficiente todavía, según la tecnología de producción y almacenamiento, el rendimiento ronda el 20-30%, una tercera parte que los motores eléctricos. Esto hace mucho más rentable la inversión en energías renovables que en hidrógeno en aquellos sectores electrificables, por lo que es sumamente estúpido el uso del hidrógeno para el transporte por carretera o ferrocarril o la calefacción, sectores en los que se están enfocando.
A pesar de que su producción es actualmente 2,5 veces más cara que el hidrógeno gris, estamos viendo un interés cada vez más reciente de mezclar el hidrógeno verde junto con el gas fósil para distribuirlo por la red gasística actual, lo que multiplicaría los precios, ya de persé inflados, del consumo de gas en los hogares. El blending, que es como se denomina esta práctica, supone una degradación en términos de valor, de un vector energético como es el hidrógeno verde. Sin dejar de mencionar las elevadas inversiones que son necesarias para re-adecuar la red de gas a una mezcla con hidrógeno, ya que son dos gases con características y propiedades diferentes, y en concreto el H2 reacciona con los metales y las piezas de los gasoductos.
Así pues, el hidrógeno debería ser producido in situ lo más próximo a los puntos de consumo, para reducir al máximo las necesidades de su transporte, algo que está muy lejos de la escasa planificación actual, ya que Europa está pensando en España, Marruecos, Balcanes o, incluso, el Congo, para producir hidrógeno verde Recalcamos que el único vector energético eficientemente transportable es la electricidad.
Es muy importante discernir aquellas aplicaciones en las que el hidrógeno verde es necesario y dimensionar muy bien su producción, ya que como hemos visto, tiene un elevado impacto a nivel de territorio.
En el caso del Estado español, el consumo de hidrógeno se sitúa en torno a las 500.000 t/año. Se trata mayoritariamente de hidrógeno gris, utilizado como materia prima principalmente en refinerías (en torno al 70%) y en fabricantes de productos químicos (25%), correspondiendo el consumo residual restante a sectores como el metalúrgico. Sería necesario determinar qué actividades son necesarias mantener y aquellas que se deben reducir o eliminar debido a su elevado coste climático, ecológico o social.
Pero entonces… ¿Por qué hay tanto interés en el hidrógeno verde? A priori puede sonar como uno de los adelantos de la humanidad y la energía clave para la transición energética, pero no es oro todo lo que reluce, al contrario. Debemos resaltar que la propuesta de transición energética que promueven todos los países del mundo y las grandes empresas, con menor o mayor énfasis, se debe a que los combustibles fósiles baratos empiezan a escasear y a que la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) que producen están llevando al cambio climático de consecuencias incontrolables y ambos problemas se van a agravar rápidamente en la próxima década.
Las grandes empresas buscan nuevas energías que permitan continuar con el modelo socioeconómico capitalista y, al mismo tiempo, que les permita seguir controlando el mercado energético con su modelo oligopólico, que tantos beneficios les está otorgando. Y es uno de los motivos que hace tan atractivo al hidrógeno, ya que es la única energía del futuro que puede proveerse y “trasladarse” como los combustibles fósiles.
Al contrario que el autoconsumo eléctrico y la creación de las comunidades energéticas, que son herramientas para la generación distribuida y la activación democrática, la producción del hidrógeno requiere de un alto bagaje tecnológico y no es accesible para todas. Por ello, fomentar el uso de esta energía en sectores en los que no sería necesaria provocaría un atrapamiento y dependencia de la sociedad en las empresas del oligopolio energético. Como Giusseppe Tomassi di Lampedusa dijo: “cambiarlo todo, para que nada cambie”.