En contra de lo que pretenden hacer creer los adalides del pensamiento único neoliberal, las expresiones culturales, en ninguna de sus formas, son imparciales, como tampoco lo es el hecho de que la agenda mediática imponga unos determinados temas sobre los que debatir. Bien de manera implícita o explícita, las letras de las canciones transmiten necesariamente una serie de valores que pueden reforzar o cuestionar el orden establecido. Basta escarbar un poco en aquellas letras de canciones que se pretenden “apolíticas” para descubrir que, en realidad, están impregnadas de pensamiento neoliberal.
La música es también, por lo tanto, un terreno en disputa. En ello radica la importancia de que existan quienes, desde la propia música, denuncien las injusticias y contravengan las ideas dominantes. Que existan grupos que pongan voz a los que siempre se quiso en silencio, a las luchas de su territorio, a su pueblo, a su gente. Grupos, en definitiva, con conciencia de clase. A lo largo de este artículo nos apoyaremos en algunos grupos de música de nuestra tierra, Aragón, que, a nuestro juicio, contribuyen con sus letras a dar la batalla cultural en favor de la emancipación social.
“Orgulloso de mi clase, pero no de sus cadenas” señala Última Sentencia, y tiene toda la razón. Y es que seguimos sin unirnos y sin romper nuestras cadenas. La derrota de la cultura de la solidaridad, la cooperación y la igualdad ha sido tan brutal que nos encontramos desorientados en una realidad que da cada vez más miedo. En un contexto de guerra y con el triunfo de la fascista Meloni en Italia se pone de manifiesto lo que era una evidencia clamorosa: el fin del proyecto europeo tal y como se había establecido. Hay una referencia de una canción de Poble Nostrum que define a la perfección la nueva configuración de la filial de la OTAN, la Unión Europea: “Un maletín lleno de vergüenza, para jugar a la próxima guerra, va despertando la ultraderecha, a base de naciones y banderas".
En Italia ha ganado el terror, pero la resistencia italiana trasladada a la música fue un orgullo para todos los que luchaban por la libertad, los partisanos siempre estuvieron en el imaginario colectivo del país. En este sentido, nosotros reivindicamos el “Bella Ciao” autentico, el antifascista, el que tiene conciencia de clase y el que representa a los que dieron la vida por la libertad. Pero, si tenemos que elegir una versión del canto italiano, nos quedamos con la que ha hecho el grupo Punkarras Malas Pulgas hablando de asuntos tan a la orden del día como el terrorismo empresarial, la estafa salarial o la crítica al sistema.
El marco ideológico que ha logrado imponer (ya venía de antes) la extrema derecha, con la complicidad de cierta progresía, ha acentuado el odio al inmigrante, al feminismo, al colectivo LGTBIQ+, al pobre, al parado o al pensionista. En definitiva, criminalización a los de abajo y complicidad con los de arriba. Por suerte, tenemos grupos que, a través de sus letras, combaten este esquema reaccionario. Es el caso de Los Draps y su reivindicación de la cultura popular aragonesa; de Atorrak y sus canciones contra la homofobia y el machismo; de Au d’astí! hablando de los problemas rurales y cargando contra el racismo y la aporofobia; de Karga Sozial, ridiculizando los planteamientos de Vox, o de Batikano Rojo versionando a La Polla Records y señalando a políticos corruptos, explotadores y delincuentes de gomina y corbata. Y es que los poderosos nos quieren bailando al ritmo de su música, pero nos encontrarán en un pogo de los Azero entonando aquello de “puede que a tí no te importe que ordenen y manden unos cuantos integrantes del banco mundial. Ahora bien, si vienen inmigrantes sí que te mosquea y eso es ilegal, y dejar que se mueran de hambre es algo normal”.

El capitalismo ha configurado un conjunto de relaciones sociales que se sostienen bajo la explotación de las mayorías por parte de una minoría, como denuncia Fongo Royo, “el capital repartido en los bolsillos de unos pocos”. Culturalmente, este sistema se ha legitimado, en cierta medida, por uno de los mitos más arraigados en nuestro imaginario colectivo: la meritocracia. Estamos empachados de la ideología de Mr. Wonderful, “sedados por las píldoras de la felicidad”, como canta Mallazo.
Abundan las letras de canciones que repiten hasta la saciedad el mantra de que nuestros logros dependen únicamente de nuestro esfuerzo. Esto es peligroso por varias razones, en primer lugar porque genera un sentimiento de infelicidad y frustración cuando no consigues algo y, en segundo lugar, porque culpabiliza al individuo, en vez de señalar la desventaja con la que parte cualquiera que nazca en una familia trabajadora. En este sentido, recomendamos el artículo 'Desigualdad de oportunidades. Nuevas visiones a partir de nuevos datos', realizado por la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de la Laguna de Tenerife donde se desmonta el mito de la meritocracia. Hay que decirlo alto y claro: si eres de clase trabajadora, es falso que solo con tu esfuerzo puedas conseguir todo lo que quieras.
Los datos hablan por sí solos y, como señala el Doctor en Estudios sobre Desarrollo, Julen Bollain, el 70% de la desigual distribución de la riqueza en España deriva de las herencias, 74 de las 100 personas más ricas en España lo son por herencia; y el 80% de los niños y niñas que nacen en familias pobres, mueren pobres. Esta desigualdad tiene consecuencias terribles: si vives en un barrio rico de Barcelona la esperanza de vida es 11 años mayor que la de alguien que vive en un barrio pobre. En Bilbao esta diferencia alcanza los 10 años, y en Madrid, 7 años. ¿Desigualdad? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¡Seguro que es un vago que quiere vivir de la “paguita” y no quiere trabajar!, que diría cualquier cuñado todólogo arreglando el mundo en el bar entre copas de brandy, puros y alguna que otra raya de cocaína.
Los altavoces de los poderosos son enormes, a través de sus medios de comunicación difunden fake news sobre la okupación, las ayudas sociales, la inmigración, etc. Pero los datos son los datos, y por eso es tan importante que desde todos los espacios posibles se conteste con argumentos a sus mentiras. En esto, el poder de la música es infinito y debemos aprovecharlo “porque faltarán los medios, pero sobran los motivos”, como rapeaba Malapraxis.
No debemos engañarnos pensando que únicamente a través de los medios de comunicación los poderosos reproducen su ideología. Lo cierto es que también a través de las expresiones culturales que se muestran como neutrales lo hacen, precisamente porque esa falsa neutralidad se consigue cuando existe una correspondencia con los valores hegemónicos. Al referirse a nuestras sociedades actuales, el sociólogo portugués, Boaventura de Sousa Santos, habla del término “fascismo social”, describiéndolo como un régimen que combina la democracia de muy baja intensidad con dictaduras plurales en las relaciones sociales, económicas y culturales. En esta línea, hablamos de sociedades formalmente democráticas, pero “socialmente fascistas”. Y es que, hoy en día, los fascistas visten traje y corbata, lideran potentes empresas y países, y sus discursos están totalmente normalizados en nuestra sociedad. Como bien relata Manolo Kabezabolo en una de sus canciones junto al maestro Sho-Hai, vivimos en una “falsa democracia en la que perduran los instintos básicos de la dictadura”.
Por lo tanto, desde el ámbito cultural es necesario seguir dando la batalla política como ya nos enseñó Gramsci. En definitiva, se hace necesario explorar espacios de ocio alternativos a los que impone el sistema para romper, en cierta medida, el esquema de socialización que nos quiere infundir la ideología burguesa. Aquí juega un papel fundamental la cultura y, en especial, la música. Como hemos ido desgranando a lo largo del artículo, la música puede servir para agitar conciencias o, por el contrario, para servir de correa de transmisión de ideas funcionales con el sistema. Es fundamental que suenen bandas comprometidas que nos recuerden que, mientras nos divertimos, tenemos una tarea pendiente, la de subvertir el orden establecido. Sus letras nos permiten seguir soñando con un mejor mañana en el que primen los valores de solidaridad, igualdad y justicia social. Cuando llenan las plazas de nuestros pueblos nos recuerdan que no todo está perdido, que no cabe la resignación porque, como cantan D’Stakazos, “me niego a pensar que esto no va a cambiar y que siempre estaremos jodidos”.
Muchos son los grupos que, desde distintas zonas de Aragón, cantan por un mundo mejor, más justo y solidario. Su música es el grito de aquellas zonas que nunca fueron escuchadas, a las que en muchos casos se mira por encima del hombro desde la capital. Pero no vamos a resignarnos a que todo siga igual, como sentencia Electrógeno: “somos la resistencia rural”.
“El punk no muere, solo se transforma”, señala el ácido grupo Guiñote de Qontaqto en una de sus surrealistas letras. Lo mismo ocurre con las luchas y con los valores que representan las letras de estos grupos. Nuevas letras, nuevos estilos, pero viejos y eternos valores. En cierto modo, todos los grupos que hemos nombrado, y otros muchos que nos han quedado por nombrar, son herederos de aquellos que años atrás se atrevieron a poner voz a las reivindicaciones de los pueblos, de los barrios, de las gentes del común. Herederos de Ixo Rai! y de la Ronda de Boltaña. Nuevos tiempos pero viejas esperanzas. Tenemos nuestras dudas pero, quizás, como dicen los Hijos del Lindano, “si Labordeta aún viviera seguro que hacía rap”.
Nosotros, mientras tanto, seguiremos bailando y escuchando con atención estas letras que tienen tanto que decirnos. Seguiremos formándonos a ritmo de rock, punk y rap. Las plazas llenas son la esperanza de que “habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad”.