Hace 50 años, en los Pilares de 1970, Lolita Parra, a la edad de 19 años, fue elegida Reina de las Fiestas del Pilar. Este nombre sobrevuela por las cabezas de muchos oliveros y oliveras, ya que da nombre a una de las plazas más populares del barrio. Sin querer desmerecer el trabajo realizado desde Cruz Roja y Cáritas por Lolita, lo que le hizo muy valorada como persona, hay que señalar que fue Reina de las fiestas por lo que fue: por ser hija de Emilio Parra Gasque, zaragozano de nacimiento y propietario de una cadena de 12 cines y varios hoteles. Fue Primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Zaragoza entre 1967 y 1973 y Subdirector de Cáritas Diocesana.
Nombró, por tanto, a su propia hija Lolita como Reina de las Fiestas en 1970, cuando todavía era concejal, en un acto de nepotismo bastante similar al de nuestro bien amado Jorge Azcón cuando nombró para este 2021 a su amigo Ricardo Mur, compañero en varias corporaciones municipales en los tiempos de Rudi y Atarés, como Medalla de Oro de la ciudad de Zaragoza, llevando el debate incluso más allá de si su discutible papel como Presidente de la CEOE de Aragón le hace o no merecedor de esta distinción.
Empezar así la "semana cultural" de este Pilar del 2021, eufemismo de fiestas, era una declaración de intenciones como preludio de una cita diseñada para los de arriba, no para los de abajo; para quienes siempre han ostentado el poder y la vara de mando de esta ciudad desde las catacumbas del poder económico. O desde las alturas de la azotea del viejo edificio de la Expo 92 junto al Puente de L'Almozara.
Si algo trajo muy positivo la mal llamada transición a esta ciudad fue la democratización de las fiestas patronales: la llegada de las tan aclamadas "fiestas populares", gratuitas, para todos los gustos y en la calle. Vamos, en definitiva, sacar los actos de los salones de La Lonja al gran salón de la ciudad que es la Plaza del Pilar. Luego vinieron las peñas, las carpas,... O sea, el cierzo fresco sacudiendo la caspa de los hombros de quienes siempre han ostentado el poder.

Como decía, el nepotismo en los nombramientos institucionales bien ha podido ser el preludio que ha traído consigo en esta "semana cultural" las sillas libres, esperando un público que no llega porque no ha sido llamado a participar; las vallas cerrando el paso por las calles principales, vacías de gentío pero llenas de la suciedad y cristales de una noche loca de una juventud que busca alternativas que las instituciones no son capaces de ofrecer; las mallas de ocultación detrás de las que están pasando cosas a las que el común de los mortales no es que ya no pueda aspirar, es que no puede ni mirar.
Si por motivos sanitarios todavía no era tiempo, quizá esta "semana cultural" sobraba, pues ha sido sólo una cita para unos pocos, para quienes estaban llamados, nada popular, muy privativa y lejos del verdadero espíritu que ha hecho en los últimos 40 años de las Fiestas del Pilar una de las mejores fiestas y más participadas de las grandes capitales europeas.
O eso, o esto ha sido la gran probatina para cambiar definitivamente el modelo de fiestas del Pilar que viene gestándose desde hace unos años en el que se minimiza el papel de Interpeñas y del resto del tejido ciudadano, se vacían los barrios de actos populares, se masifican los conciertos en las afueras de la ciudad, legalizando el negocio festivo para unos pocos mientras se criminaliza la ocupación del espacio público de forma espontánea. No nos engañemos: el debate del botellón no es por la Covid, viene de antes.
Las imágenes que estamos viendo estos días nos deben hacer pensar en el modelo de Fiestas del Pilar con el que queremos recuperar las calles cuando la pandemia nos lo permita. Que no nos lo impida entonces nadie.
Sin el pueblo no hay fiestas.