Zaragoza acometió hace 30 años la construcción de dos depuradoras de aguas residuales, La Almozara y La Cartuja (tiene otra muy pequeña en Alfocea).
La primera se hizo con fondos públicos, después se privatizó su gestión por períodos bianuales. Así la gestionó Drace hasta 2017, aunque la propiedad pública pasó a la empresa pública Ecociudad, creada en 2013, con la intención de privatizarla (Ecociudad y toda la depuración zaragozana). Belloch no lo consiguió por la crisis y porque el PSOE perdió las elecciones en 2015. Conocer esto es muy difícil debido a la opacidad del ayuntamiento de Zaragoza, que ni siquiera menciona a las empresas concesionarias en su web.
La segunda se privatizó desde el principio, su construcción y se concedió a Veolia con un periodo de amortización de 20 años, que hemos ido pagando con creces desde el presupuesto municipal (riesgo empresarial cero) Con la excusa de que la empresa no había ganado suficiente, Belloch amplió la concesión 11 años más (hasta 2024). Las concesiones conllevaban la obligación de inversión y mantenimiento.
La depuradora de La Cartuja se sobredimensionó (para mayor gloria de la empresa y de algún político, dijeron las malas lenguas) y funciona al 50% de su capacidad, consumiendo diez veces más energía que la de La Almozara para el tratamiento de sólo 5 veces los vertidos. El coste unitario de la gestión semipública de La Almozara es la mitad que la privatizada de La Cartuja.
En Valladolid, la remunicipalización del agua hace 6 años arroja unas cifras clarificadoras: los precios y tasas están congelados desde entonces, las condiciones laborales de la plantilla han mejorado, se han acometido obras de mejora y mantenimiento por 50 millones de euros (el déficit de inversión privado rondaba los 100 millones en 20 años) y el ayuntamiento ingresa el doble que cuando la gestión era privada.
Por aquellas fechas, el ayuntamiento de Zaragoza también intentó remunicipalizar la depuradora de La Almozara en base a unos estudios que arrojaban las mismas conclusiones que el de Valladolid (un ahorro de 500.000 euros anuales). La oposición férrea, unánime e, incluso, agresiva de PP, PSOE y C's, lo impidió.
La gestión sí ha sido rentable para las multinacionales ACS (Drace) y Veolia, pero la falta de mantenimiento y los defectos de construcción, las han vuelto casi inservibles, como pasó en Valladolid. Las empresas buscan el máximo beneficio, con el mínimo coste. La dejadez en la obligación de vigilancia municipal hace el resto.
En este tiempo, el gobierno de Aragón, da igual con PP, PSOE o PAR, se inventó un impuesto sobre Contaminación de Aguas (ICA), que debían pagar todas las familias aragonesas, tuvieran o no depuradora. Con ese dinero se iban a construir depuradoras en todos los pueblos de Aragón, pagados por las familias zaragozanas en su mayor parte, lo que ha facilitado la sobredimensión, el pelotazo económico y alguna cosa más.
Esto no sentó bien en Zaragoza, que se opuso a pagar el ICA, en un ejercicio de insumisión colectiva democrática. Si los gestores dilapidan el dinero público, que tapen el agujero con su dinero, no con el colectivo
Esto obligó al gobierno de Aragón a derogar el ICA y crear, después, otro impuesto igual pero con nombre diferente: Impuesto Medioambiental sobre Aguas Residuales (IMAR).
Pues bien, ha llegado el momento de usar ese dinero en Zaragoza. Sus depuradoras están en franco deterioro y los tiempos de crisis energética y medioambiental exigen una mejora en el tratamiento de los vertidos urbanos de Zaragoza.
Las empresas ya hablan de biofactorías, depuradoras que limpian el agua y tratan los residuos sólidos para obtener biogás y un digestato muy útil como fertilizante orgánico.
¿Por qué necesitamos biofactorías?
Primero, porque la crisis energética exige que encontremos nuevas formas de energía, además de potenciar el ahorro. Con los vertidos urbanos se podría producir biogás capaz de suplir al 20% de gas usado en Zaragoza, que no es poca cosa (si se gestiona bien, con criterios sociales, no económicos). En esta línea, hace años que trabaja Dinamarca.
Segundo, porque evita la emisión de metano a la atmósfera, un gas con un potente efecto invernadero, 80 veces más que el CO2 a medio plazo.
Tercero, porque la crisis energética y de recursos naturales está acabando con los fertilizantes químicos y debemos ir volviendo a los orgánicos si queremos alimentar una ciudad tan grande como Zaragoza con alimentos cercanos. Porque otro de los efectos de la crisis energética es que los transportes se van a reducir drásticamente y los alimentos ya no podrán llegar fácilmente desde países lejanos.
Cuarto, porque el cambio climático está produciendo una disminución de pluviosidad y del caudal de los ríos. Retornar el agua depurada al río permite asegurar unos caudales mínimos, incluso para la agricultura.
Es importante que gestionemos bien los vertidos urbanos, pero aún es más importante gestionar bien los subproductos derivados. El biogás puede ser tratado como una mercancía de consumo privada para el mejor postor o como un bien energético para Zaragoza, en un futuro de escasez energética.
De hecho, en la reciente feria Smagua de Zaragoza se trató el tema en una charla restringida patrocinada por las grandes multinacionales del sector: Acciona, Agbar (Veolia), Global Omnium y WEG: “Biofactorías, un modelo circular y sostenible para el tratamiento de aguas residuales”. El que fuera restringida cuando la mayoría de las charlas eran públicas y el que la tecnología del sector sea conocida y no requiera secretismos, ya hace sospechar sobre quienes eran las personas invitadas.
Y la utilización ominosa de la palabra sostenible, el argumento que justifica todo el nuevo capitalismo oligopolista verde, contradice todos los estudios económicos serios: no es sostenible, ni social ni medioambientalmente, la economía basada en oligopolios.
Las grandes multinacionales del sector quieren construir las biofactorías de Zaragoza y quieren hacerlo con dinero público, pero quedándose con su gestión y beneficios. Sin embargo, todos los estudios serios (y los datos) dicen que la gestión pública es mucho más eficiente, eficaz y rentable para la sociedad. Todo apunta a un pelotazo como el de hace tres décadas, pero triplicado. Por eso la reunión sobre biogás fue top secret.