La última generación rural

No es un secreto que los pueblos se están despoblando pero se habla de ello con nostalgia de nuestros antepasados, como algo inevitable relacionado con la modernidad y al progreso humano, precisamente, para evitar adoptar soluciones a este hecho, que ya es grave pero no irresoluble.

Foto: Adolfo Barrena

Los territorios nombran rimbombantes Comisionados para la Lucha contra la Despoblación y el mismo gobierno central tiene un Ministerio de Reto Demográfico. Sin embargo, si nos preguntan, nadie sabe de ninguna medida de apoyo al mundo rural y menos cuyo objetivo sea detener la despoblación.

Y es que, efectivamente, no se emprende ninguna medida seria y efectiva para preservar la vida en el ámbito rural. Esto es algo incomprensible, pues la primera necesidad humana es la alimentación y los alimentos se producen en los pueblos, en su mayor parte.

La soberanía alimentaria de un país pasa por autoabastecerse de la mayoría de productos alimenticios básicos. El Estado español importa el 60% de los productos alimenticios que consume. Vienen más baratos de países a miles de kilómetros. Obviamente algo hacemos mal y alguien nos está robando sin que seamos conscientes.

Ante una más que probable crisis alimentaria consecuencia de la crisis energética (el encarecimiento de los fletes y de los fertilizantes), los alimentos importados dejarán de llegar y el Estado español necesitará varios años para adaptarse. El hambre volverá a surcar el país, lo que no ocurría desde la dictadura.

Los agricultores y ganaderos llevan décadas recibiendo la misma retribución por sus productos, a pesar de que ha subido el precio de sus insumos (gasóleo, semillas, fertilizantes, pesticidas,...). Sin embargo, los precios al consumidor final no han parado de subir. Alguna sanguijuela está parasitando la cadena alimenticia: el oligopolio de la distribución.

Por este motivo, cada vez más agricultores y ganaderos están abandonando sus producciones por la escasa rentabilidad, tan escasa que prefieren alquilar sus tierras para la instalación de placas solares, a pesar de las migajas que les dan. Pero de darles una compensación por la riqueza generada en su pueblo por el nuevo cultivo de la energía, ni hablar.

La mitad de los pueblos del país serán historia en tan solo 30 años. La edad media de los agricultores que quedan en ellos supera los 50 años y la edad media de su población, los 60. Las escuelas están cerradas. Pueblos que llevaban 2.000 o 3.000 años habitados, van a desaparecer en menos de 100.

La juventud no tiene alicientes para quedarse en el pueblo. El trabajo del campo es duro, esclavo (no permite vacaciones de verano, cuando es más intenso el trabajo agroganadero) y mal pagado. Las fábricas se instalan en las capitales, donde no hay energía, que deben importar de los pueblos.

Sin embargo, la transición energética es una oportunidad para remunerar a los pueblos por producir la energía que llega a las ciudades. Pero, en aras a una falsa igualdad, la energía se paga igual en el punto de origen (rural) que en el de destino (urbano) a cientos de kilómetros. Y esto a pesar de que un 10% de la electricidad se disipa por el camino. Así que, además, los pueblos están financiando la electricidad de las ciudades, ya que también pagan la pérdida de energía que no producen.

Por añadidura, la energía producida en los pueblos alimenta los beneficios del oligopolio eléctrico y la industria (con sus empleos, servicios, impuestos, etc.) de las ciudades.

Sus montes son gestionados para empresas foráneas (madera, setas, resina, etc.), apropiándose de sus recursos para mayor beneficio urbano.

La agricultura y ganadería son sectores clave para la humanidad, pero no para la economía. Los peores salarios se pagan en el campo (7 euros la hora en el mejor de los casos), siendo uno de los trabajos más duros.

Pero cuando se abandonen los pueblos, las ciudades no podrán comer y costará mucho volver a poner en producción los campos.

En 30 años la mitad de los pueblos estarán deshabitados. La generación del baby boom, la que nació al mismo tiempo que el proceso de despoblación rural, será la última que los habite. Pero en tan sólo diez años no quedará en ellos casi ningún agricultor en activo.

El proceso de crecimiento de las ciudades no ha sido un proceso “natural” sino artificial, forzado. El capitalismo necesita crecer, construir más. Da igual que las casas se caigan o haya que tirarlas.

Para construir más y especular mejor hace falta concentrar a la población. Se destruyó la economía rural y se publicitaron las ventajas sociales de las ciudades para que la emigración rural las llenara. Su demanda de vivienda ha multiplicado por cuatro el valor real de las viviendas. Entonces, una pareja joven tardaba diez años en pagar una hipoteca. Hoy 40. Cuando se agotó la emigración rural se acudió a la internacional.

Así se decidió acabar con los pueblos. Se cerraron las empresas rurales y se potenció la instalación de las nuevas (en su mayoría extranjeros) en las ciudades. Así la población no tiene escapatoria. La instalación de empresas es una decisión política en la mayoría de casos. Y los políticos toman la decisión de dónde en función de la ganancia de votos, y esta es proporcional a la cantidad de población.

Así que, sí es posible tomar medidas de apoyo a los pueblos:

  • Hacen falta precios agroganaderos justos por ley. Tal vez una empresa de distribución pública pueda saltarse el control de precios del oligopolio.
  • Los pueblos deben ser los titulares de su riqueza y recibir un porcentaje justo por su aprovechamiento (madera, setas, energía, agua, etc.) o un aprovechamiento en exclusiva.
  • Instalación y apoyo a la pequeña industria rural.
  • Defensa de la pequeña explotación agroganadera, esencia del empleo y de la fijación de población rural.
  • Precio reducido de la energía eléctrica.
  • Dignificar el entorno y el trabajo rural y su retribución.
  • Valoración de la agroecología, única posible en un futuro a corto plazo de escasez energética y de fertilizantes químicos. Y de mayor calidad alimentaria.
  • Eliminación o reconfiguración de la Política Agraria Comunitaria (PAC) para que su objetivo sea la producción agroganadera de calidad y la soberanía alimentaria, y no el principal recurso de los grandes terratenientes.
  • Consumo de circuito corto, con alimentos de cercanía.

Como todo lo que sube, acaba bajando y el crecimiento infinito es imposible, el capitalismo está quebrando. Pero para su fin habrán muerto la mayoría de pueblos. El retorno a lo rural será necesario en pocas décadas, pero el poso cultural, tecnológico y práctico del mundo rural de cientos de años, se habrá perdido. Aún estamos a tiempo de rescatar a la última generación rural, aunque a este sistema no le interese. Nos va la vida en ello.

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