Nagasaki, la hermana segundona en el holocausto

Casi todo el mundo recuerda Hiroshima, el horror nuclear del uranio, el “Enola Gay”, la bomba bautizada como “Little Boy”, y el descorche de champán del piloto, un coronel llamado Paul Tibbets que nunca se arrepintió de ser mensajero de la hecatombe. Al contrario, brindó e, incluso, en 1.976, recreó en Texas ante 40.000 americanos, la mayoría ancestros de Trump, el bombardeo a Hiroshima, feliz y contento.

Nagasaki
"Bockscar" upon delivery to Wright-Patterson Air Force Base, Ohio, in 1961. The nose art was added sometime after the raid against Nagasaki. (U.S. Air Force photo)

El 26 de julio, once días antes del primer bombardeo nuclear de la historia a los civiles, los grandes jerarcas vencedores de la guerra ya sabían que Japón estaba llevando a cabo las acciones diplomáticas ante Suiza, la URSS y otros para negociar su rendición incondicional.

En esas fechas, los tres vencedores, Churchill, Stalin y Truman, oscuro vicepresidente catapultado a presidente por la muerte de Roosevelt en abril de ese año, estaban en Postdam. Los tres llevaban desde el 17 de julio (harían el brindis final el 2 de agosto) negociando el reparto del nuevo mundo que surgía después de la conflagración mundial.

Las excusas dadas por los Estados Unidos después del bombardeo de Hiroshima, a la vista de la carnicería efectuada en civiles, tuvieron como argumento central el que Japón moriría matando y esas bombas salvaban muchas vidas en el Pacífico. Como siempre, los estadistas americanos mentían de la forma más descarada. Sabían que Japón tenía intención de rendirse pero Harry Truman, como si fuera un nuevo rico ufano por enseñar a sus amigotes el nuevo yate comprado, hacía mucho tiempo que había decidido lanzar los ingenios atómicos para farolear de armas ante el mundo, ante los amigos y delante de los enemigos.

Le importó poco, mejor dicho, nada, que murieran alrededor de 150.000 civiles, niños, mujeres, hombres, viejos, si con ello servía al “postureo” de ser el mandatario con más poder en el mundo. A medio camino entre la venganza y la ostentación, Truman siguió con su “Ley del Talión” y la pompa nuclear, en esta ocasión de plutonio y en Nagasaki. Harry Truman moriría a los 88 años, de viejo; clínicamente, de embolia pulmonar. Casi un cuarto de millón de los asesinados en las dos ciudades, directamente por su dedo, también por muchos otros dedos que lo ayudaron, murieron de distinta manera: quemados, volatilizados, abrasados… Los más afortunados de inmediato, los de peor suerte, a lo largo de días y días. De una muerte horrible y más lenta. Truman moriría, solo, con tres días en coma, un buen número de ese cuarto de millón de asesinados civiles lo harían sufriendo lo indecible con sus cinco sentidos.

Volvió a mentir, cínico impenitente, hipócrita frío y deshumanizado, al ordenar el segundo genocidio: Nagasaki. Ahora, no tenía las excusas de Pinocho: ignorar consecuencias, no conocer los efectos radiactivos del viento nuclear, de la lluvia nuclear, despreció la carta de 150 científicos que pedían no lanzara bombas atómicas contra civiles.

El 9 de agosto ya conocía las capitulaciones finales previas de Japón. Pero sería curioso, maravilloso, jactancioso, ver el resultado de una bomba parecida a la de Hiroshima, pero diferente. Esta de plutonio y con el espectáculo tan impresionante del hongo nuclear que no se lo quería perder. “Cien mil muertos más… ¡Y qué! -pensaría- yo estoy aquí tan ricamente decidiendo, actuando de pequeño dios siendo un fervoroso cristiano bautista y un masón diplomado”. Ese tipo de personas nunca irá a un Tribunal de La Haya por crímenes de guerra, contra la Paz o por genocidio.

La segunda bomba se lanzó desde un avión análogo apellidado Bockscar y el humor de sal gorda lo centraron en el nombre de la bomba -fat man-, hombre gordo, en alusión al mandatario inglés existente detrás de un habano. Piloto y copiloto de ese avión de la muerte fueron Mayor Charles W. Sweeney y teniente Charles D. Albury. En esta ocasión, desconozco si el brindis lo hicieron con champán o con wiski.

Harry Truman no solo tiene en su haber el asesinato de un cuarto de millón de civiles, también fue el Presidente que inició la guerra de Corea, quien aprobó una mal llamada “Ley del Trabajo” contra los sindicatos, creó controles de “lealtad ideológica” despidiendo a miles de trabajadores solo por ser de izquierdas, preludio del macartismo. La corrupción campeó en su período de administración. Despectivo ante judíos y negros pero solo ante los pobres. Con los ricos no tuvo problemas. Se llevó tan bien que fue el artífice de la creación del estado de Israel a base de expoliar a todo un pueblo, el palestino.

No es que Truman sea modelo del mal y el resto de presidentes lo contrario. Después de Truman vino Eisenhower con el macartismo en ebullición, Kennedy que, a punto estuvo de continuar la rutina de Truman con las bombas nucleares en la crisis de Cuba. Aparece Johnson, artífice de los golpes de estado anticomunistas de Brasil y de Indonesia (un millón de muertos comunistas) además de ampliar la guerra de Vietnam comenzada por su colega John Fitzerald. Nixon, de sobrenombre “mentiroso” y con el “Watergate” a cuestas, Ford, presidente por el impeachment de Nixon y cuya mayor relevancia fue su rapidez (48 horas después de jurar) en conceder un indulto plenario a su antecesor por cualquier delito cometido o sin cometer. Más próximo, Carter, quizá el único con más haberes que debes (armó a los muyahidines afganos abriendo la caja de Pandora de allá): Camp David, SALT II, derechos humanos en los Estados Unidos. Reagan llegaría apoyando a Somoza u ordenando la introducción de una cepa de dengue en Cuba ¡angelito! Bush sería el próximo con sus guerras sobre Sadam buscando las armas de destrucción masiva sobre los dos millones de muertos de la guerra de Irak ¡otro angelito!

Falta Clinton, el de la Lewinsky, ordenando los bombardeos de la OTAN en la antigua Yugoeslavia, también Obama abriendo, de nuevo, el melón de las guerras en Irak y Afganistán, destruyendo a Libia como estado y uno de los “protas” del comienzo de la interminable guerra de Siria. Otro angelito, pero este de los de Machín. Llegamos a Trump con su entrada triunfal en el Capitolio al mando de los trumpistas, por decir algo, y al actual, Joe Biden, con nombre de pistolero y que intenta, de momento, meterse en más conflictos de los que sacar algo más que un dólar pero que los muertos los pongan otros: Ucrania, Taiwán… Esa es la colección de dueños aparentes de un imperio en declive y que intentará morir matando.

Hoy, nueve de agosto, es el triste aniversario de cien mil japoneses que murieron por el cinismo y el postureo de uno de aquellos emperadores que no se llaman, hoy, Nerón ni Calígula. Hoy, una nueva guerra provocada por el último “señor del mundo” y avivada por algo que debería estar muerto, la OTAN, desata la última crisis europea y el último expolio americano. Cualquiera que tenga a mano una crónica de los últimos 80 años, podrá comprobar la inmensa relación de golpes de estado, guerras, bombardeos, muertos y muertes, asaltos a las democracias que podrían haber sido. Y, en todos ellos, en todos sin ninguna excepción, la mano negra de todos los Truman que han existido.

Un nueve de agosto de hace 77 años, cien mil civiles, niños, niñas, viejos, mujeres y hombres, fueron volatilizados por poco más que un capricho. Espero que, al menos, la Historia vaya haciendo justicia.

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