María Bastarós o la normalidad como una máquina de aniquilar deseos

Esta entrevista conjunta surge del taller de lectura en la librería La Montonera en Zaragoza del nuevo libro de María Bastarós, “No era esto a lo que veníamos”. El deseo, la normalidad, la huida, la desinhibición, la infancia o lo inquietante son los palabras que más escuchamos esos días.

María Bastarós es de Zaragoza pero vive en Valencia, aunque ahora ha vuelto a Zaragoza pero volverá a Valencia. De todas formas, esto no tiene mucha importancia por este libro tiene casi todos sus escenarios centrados en Aragón, desde montañas a desiertos, ciudades y pueblos. Si leíste “Historia de España contada a las niñas” sabes que no aprendiste nada de la historia de España y que no era un libro para niñas. En “No era esto a lo que veníamos” encontrarás 13 relatos en los que sus protagonistas están al borde de un descubrimiento, sea cual sea, aunque no fuese por el que venían.

Unas ocho personas (“casualmente” todas mujeres) nos hemos estado reuniendo en la librería La Montonera, en el barrio del Gancho de Zaragoza, en un club de lectura temático sobre este nuevo libro de María Bastarós. De este taller, y gracias a Ana, la facilitadora del club, han salido esta serie de preguntas que sirven de entrevista conjunta a la autora. En ellas vas a encontrar información de su libro, de su vida y de su obra, pero cuidado, porque también vas a encontrar algún que otro spoiler (aunque se han quitado unos cuantos) sobre los relatos que componen el libro.

“No era esto a lo que veníamos” puede ser un libro sobre lo inquietante, a una línea del terror, aunque a la autora no le convenza esta etiqueta, pero en realidad es un libro sobre el placer. Y de la falta de él. Así que quedas avisada sobre el placer que da leer un libro por primera vez, o si por el contrario no te importa que te lo desgranen (seguramente al leerlo lo hayas olvidado).

Las preguntas son conjuntas aunque la mayoría las formula Ana o las asistentes a la presentación. Gracias a todas las participantes en el club de lectura por esta entrevista conjunta. Esperemos que no sea la última.

María es gestora cultural, escritora, historiadora del arte. Tiene una imaginación y una capacidad de transmitirnos cosas impresionante y es lo que nos ha demostrado con este libro de relatos. Un libro que cuando empezamos a leerlo en el club de lectura lo primero que hicimos fue dar unas pinceladas sobre lo que nos íbamos a encontrar, desde la portada con el buffet, y también el título. Era algo que el primer día conversamos. ¿Por qué este título?

Es un título desconcertante. De hecho, soy experta en títulos desconcertantes porque “Historia de España contada a las niñas” me trajo muchos problemas porque había mucha gente que se pensaba que era para niñas, se lo compraron a sus hijas y era terrorífico. Nunca he dudado del título de un libro, lo tengo muy claro desde el minuto uno y no hubo cambios. Sabía que lo quería llamar así. Es verdad que al principio cuando lo ves no te puedes imaginar a qué hace referencia pero una vez que lees el libro está claro que son personajes que la mayoría están en un momento de crisis vital, sobre todo en caso de las mujeres, que son todas protagonistas pero el último relato. De repente se dan cuenta de que se han montado una vida siguiendo una serie de decisiones que no son suyas propias si no que forman parte de expectativas sociales y en un momento dado se dan cuenta de que no era eso a lo que venían y que, además, están perdidas y tampoco saben exactamente qué es lo que deben hacer con sus vidas. Para mí es un poco el terror de lo cotidiano, el momento de esa crisis vital de llegar a un lugar, montar toda tu vida y ver como todos esos andamios o no te interesan o son falsos o tú misma no te los crees, están podridos. A ver a partir de ahora cómo los desarmo y sigo para adelante.

Esta es una de las cosas que hablamos mucho después de leer el libro y repasamos todos los relatos. Nos dimos cuenta de que aparecían dos tipos de personajes muy diferenciados. Por un lado, están los adultos, que están encerrados en la normalidad de la que todos están a punto de escapar o en un punto de inflexión. Luego están los niños, que son todo lo contrario. Están yendo hacia lo que quieren, están totalmente guiados por un deseo muy fuerte que les conduce a otra cosa. No sé si esta diferencia la tienes igual de clara.

Sí, total. Todos los discursos sobre el libro siempre nacen después de haberlo escrito. Cuando están ahí en realidad no te das cuenta de lo que estás haciendo. Pero cuando lo terminé y con las lecturas sí me di cuenta de que al final el libro no iba sobre historias de mujeres o cosas así. Trata sobre el deseo. Los personajes se relacionan con sus deseos de forma muy distinta dependiendo de si son mujeres adultas o niñas. Los adultos muchas veces ni siquiera reconocen sus propios deseos porque has ido interiorizando un montón de normas y, al final, ni siquiera tú misma sabes lo que quieres. Te han dicho qué es lo que tienes que querer y tú te aferras a eso pensando que cumpliendo esa serie de normas alcanzarás esa normalidad que se supone que va a implicar la felicidad. Ese es el momento de crisis. Sin embargo, los niños y las niñas son personajes que me interesan un montón porque todavía no han aprendido a inhibir sus deseos, que es algo que vamos aprendiendo conforme crecemos. Desde pequeños los niños cuando quieren algo lo quieren a muerte, tienen pataletas, son extremadamente caprichosos pero reconocen muy claramente qué es lo que desean, sea lo que sea.

En el libro hay unas niñas que tienen deseos que son realmente muy oscuros pero aún así los reconoce y eso por una parte los convierte un poco en pequeños tiranos pero por otra parte son personajes muchísimo más libres. Aunque sean muy esclavos de sus deseos saben qué es lo que desean exactamente. Por ejemplo el personaje del relato de “Marabunta”, que está embarazada, al final su momento de inflexión es cuando se da cuenta de que no sabe si deseaba estar embarazada o no, si es algo a lo que ha llegado porque le tocaba por situación o edad pero ella no siente un deseo de maternidad ni está esperando con ninguna ilusión. Ni siquiera se lo había planteado hasta que alguien le hace pararse y reflexionar al respecto.

El orden de los relatos fluctúa un poco en función de esos personajes, si son adultos o niños, y también un poco según la intensidad de los relatos. Es verdad que hay algunos que son mucho más cortos, explosivos o macabros, aunque no me gusta esta palabra, pero pueden pasar un poco los límites de lo desagradable, resultan viscerales. Luego hay otros con desarrollo mucho más lentos, como “Notre Dame reducida a cenizas”, que es el más largo de todos, mi editor me dijo que lo dividiera por capítulos porque es larguísimo. A veces pienso que podría haberlo guardado y haber hecho una novela corta porque ese relato me gusta mucho.

En función de la intensidad se ordenan para darle un poco al lector un descanso, como después de los niños que juegan en “Instrucciones para salvar a un grillo”, pues luego toca algo más relajado para que no te explote la cabeza. Y después de uno muy denso, otro más corto y ligero. El último, que obedece a un orden, es el único protagonizado por un hombre. Tú te crees que estás leyendo un libro que habla de personajes femeninos y al final con ese relato protagonizado por un hombre que va completamente sobre el deseo, te das cuenta de que en realidad todos los relatos de lo que van al nivel esencial es sobre el deseo y cómo lo gestionamos.

Sí que veíamos que aparecían elementos como las niñas, las adultas que están en un punto de inflexión, la comida, muchas de las cosas que luego aparecen en el resto del libro. Metiéndonos en el tema más formal del libro, una de las cosas que estuvimos comentando son los finales de los relatos. Hay finales que sí que son bastante cerrados pero hay otros que son muy abruptos, que dejan mucho a la imaginación. ¿Por qué estos cierres inconclusos? ¿Responden a una intencionalidad de no recrearte en algo morboso?

Yo cada relato lo reescribo un montón y cada uno tiene el desenlace que yo le quiero dar muy medido y que obedece en exclusiva a ese relato y lo que pienso que necesita. Es verdad que a veces cuando son abiertos es porque me parece que el relato no es una escena, sino el desarrollo personal de un personaje, un cambio. Lo dejo abierto porque a partir del clímax la persona que lo lee ya puede hacerse a la idea de lo que va a suceder.

En “Cena de mayores” el final es muy abierto pero es un relato que trata sobre la locura y la ficción, cómo ese personaje de la niña tiene ese deseo tan tiránico de recuperar a su familia y a su padre que se ha muerto, y es imposible, y cómo consigue que la madre ceda a esa ficción y se acabe desquiciando. Quería un final que tuviera que ver con la locura pero no concluyera con las cosas concretas que podía hacer la madre. Quería que fuera una sensación que se quedara, un poso. Sin embargo, hay otros que acaban de una manera muy concreta porque al final lo que transmiten es un mensaje muy concreto.

El único que considero que es un poco “panfletario”… “Historia de España contada a las niñas” era mucho más político y este no. Pero hay uno, “Hambre de qué”, que sí que es más “panfletario”, tenía una idea muy clara. Al final, la chica que se va por la nevera y da un salto al mundo natural, está lanzando un mensaje muy claro que es que para ser feliz hay que renunciar al trabajo. Es un final cerrado. ¿Alguien no se ha leído el libro? (Risas) Voy a hacer muchos spoilers sino…

Aunque luego siempre pienso que empiezas a leer el libro y tampoco te acuerdas de cuál es cada final. El que iba a contar por si acaso ya no lo digo. En mi relato favorito, “Notre Dame reducida a cenizas”, para mí en ese final está completamente el mensaje del relato. No puedes confiar en ningún espacio. Al final, el problema no es que tú creas en el amor romántico y te traicione, o tu idea de la naturaleza… El problema es esa necesidad en tener fe ciega en algo. Es lo que la protagonista al final acaba descubriendo, si le da tiempo, que no lo sé. Su problema es esa necesidad de creer que en algún lugar está absolutamente segura.

En el relato de “El día de la escopeta” yo sí que agradecí que el final no fuera cerrado. Tú puedes hacerte el final que quieras. Está muy bien porque también tiene mucho humor de alguna manera, me reí mucho con la descripción de los personajes, pero a ratos me agobiaba. Pero con el humor y el final, respiras.

Para mí ese final no va tanto sobre ella, la protagonista, sino que va más sobre los hombres. Es como cuando se rompe algo en casa, viene el fontanero y empieza a hablar con tu novio, le explica todo a él. Aunque le hayas llamado tu, le hayas abierto tú la puerta, todo se lo explica a él. Es esa misma idea. Hay dos hombres que están haciéndole una putada muy grande a una mujer, a su esposa y a su hija. Cuando llega otro hombre, que está conectado a ella más bien, en vez de ponerlo a él al nivel de ella, le dicen: “Tú con nosotros, porque tú eres un tío”. Surge una alianza entre varones que ellos dan por hecho porque consideran que es de los suyos aunque haya ido con ella.

Estas cosas las piensas cuando ya has escrito porque yo empecé a escribir como una locomotora. Ideas, ideas, no sé por dónde voy. Luego con las reescrituras el relato me empieza a hablar a mí. Hay un diálogo que me dice qué quiero hacer. El propio texto te va guiando hacia el final que tú quieres. Se construye entre el propio texto y tú. Si eso no sucede ni acabo de relato. Me tiene que empezar a hablar él porque si no, no hay conexión.

Es un libro muy agónico. Cada persona puede contactar con relatos diferentes, lo vimos en el club. Comentamos la idea del valle inquietante, que tú la trabajas mucho, cómo al final lo que más se asemeja a la realidad es lo que más produce terror. Aunque en algunos casos el terror esté muy por debajo de la capa principal. Están los elementos tragicómicos e igual no es el relato más terrorífico que nos vamos a encontrar pero te toca porque se acerca mucho a tu realidad. En ese sentido cuando tú planteas esta idea del valle inquietante, que la utilizas en cursos de escritura también, ¿cómo la interpretas?

La palabra inquietante tiene una traducción alemana, que tiene más relación con lo “familiar”. Lo inquietante significa lo familiar pero mirado desde una perspectiva nueva y entonces te resulta inquietante. Los dos conceptos están aunados. Tu vida familiar, cotidiana a la que estás acostumbrada, un día de repente por lo que sea la miras con otros ojos, con otra idea, con algo que te ha pasado desde otra experiencia y te resulta completamente extraño, ininterpretable. No obedece a nada que hayas decidido tú. Para mí el verdadera terror es eso.

En “Nunca sale gratis”, que no es de los más terroríficos, se trata de una pareja, en una urbanización, no tiene elementos, como otros, primarios o jodidos. Pero es muy terrorífico para mí la disolución del matrimonio, un proyecto por el que de repente ella no siente ningún apego. Está como anhedónica, es muy representativo de un momento de crisis vital, la incapacidad para sentir placer, para implicarte en las cosas. Por eso se echa ese amante que no habla en absoluto porque ella lo único que quiere es estar en silencio porque nada le seduce y todo le carga muchísimo. Se siente separada del marido, tan sociable. Es verdad que hay otros relatos que son más impactantes pero creo que los que te revuelven más son los que te remiten a esas sensaciones que tú has tenido, de extrañamiento de tu propia vida.

En el grupo varias personas tenemos relación con niños y todos los que protagonizaban nos tocaban mucho más. Eso es algo muy bien traído en el libro porque hay relatos por los que igual pasas más de puntillas porque no te conectan tanto pero hay otros que, sin ser los más terroríficos, te remueven un montón. Eso también es una de las cosas que estuvimos valorando. Sobre la idea de terror, hay una nueva ola de escritoras que trabajáis esta idea del terror cotidiana, lo inquietante. En algunos de los relatos hay un punto en el que la historia se disparataba tanto que nos preguntábamos si la intención era que hubiera un punto de alejamiento del lector, que hubiese esa curva que va desde la empatía y la comprensión por la situación, a un momento muy disparatado para que te puedas separar de la historia. ¿Sientes que esto es así?

Intencionadamente, no. En el libro trabajo mucho la tercera persona. Eso ya de por sí te permite ir a lugares que con la primera no puedes, igual que la primera te permite otras cosas pero la tercera puedes disparatarte porque está el personaje y el narrador. No es lo mismo que ser personaje y narrador o que vayan por separado. En un momento como narrador puedes dejar al personaje ahí y seguir por otro lado. Pero no es intencional. Cuando estás jugando a determinadas cosas, hay una distancia desde el principio.

A la hora de escribir no me planteo qué es lo que pretendo hacia el lector. Me planteo qué es lo que quiero yo, lo que considero que le debo otorgar al personaje o al relato o al ritmo. Pero no me planteo cómo lo va a recibir el lector porque eso a mí me abruma. Con el anterior libro que estuve haciendo, que al final abandoné, que era uno para Planeta, decidí que no iba a volver a firmar un contrato previamente a tener un libro ya hecho el primer esbozo porque la mirada externa de un editor, aunque no lo esté leyendo, yo la siento. A mí me gusta escribir sola. En este, sola incluso de una manera sin mis pensamientos más intelectualizados, sin mi ideología. Dejarlo todo. Estar yo primitiva con el texto. No me planteo cómo lo recibe el lector y ni siquiera cómo lo voy a recibir yo. Cuando acabé el de “Instrucciones para salvar a un grillo” dije: “¿Qué demonios es esto? ¿Qué hace aquí? ¿De qué rincón de mi cabeza ha salido esta movida?” Me quedé muy impresionada.

Siguiendo con la idea del terror cotidiano, queríamos preguntarte sobre el papel que juega la pandemia y los acontecimientos recientes, como la guerra. ¿Qué papel juega la ruptura que estamos viviendo de nuestros modos de vida, de socializar, de lo que hemos conocido y las aspiraciones que teníamos para que en este momento haya este “boom” de escritoras con esta mirada?

Se juntan muchas cosas. Crisis económica, crisis generacional de haber visto una vida de tus padres que tú no la vas a tener. Crisis de roles familiares también. Antes la vida para las mujeres era muy difícil pero por lo menos era más ordenada. Te casabas, con este tío me quedaré, fin de la historia, tendré hijos y los cuidaré y eso es lo que voy a hacer. Ahora eso no lo vivimos de esa manera. Al final, la libertad también es una cosa bastante terrorífica porque te hace replantearte constantemente si el camino que has tomado es el que quieres. Entonces vives como en una constante frustración porque tienes multitud de opciones. Creo que el terror de lo cotidiano va un poco por ahí, por esa cantidad de opciones.

Mi “terror” no tiene tanto que ver con otras escritoras latinoamericanas, que hacen un terror que es más puro, aunque no lleguen al género. Tienen más elementos terroríficos e incluso sobrenaturales. Mi libro se distancia un poco de eso porque tiene un sentido del humor socarrón, de ironía, que normalmente no están en esos otros libros. Ahí hay una distancia. Al menos en mi proceso creativo, no sé el de las demás, la pandemia tuvo mucho que ver con que yo hiciera este libro. También mi divorcio.

Yo me separé este julio, que ya estaba el libro muy acabado, pero el proceso de degradación llegó antes. La pandemia, estar encerrada en casa, sabiendo que tu relación se está yendo al garete. Tenía crisis por todas partes. A la vez estaba escribiendo una novela que sabía que no me interesaba, que no la iba a entregar, con todo el conflicto que eso suponía con una gran editorial. Esos “y sis” constantes: “Y si la acabo a la fuerza y la publico y va fatal y he truncado completamente mi carrera literaria”, o “y si dejo pasar esta oportunidad y luego no vuelvo a escribir nada más”. Era un momento muy de incertidumbre absoluta y estos relatos de alguna manera me salieron.

Cuando no esperas nada y no tienes una misión de hacer algo en concreto al final sale lo que llevas dentro totalmente sin filtros. Eso es lo interesante de haber escrito esto sin ninguna expectativa. En ese momento, estaba tan destrozada por lo que sucedía con Planeta y renunciar a esa posibilidad que ni siquiera pensaba que estos relatos se fueran a publicar. Para mí era algo que hacía por la necesidad de escribir porque es como mi manera de expresarme. También te puede dar por estar cocinando muchísimo porque también es una manera de expresar e invitar a la gente a que coma lo que has hecho. Pero lo natural en mí es escribir. Esto era lo que salía, yo no lo juzgaba. Si luego se publica estupendo, pero si no, es algo que yo necesitaba ahora mismo hacer en este momento de mi vida que está todo tan colapsado. Era todo una montaña rusa.

A mí el primer confinamiento me gustó mucho. (Risas) Estaba muy bien. Ya estaba con una crisis en mi matrimonio pero el confinamiento nos dio una especie de vidilla. Además como nadie se podía concentrar pues no hacía nada pero sin ningún remordimiento. Unas vacaciones absolutas. Al no tener esa presión de tener que trabajar de repente estaba muchísimo más contenta. Me podía pasar 24 horas al día limpiando mi casa, escuchando música y bebiendo cócteles, más ancha que larga. En realidad fuera era una situación muy trágica. Pero cuando ya pasó el primer confinamiento ya todo cayó. A mucha gente le pasó lo mismo, que al principio había tanta sobreinformación y estabas tan arriba de la montaña rusa, viviendo una experiencia que era tan absolutamente excepcional que ni siquiera te daba para caer en la depresión que iba a venir después, porque estabas obnubilado con lo que estaba sucediendo. De repente, no podía escribir, con mi marido me iba fatal, estoy en casa haciendo aerobic con Patry Jordan. (Risas)

Por cambiar de tema, evidentemente queríamos preguntarte por los hombres. Has hecho un libro mirando hacia las mujeres. ¿Tuviste en cuenta al posible lector hombre?

No, para nada. Ni a la posible lectora mujer. Al final yo escribo mirando a las mujeres, no por una intención concreta sino porque yo soy una mujer. Mi vida, mi sensibilidad, mis experiencias están absolutamente condicionadas por el hecho de haber nacido mujer. Eso se ve claramente. No tuve en cuenta para nada al lector hombre.

Me han dicho que todos los hombres que aparecen son muy malos, pero no es verdad. En “El día de la escopeta” el dependiente es una monada; Óskar de “Los que mantienen el fuego”, pese al asunto que se trae entre manos, me parece que es tierno y que de alguna manera es el personaje que se hace más cercano, dentro del que se entra más de su psicología y hay un recorrido más largo de su vida. La mayoría de historias van sobre mujeres que se relacionan con hombres que no las tratan bien.

La literatura no tiene que ser ni un manual de instrucciones ni un reflejo de la vida. Estás contado historias particulares de las cuales no se debe extraer una generalización sobre el orden de las cosas. Muchas veces al analizar un libro pecamos mucho, en mi caso al menos, de tener una mirada política, al ser una persona politizada también, y pensar que hay unas determinadas implicaciones que son políticas y que en función de eso, ya no que el libro sea más válido o no o que conectes más o menos, sino que incluso le das el sentido de real al artefacto cultural.

Es cierto que esa mirada sobre los hombres que hay en el libro puede hacer que un lector conecte o no pero igualmente también está la mirada de los niños con respecto a la sexualidad. Esto también puede hacer que un lector conecte o no. Estás jugando con un montón de elementos que harán que algunos lectores les interesa y que a otros no. Eso siempre sucede. No me lo planteo porque si lo empiezas a hacer, no puedes escribir. Porque todo puede suponer un problema o una desconexión para algún tipo de lector. Al final, tú con tu literatura.

¿En qué relato estás tú más?

Al final estás en todo lo que escribes, eso es inevitable. En “Notre Dame reducida a cenizas” el personaje que es un trasunto de mí, llevado por otros caminos. Todas las cosas que a mí me obsesionan o me interpelan mucho están en ese relato y, de hecho, cierta parte de mi biografía también. Es una chica que estudia Historia del Arte, como hice yo, tiene muy buenas notas. Yo también me enamoré de un profesor pero no fuimos amantes. Ella está enamorada de la figura del mentor, de ese hombre más mayor, que le enseña, tiene todos los conocimientos que ella quiere tener. Ella a sí misma se cosifica mucho dentro de esa relación.

Eso tiene mucho que ver con cosas que me han sucedido a mí y también tiene mucho que ver con esa tendencia al deseo de huida a la naturaleza, que es algo que me sucede muchísimo, y la conexión con los animales, el entendimiento de ese mundo desde un prisma muy involuntario. Una conexión que te sucede y tú tienes una especie de ilusión o de sensación de que tú en la naturaleza de alguna manera serías libre y estarías en tu elemento.

Es una cosa que nos sucede a mucha gente pero en mi caso se combina con que eso es una ficción o romantización que tú te has montado pero que realmente no tiene nada de realidad. Yo nací en Camino de las Torres, la naturaleza que tengo cerca es el parque de Miraflores. (Risas) No vengo de dormir con lobos. Al final, toda la lección que hay en ese relato del problema que hay en esa necesidad de creer en algo a ciegas, es el problema que yo veo en mí. Cuando te entregas a algo, entregarte confiando a ciegas y sabiendo que no deberías hacer eso pero es que te gusta mucho hacer eso. Confiar en una idea, que puede ser la historia del arte, la universidad, el conocimiento, o el amor romántico, o la naturaleza o el feminismo. Esto es algo a lo que muchas nos entregamos en algún momento dado como motor de vida y luego pues nada es absoluto.

Respecto a los relatos de “Las chicas no” y “Tan despacio para quienes esperan”, ¿qué es para ti la violencia en los niños? ¿Qué simboliza para ti?

Cada caso es muy distinto. La violencia en los niños significa desinhibición. Igual que no saben vivir sin deseos tampoco saben inhibir el deseo de pegarte. La violencia de alguna forma en ese no haber interiorizado normas sociales que tiene su parte buena y su parte mala. En “Tan despacio para quienes esperan”, al final el relato no van tanto sobre la violencia sino sobre la tiranía de la niña que castiga a la madre. La madre no es el demonio, es una mujer divorciada, que nunca ha podido lo que quería hacer y está intentando sacarse una tesis doctoral y tiene a su hija un poco desatendida pero porque por primera vez se está dedicando un poco a ella. La niña es incapaz de aceptar eso de una manera normal. Para ella eso significa que la madre no la quiere y que hay que acabar con ella y poner al otro personaje tan dulce, que es la profesora. Ella cree que es una madre maravillosa para ella pero la profesora está haciendo su trabajo y está dedicándole cuatro horas al día. La madre está intentando hacer muchas cosas a la vez.

No va tanto sobre la violencia de la niña sino sobre la tiranía y hasta qué punto esperamos que las mujeres se dediquen a sus hijos con un amor y una entrega increíbles que les anule por completo como personas y hasta que sean castigadas si no lo hacen, no solo por la sociedad sino por los propios hijos, que tienen una expectativa distinta de lo que es el amor de la madre.

En “Las chicas no”, la violencia tiene que ver totalmente con el género. Esa chica protagonista no sabe todavía que ella es una niña, no entiende eso que le dice su madre de: “No hagas esto porque tú eres una chica”. Todavía no se siente chica, no se siente separada de esos niños. Ella intenta involucrarse con ellos de manera totalmente horizontal. El momento de violencia no se da tanto por lo que hacen ellos sino por lo que ella está dispuesta a hacer. Hace esa concesión final porque siente que verdaderamente es distinta y es su entrada en el mundo de las mujeres y su vida va a ir de hacer concesiones y de que no la traten bien. Ella en ese momento lo acepta como penitencia también por lo que le ha pasado a la madre. En el de “Instrucciones para salvar a un grillo”, creo que no hay violencia. Hay como una experimentación muy burda sexual pero todavía realmente ellos no lo viven como violencia sino como juegos.

Sobre los juegos sexuales, apuntas en muchos de los relatos a las relaciones entre un adulto y un niño, a pederastia, pedofilia. Es un tema que a ti te inquieta mucho, te lleva mucho a darle vueltas, a pensar en ese deseo, esa forma de cuando tú tienes esa pulsión cómo trabajarla, qué es lícito y que no trabajar. Cuéntanos por qué es tan importante y por qué aparece tanto en los relatos.

En cada relato aparece de manera distinta. En el de “Huevas de trucha”, que sí que hay una relación entre las niñas y un adulto, ahí son ellas las que están totalmente apoderadas de su sexualidad y son ellas las que llevan la iniciativa. Son poderosas. Es algo que nunca se entiende de los niños y por eso es ilegal que un adulto tenga relaciones con un niño, sea cual sea la ficción que se ha montado un niño en la cabeza.

Respecto a “Los que mantienen el fuego”, me quedé muy impresionada por una noticia que vi de que habían interceptado en una aduana internacional unas muñecas sexuales que venían de Asia. Eran muñecas con forma de niña. Hubo mucho revuelo y se hicieron normas para que no se pudieran comprar por internet. Luego salieron psicólogos que decían que esas muñecas con formas infantiles podían resultar terapéuticas para personas pedófilas, que no pederastas. Eso generó muchísimo rechazo por parte de la gente, incluso argumentando que no se merecían ni tener terapia. Al margen de que pensemos si las muñecas sirven o no, esa gente decía que debían estar absolutamente solos con el hecho de ser considerados monstruos o aberrantes.

Estuve investigando sobre esto y leyendo a una psicóloga que se llama Lola Pérez, que me interesó un montón, que explicaba que el deseo no es algo voluntario. Tú no dialogas con tu deseo, está ahí previo totalmente a tu raciocinio. Tu deseo es inevitable, otra cosa es que tú puedas decidir qué haces tú con el deseo, si lo ejecutas, si lo reprimes, si lo tratas, etc. Pero los pedófilos no tienen ningún tipo de apoyo institucional ni de ninguna clase para tratar esa pulsión que para muchos les hace considerarse monstruos, porque aunque el deseo sea involuntario tenemos esa noción muy interiorizada de que somos lo que deseamos. Si deseas algo terrible tú eres terrible pero eso no es así. Eres terrible si lo haces, no si lo deseas. Tampoco pueden acudir a psicólogos porque tengo entendido que si un paciente les dice en terapia que tiene deseos hacia niños, tiene que avisar a las autoridades porque puede suponer un peligro. No sé si esto es siempre así o si depende de la terapia.

Me llamó mucho la atención esa soledad de que no se lo puedas contar a nadie porque serás un monstruo pero tampoco puedes ir la psicólogo porque incluso te pueden detener, no hay ningún apoyo. Hay foros que son para personas que tienen este tipo de deseo pero que quieren tratarlo y contenerlo y están absolutamente solos en su miseria. Para formar parte de este foro tienes que firmar un contrato online en el que dices que nunca consumirás pornografía infantil ni te acercarás a un niño. Es un círculo de apoyo donde ellos se ofrecen terapia, tienen algún psicólogo que sí que está dispuesto a tratar este tema.

Esto me fascinó. El tener una pulsión que en realidad no es tu culpa, porque procede de algo que te sucedió en tu infancia, o quien sabe de donde viene eso. Es una soledad que hace que te sientas como un monstruo sin remedio. Quería crear un personaje que teniendo esa pulsión no te resultara monstruoso, porque reducir a la gente a monstuos es una cosa muy fácil. Es ponerlo todo muy plano pero tenemos que sacar la compasión de nuestro círculo de confort y que te puedas compadecer, ya no digo empatizar, que implica cierta identificación, pero sí compasión de gente que no tiene las mismas pulsiones que tú, que tiene deseos que son aberrantes pero no son culpables de ello.

Por cerrar, hemos hablado mucho en el club de normalidad, que es una de las cosas que te toca hacer y te conducen a la felicidad. ¿Qué es más inquietante? Por un lado, encontrarte atrapado en esa normalidad y ser consciente pero no saber salir. En algunos relatos se ve que romper con eso que te has construido también supone dilapidar todo lo que has hecho. Ser consciente de que has tirado años de tu vida en tirar algo que no va a ningún lado. Por otro lado, quizás es más inquietante el llegar a ese punto y no querer verlo, quedarte atrapado ahí.

Depende de cada caso. Creo que cuanto más tarde llegues a darte cuenta de algo, peor. Cuanto más reprimas algo peor porque seguramente luego lo somatizarás de manera extraña o lo convertirás en una expresión que creerás que es por otra cosa. Pienso que los momentos de crisis vital o de ruptura con tu cotidianidad o con tu normalidad pueden ser muy duros pero que normalmente suceden por algo y hay que escuchar a esos momentos. Todo lo que reprimes al final, por algún lugar misterioso acaba saliendo, por ejemplo, que se te caiga el pelo. Todo tiene sus consecuencias. Pienso que puede ser más aterrador el no darse cuenta, el no conocer tus propios deseos o tu propia voluntad.

Oí una frase que creo que es un resumen del libro, que no tiene nada que ver, que venía a decir que la normalidad es esa máquina de aniquilar deseos. Son las cosas entre las que está jugando todo el rato el libro y resumen muy bien. ¿Qué significa para ti que la normalidad nunca sale gratis?

Tienes que renunciar para empezar al desarrollo libre de la personalidad y a conocer tus deseos, porque cuando te ajustas a una norma al final no te estás conociendo a ti, porque probablemente tú no estás hecho exactamente para esa norma, te estás construyendo para adaptarte. Eso es renunciar muchas veces incluso a tu identidad real o a experimentar con esa identidad y te construyes de una manera muy estanca. Es lo que les sucede a muchos de los personajes.


En esta entrevista se han recortado varios spoilers, varios finales alternativos de algunos relatos y la explicación de quién es el hombre mono. Si quieres conocer algunos de estos detalles puedes preguntarnos a las asistentes al taller.

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