¿Los pueblos? ¡Sin límites!

Quiero que los pueblos puedan decidir sobre la ciudad. ¿Por qué no? ¡Sin límites!

Aragón
Foto: DGA

En un artículo reciente escribía sobre la importancia de no limitarse en el pensamiento y en la acción a la hora de desarrollar nuestros pueblos y comarcas. En este segundo artículo, ligado al anterior, trato de estimular un poco más el debate para ensanchar el marco de lo posible. Quiero que los pueblos puedan decidir sobre la ciudad. ¿Por qué no? ¡Sin límites!

El humor está cambiando de bando cuando desde los pueblos nos empezamos a reír de los gobernantes, expertos e instituciones que vienen desde la capital a vendernos el nuevo crecepelos que terminará con nuestros problemas. La cuestión está en que llevamos mucho tiempo escuchando mantras desarrollistas como el regadío, las renovables o las pistas de esquí mientras hemos visto muy pocas soluciones concretas y reales. Más bien vemos como nuestras comarcas se hunden un poquito más en la miseria. Y es que estas cosas nos las tenemos que tomar a broma, porque si nos las tomamos en serio, es para llorar.

Unos días antes del congresico de Teruel al que acudió la flor y nata del Reino de España a decirnos qué tenemos que hacer en nuestros pueblos, corrió como la pólvora un cartel de Javier Rubio convocando a la “Primera Jornada contra la sobrepoblación de la España masificada y en apoyo a la resiliencia urbana”. Esta jornada ficticia recogía ponencias tan sugerentes como “El precio de sufrir una educación masificada” impartida por la maestra rural Pilar Rodríguez, o “Los alimentos y productos de proximidad no son tener un mercadona justo debajo de casa” por María Álvarez, la CEO de la tienda.

Estamos demasiado acostumbrados a que vengan desde instancias lejanas a nuestro territorio a gestionarnos, tanto que parece lo más normal del mundo que se presenten aquí a hablar de su libro. Pero ¿y si fuese al revés?: ¿podríamos mejorar la ciudad los habitantes de los pueblos?. Yo creo que sí, sin duda.

Se me ocurre que las ciudades podrían tener más contacto con la naturaleza y no estar completamente rodeadas de hormigón, que el urbanismo (o pueblismo) estaría pensado para fomentar las relaciones cercanas de forma que la persona que vive tras la puerta de al lado no sería un perfecto desconocido, una ciudad en la que te juntas con el crío y con la yaya, en la que sabes de dónde vienen los alimentos y en la que compartes viajes en coche sin tener por qué mediar el dinero.

El sociólogo Jesús Ibáñez hablaba de la importancia de favorecer la comunicación entre el pueblo y la ciudad, conjugando los saberes que se producen y custodian en ambos mundos. Dos mundos que en realidad son el mismo, ya que a fin de cuentas ambas categorías no dejan de ser invenciones del género humano que se sustentan en la misma realidad material. Desde luego, la actitud con la que se gestiona el campo no es para nada deseable tampoco en la dirección contraria. No tenemos que ir desde el resto del territorio a imponer nada a las personas que viven en la ciudad. Sin embargo, desde la periferia se puede aportar también mucho al centro, porque ha habido un claro abuso de poder ejercido desde el lado contrario.

Creo que en esa necesidad de saltar los límites también entra participar desde fuera - la periferia - de la vida en la ciudad y del planeamiento urbano. Enredarse con nuestros iguales que habitan en las capitales, colaborar con ellos e idear juntos una vida mejor, una vida en unos espacios compartidos más deseables y más vivibles. En el pueblo y en la ciudad. Aquí se trata de equilibrar, y la balanza pesa demasiado en el lado de las ciudades. Quizás, en lo que a gestión del territorio se refiere, a los habitantes de la España masificada no les vendría mal hablar un poco menos y escuchar un poco más.

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