Al mainate del PP en Aragón, Jorge Azcón, parece que le ha contagiado su vergüenza por verse fotografiado junto a la ultraderecha su jefe de Madrid, Alberto Núñez Feijóo. El político gallego, y ahora máximo líder del nacionalismo hispano-madrileño define al ultraderechista Vox como “la ultraderecha de verdad, son populistas y predicadores que no han gestionado nada”, además Feijóo asegura que “Vox no es un buen socio”, que “una coalición con Vox sería mala para el país”, y que “a veces es mejor perder el Gobierno que ganarlo desde el populismo”.
En el mismo sentido, todavía resuenan los tortazos verbales que María Guardiola, lideresa del mismo PP que Azcón y Feijóo, pero en Extremadura, le propinó a la ultraderecha. Decía Guardiola, antes de comerse sus palabras y su dignidad política, que en su gobierno “no cabe un partido que niega la violencia machista, deshumaniza a los inmigrantes, y amenaza los derechos de las personas LGTBI”.
Con estos antecedentes, ya no se sabe si la pereza de Jorge Azcón para negociar su investidura con el ultraderechista Vox, se debe a su proverbial vagancia (solo interrumpida si hay garantía de una buena foto, una cañita y algo de picar), a su terror escénico por compartir imagen con los ultras (al menos con los que no son de su partido), o a una conversión a los valores democráticos (siquiera temporalmente como le pasó a su compañera Guardiola). O, seguramente, por la suma de todas ellas: vagancia, vergüenza, pereza y una gran dosis de soberbia (con fuertes trazas de chulería).
Sea por lo que sea, el resultado es que Jorge Azcón no ha movido ni un dedo para garantizarse otros cuatro años de salario público, esta vez como presidente de Aragón. Pero los ultraderechistas también son personas (de hecho estoy segura que alguna universidad norteaméricana ofrece, previo pago, terapias de conversión para curar la enfermedad del populismo ultra y acercarlos hacia la empatía y los valores democráticos de convivencia, es decir, convertir a los ultraderechistas en personas normales), y en su condición humana, los ultras, están empezando a hartarse de Azcón.
Esta misma semana, Alejandro Nolasco, el encargado de Vox en Aragón, ya avisaba que “si no hay acuerdo de gobierno entre Vox y el PP, Jorge Azcón no será presidente de Aragón”, y le volvía a marcar la agenda a Azcón al recordarle que ese pacto deberá incluir la derogación de la legislación que desarrolla la Agenda 2030 (el plan de la socialdemocracia europea para combatir el cambio climático), la ley de memoria democrática de Aragón, y las leyes de protección de las mujeres contra el terrorismo machista.
El encargado de Vox en Aragón afirmaba que “cualquier escenario es posible, incluida la repetición electoral”, recalcando que si Azcón “quiere gobernar en solitario, tendrá nuestro voto en contra”, y que “mi mano sigue tendida pero firme, aunque empieza a sufrir calambres después de cincuenta y tantos días esperando”.
Las diferencias entre PP y Vox son de matiz, o de volumen del exabrupto, por que en el fondo el ultraderechista Vox no es más que la escisión violenta del propio PP. No se entiende pues la ineptitud negociadora de Azcón. Una incapacidad que está provocando la parálisis legislativa y ejecutiva en nuestro país. Aragón, sus gentes, sus derechos y libertades, y su capacidad de desarrollo y progreso están en peligro por un posible pacto de gobierno entre las derechas y ultraderechas. Pero si Azcón tiene tan claro que no debe gobernar con Vox, y este tiene tan claro lo contrario, lo sensato es que cuanto antes se convoquen unas nuevas elecciones a Cortes de Aragón en la esperanza de que el resultado en escaños presente un nuevo escenario en el que la posibilidad de acuerdos y pactos reales saquen del bloqueo la actividad política.