Huir, sobrevivir, parir… en la bombardeada Franja de Gaza

"Había tanto miedo que la gente no sentía el cansancio, solo pensábamos en huir, huir y que no nos disparasen o bombardeasen", explica Asia, que junto a su marido, su hija de 22 años y su hijo de 9 años, se ha visto obligadas a abandonar su piso en Gaza. "Es un desastre humanitario que cae como un yunque sobre nosotras como mujeres", añade Safa’, corresponsal de Televisión Palestina que lleva un mes informando.

Genocidio en Gaza | Foto: Husam Shabat

Asia, su marido, su hija de 22 años y su hijo de 9 años llevaban desde el 7 de octubre en su piso en la ciudad de Gaza. Las últimas semanas se habían quedado solos en el bloque, junto a otra familia que tampoco quería abandonar su hogar y sus únicas pertenencias. Sin embargo, el miércoles 8 de noviembre, un mes después de la escalada bélica en la Franja de Gaza, los tanques israelíes empezaron a asomar por su calle, en la zona de Al-Nasser.

Mohamed, su marido, es trabajador de UNRWA y hasta ese momento había insistido en quedarse y no abandonar la ciudad porque supondría abandonar a las personas refugiadas que llegaban en masa, asustadas y sin protección, de las localidades y campos de refugiados del norte de la Franja, de Jabalia, de Beit Lahiya, de Beit Hanoun.

“Cuando vimos los tanques aparecer por nuestra calle sentimos que ya era hora de marcharse, por la vida de nuestros hijos. Sentimos con lástima y rabia que ya no podíamos hacer más, que lo único que hacíamos ahí era poner en peligro nuestra vida”, explica Asia por teléfono a AraInfo.

Ese 8 de noviembre, el ejército israelí anunció su ultimátum, a través de los medios de comunicación israelíes que, a su vez, replicaron los medios palestinos, y con mensajes de textos de madrugada a los propios vecinos. Un mensaje que toda la población norteña interpretó como: marchar hacia el sur o morir. Para ello, el ejército les abría un corredor de salida hasta las 3 de la tarde.

Asia y su familia tomaron el coche hasta la zona de Dola, al sur de la ciudad de Gaza. Nadie les dijo que debían dejar los vehículos allí, pero era sentido común: en esa zona comenzaban a verse los cadáveres, trozos humanos y coches bombardeados de las familias que habían intentado huir en coche.

“De Dola anduvimos más de una hora, junto al resto de familias, hasta el puente del valle de Gaza”, continúa relatando Asia. “Lo que veíamos a nuestro alrededor eran restos de cuerpos que habían volado no se sabe de dónde, cabezas sin cuerpos, piernas… personas muertas en el suelo que llevaban banderas blancas”, añade. El terrorífico escenario lo veían todos: adultos y menores, aunque algunas madres intentaban tapar los ojos a las más pequeñas.

A partir del valle de Gaza, del valle de un río seco desde hace años porque las autoridades israelíes retienen el agua que debía llegar de afluentes de los montes de Hebrón o del desierto del Naqab tras las lluvias torrenciales, las personas que huían podían coger un taxi. “Pero no todo el mundo podía pagarlo, pedían mucho dinero”, lamenta Asia. Esto hacía que muchas familias tuvieran que seguir caminando, cargando a niños, niñas, empujando sillas de rueda con adultos con diferentes discapacidades… En total, desde el valle de Gaza a Rafah, la ciudad más al sur de la Franja y puerta de salida por el paso fronterizo egipcio, hay alrededor de siete horas caminando.

“Había tanto miedo que la gente no sentía el cansancio, solo pensábamos en huir, huir y que no nos disparasen o bombardeasen”, añade Asia. “Teníamos los tanques israelíes a escasos 30 metros, nunca en mi vida los había visto tan cerca, y nos apuntaban con sus fusiles y ametralladoras”, dice.

“Es un desastre humanitario que cae como un yunque sobre nosotras como mujeres”

Safa' (detrás) junto a su camarógrafo (en primer plano).

Safa’ es corresponsal de Televisión Palestina y lleva ya más de un mes informando. Los equipos periodistas se han trasladado a los hospitales de la Franja de Gaza, principalmente al hospital Al-Aqsa en Deir al-Balah o al hospital Al-Naser en Jan Yunis. Algunos pocos se encuentran aún en el hospital Al-Shifa, en la ciudad de Gaza. Safa’ habla que sobreviven “con lo mínimo de comida o de salubridad”, en contacto con epidemias, virus, contaminación, piojos u hongos en la piel.

“Acabo de llegar de las tiendas de cerca del hospital y no hay nada, ayer busqué compresas para la regla y tampoco hay, no hay en ningún lado. Ni siquiera hay gel íntimo, jabón o champú”, asegura la periodista.

La dificultad de encontrar pan, base de la alimentación, aumenta por la falta de corriente eléctrica, el precio de la harina que escasea o los bombardeos que han acabado con las panaderías. “El kilo de harina antes costaba 5 shekel y ahora, si lo encuentras, cuesta 25 shekel. El saco de harina de UNRWA lo vendían a 50 shekel antes, pero hoy ya se vende en la ciudad de Gaza a 350 shekel, en el sur está a 250 shekel”, explica Safa’.

Mujeres periodistas, desplazadas, enfermeras y médicas comparten una misma pésima situación. “La mujeres que acaban de dar a luz sufren aún más, no hay epidural, algunas llevan más de una semana para intentar inducir el parto natural… Es un desastre humanitario que cae como un yunque sobre nosotras como mujeres”, asiente la periodista.

En el bombardeo contra su vecindario, Safa’ perdió su casa y, con ella, su carné de identidad, sus credenciales como periodista o su chaleco y casco antibalas. “Salí corriendo con la ropa de rezar, solo eso y no he podido ducharme en quince días, además no existe la privacidad”, añade.

Caminar horas después de parir

En Deir al-Balah, las familias desplazadas se acumulan en torno al hospital. Algunas han levantado tiendas con plásticos donde pernoctan hasta 80 personas juntas, en algunas ocasiones dejan dentro a mujeres, niñas y niños, y los hombres duermen a la intemperie. Los únicos baños se encuentran en el hospital, sucios, porque tampoco queda material para la limpieza. “Ya no hay papel higiénico, no hay toallitas húmedas, no hay agua para tirar de las cadena, el agua que usamos para fregar la guardamos para tirarla al inodoro después de usarlo”, aclara Safa’.

Todo esto, sabiendo que los bombardeos israelíes han destruido líneas de tuberías de aguas residuales.

Safa’ nos cuenta que ella ha perdido diez kilos en un mes, que prefiere no comer ni beber para no tener que ir al baño. Es, además, la única mujer periodista entre cien hombres de su profesión, reporteros, fotógrafos, camarógrafos, etc. Las visitas al ginecólogo han parado, aunque las clínicas en Deir al-Balah siguen abiertas, los materiales desechables se han repartido en los hospitales, sobre todo las gasas. “Las consultas se hacen por teléfono, pero es un lujo como mujer quejarse de problemas ginecológicos. Hay solo atención a patologías ginecológicas. Las operadas quirúrgicamente, como cesáreas, excepcionalmente reciben algo de analgésicos”, explica la periodista.

Ante este panorama, y con un hospital Al-Aqsa que ha quintuplicado su capacidad, algunas mujeres están dando a luz en las tiendas, sin seguimiento médico, sin atención, sin condiciones mínimas de vida ni para ella ni para el o la recién nacida.

“Una amiga mía ha tenido que andar desde Gaza hasta aquí, ¡y dio a luz con cesárea hace a penas siete días! Esto es inhumano”, denuncia Safa’ que asegura que en octubre 5.000 mujeres han dado a luz, “a parte de las que parirán este mes de noviembre o las que tienen bebés de escasos meses”.


Más información en este especial.

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