Actualmente comparto mi vida con dos gatos. Hubo un tercero, pero falleció hace unos años debido a una enfermedad renal. Reconozco que el día de su muerte fue el peor de mi vida, con diferencia. Me costó recuperarme de semejante pérdida, lo admito.
Mientras escribo esta pieza uno de ellos se encuentra encima de mi regazo; y el otro, al lado del teclado llamando mi atención cuando me quedo pensando, mirando el techo. Esperando a que termine de juntar letras para ocupar el lugar de su compañero.
¿Por qué cuento algo tan personal y que quizá carezca de interés? Intentaré explicar el porqué. Cada vez que El Guano se cruza en mi mente (el deprimente lugar donde el Ayuntamiento de Zaragoza está llevando de manera forzosa a los gatos de las colonias del Pignatelli y del Teatro Romano) e imagino a mis dos gatos allí, se me encoge el corazón. Puede parecer terrible decirlo, pero trasladarlos allí es una crónica anunciada de su muerte.
A esta conclusión llego por lo que he visto allí. No por lo que me hayan contado. Como dije en su día, una imagen vale más que mil palabras. Y El Guano es un lugar para verlo, no para contarlo. Aunque lo haya intentado.
El pasado domingo, de madrugada, alguien agujereó la valla que se extiende a lo largo del recinto y permitió que los animales escaparan de allí. Cinco jaulas, cinco boquetes. De los 37 gatos que había, únicamente se quedaron allí cinco. Los otros 32 se fueron en busca libertad. Y no me extraña en absoluto.
¿Por qué ocurrió este hecho? En primer lugar porque alguien que pensaba que le estaba haciendo un favor animales cometió semejante estupidez. Y en segundo lugar, pero más importante porque si no lo primero no habría ocurrido, es la falta de seguridad y vigilancia en la zona. Muchas personas voluntarias y amantes de los animales ya lo habían advertido. Pero Javier Rodrigo, concejal de la formación naranja y que se encuentra al frente de la Consejería de Participación y Relación con los Ciudadanos, ni hizo ni ha hecho ningún caso. Los hechos demuestran total indiferencia.
Tras este penoso suceso, la Consejería aseguró sin rubor alguno mediante una nota de prensa que se iba “a reforzar” la vigilancia. Como si esta hubiera existido alguna vez.
Pues bien, este pasado miércoles por la tarde me acerqué por allí para comprobar en qué estado se encontraban los gatos y ver en qué consistía el tal refuerzo de la vigilancia anunciado por el consejero. Lo que vi allí me dejó de piedra. Una de las puertas de entrada al recinto estaba abierta y con el candado colgado de la valla.
Allí no había nadie (y las numerosas fotos y grabaciones que hice así lo atestiguan). Ni personal de vigilancia ni voluntariado. Únicamente varios carteles en los que se podía leer “Vigilado. Servicios de seguridad”, y un número de teléfono. Ver para creer.
A quien sí llamé fue a uno de los responsables que está manejando (y nunca mejor dicho) la gestión de los animales para contarle lo que ocurría. Por supuesto, y como es mi obligación como periodista, tras la llamada publiqué en una red social lo que allí había visto. Este hecho está recogido en el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Lo explico porque, a tenor de lo que me ha sucedido en el ámbito privado, hay personas que no lo entienden.
Comienzan el traslado forzoso de los gatos del Teatro Romano
Sin apenas tiempo para reflexionar sobre este asunto, el pasado martes el Ayuntamiento de Zaragoza impedía la entrada de la persona que desde hace siete u ocho años se encarga de cuidar y alimentar a los diez gatos que habitan entre las ruinas del Teatro Romano. Sin previo aviso. Solo le dijeron que los iban a capturar para llevarlos a El Guano. Una empresa privada se está en estos momentos haciendo cargo de la orden.
Imaginen la reacción de esta persona. Un traslado forzoso de diez gatos en pleno mes de junio, con unas temperaturas axfisiantes y a un lugar donde se incumplen las normativas municipal y territorial sobre protección animal.
Aún conmocionada por lo ocurrido, me comentaba que no entendía esta decisión del Gobierno municipal. Sin embargo, y al hilo de esto, el mismo martes la persona de la que hablaba anteriormente me aseguró que la cuidadora de los gatos del Teatro Romano comprendía perfectamente la decisión que había tomado el Ejecutivo. “Que, lógicamente, estaba disgustada pero que lo entendía”. Lo cual, como ella mismo ratificó, es totalmente falso.
María me cuenta por teléfono que los diez gatos estaban “absolutamente bien cuidados”, que eran “pacíficos, entrañables” y que no molestaban en absoluto. “Estamos destrozados”, añade, “no te lo puedes imaginar”. “Los llevan a un sitio miserable y horroroso. Es un crimen y una vergüenza”, afirma con la voz entrecortada. “No tienen en cuenta el daño moral y psicológico que nos están haciendo a los cuidadores”, dice finalmente.
No le falta razón a María. El traslado forzoso de todos estos gatos se está llevando a cabo de la peor manera posible. Y ello, a un lugar que no cumple en absoluto con las normativas establecidas en la protección y el bienestar de los animales. No hay que olvidar que después de la colonia del Pignatelli y la del Teatro Romano vendrán otras. Si no se hace nada para remediarlo, solo es cuestión de tiempo.
Y termino este artículo como lo empecé. Hablando de mí, aunque no me guste. Mis dos gatos siguen en casi la misma posición que al principio. Uno de ellos me da mucho calor y empiezo a sudar. También tengo las piernas medio dormidas. Pero no me importa. Y no me importa porque los quiero a mi lado, incondicionalmente. Por todo lo que me dan.
Es entonces cuando pienso en las personas que cuidaban, mimaban y alimentaban a los gatos del Pignatelli y del Teatro Romano –que habían establecido un estrecho vínculo con los felinos- y ni siquiera me puedo llegar a imaginar cómo se sienten, aunque lo haya comprobado en primera persona.
Por último, sé que no soy quién para pedirlo, pero háganme un favor. Den una vuelta por El Guano, en los Pinares de Venecia. Analicen lo que hay allí y pregúntense si esas condiciones son aceptables para la vida de un animal. En qué lugar queda su bienestar. Y finalmente: cómo es posible que la clase política de esta ciudad permita semejante aberración. ¿Alguna respuesta?