El gran apagón, un barniz de patriotismo

La soberanía energética sólo se puede conseguir impidiendo la especulación. Y esta sólo se puede evitar si reducimos enormemente nuestras importaciones energéticas, por lo que habría que potenciar la producción renovable en el Estado español; y si evitamos que un oligopolio de grandes empresas dominen la producción y distribución de energía.

Teruel
Foto: Yeto Salas.

A finales de 2021, el gobierno austriaco anunció que sus Fuerzas Armadas se estaban preparando para un eventual apagón energético generalizado, debido a una fase de aumento de actividad solar importante que está próxima a llegar (2022-2026, estiman). La previsión de una pandemia no fue tomada en serio y, tras declararse, el gobierno austriaco decidió tomar en serio otra previsión, la afección sobre cableado y tuberías metálicas que una extraordinaria actividad solar puede producir, como pasó en Québec en 1989, provocando un gran apagón local durante nueve horas. Este apagón podría imposibilitar el transporte de personas o de petróleo, gas, agua, alimentos… algo para lo que nuestra sociedad no está preparada, aunque sea una probabilidad muy pequeña a gran escala.

Ante un gran apagón, la sociedad organizada por vecindad podría reaccionar con menor caos y mayor éxito. Y este es el objetivo del gobierno austriaco, además de crear una red de apoyo de cuarteles autosuficientes. Y, aunque la motivación principal esgrimida ha sido una tormenta solar, también ha hablado de que “el cambio climático y el tiempo extremo, con intensas olas de calor y frío (consecuencia de aquél, aunque no lo digan), aumentan el riesgo de un apagón”. Un apagón nos dejaría sin ordenadores, móviles, semáforos, cajeros automáticos…

Aprovechando el impacto social que aún imprime la pandemia del COVID, a la que se añade la subida desaforada del precio de la energía por su creciente escasez, que agudizan las sanciones a Rusia y, sobre todo, por la especulación que las leyes europeas permiten a las grandes multinacionales energéticas, Vox ha lanzado una propuesta de nombre muy patriótico, la “Agenda España”, que pretende garantizar la soberanía energética española evitando el dominio de terceros países y que se basa en anular las medidas ambientalistas de lucha contra el cambio climático, nada más. Es decir, el plan de Vox no se parece en nada al austriaco. Al contrario, pretende garantizar los beneficios del oligopolio eléctrico, lo que produce mayor aumento del precio de la electricidad y mayor dependencia de las grandes multinacionales y de los países exportadores de petróleo y gas.

Aunque es obvio que gran apagón y subida de la luz no tiene relación alguna, ha servido para que mucha gente, creyendo bulos bien expandidos, apoye volver al consumo desaforado de combustibles fósiles como solución a los problemas económicos estructurales de nuestro sistema (el consumo de petróleo y gas sólo se ha reducido por la pandemia, no por las medidas medioambientales que tanto les cuesta tomar a los gobiernos, como demuestran, cada año, las COP). La soberanía energética sólo se puede conseguir impidiendo la especulación. Y esta sólo se puede evitar si reducimos enormemente nuestras importaciones energéticas, por lo que habría que potenciar la producción renovable en el Estado español; y si evitamos que un oligopolio de grandes empresas dominen la producción y distribución de energía.

La presidenta de Red Eléctrica Española asegura que “tenemos uno de los sistemas eléctricos más seguros y evolucionados del mundo”, desestimando la posibilidad de un gran apagón estatal. Algo que no es cierto si hubiera una enorme tormenta solar.
Pero, entonces, ¿habrá un gran apagón? ¿Por qué gobiernos, empresas y partidos de extrema derecha (o no) dan rodeos aduciendo con escasa profundidad científica?

Los grandes apagones locales ocurren con cierta frecuencia, unos por errores humanos de diseño, decisión o mantenimiento (Ontario, Canadá, en 1965, Nueva York en 1965 y 1971, Utah en 1981 -138 días-, Suecia en 1983 -89 días-, Auckland, Nueva Zelanda en 1998 -66 días-, Noreste de EE.UU. en 2003, India en 2012, Crimea por la guerra en 2014, Venezuela 2019, Líbano en 2021 por falta de combustible, Paquistán en 2021, Puerto Rico en 2022) o, incluso, por decisión gubernamental, como el de Ledesma, Argentina, en 1976, cuando el ejército cortó el suministro durante una semana para aterrorizar y detener a la oposición política; y otros provocados por desastres naturales como tormentas o huracanes (Nueva York en 1977 -24 horas-, Brasil en 1999 -100 días- y 2009, Italia en 2003, Florida, EE.UU. en 2017, Puerto Rico en 2017 -36 días-).

La guerra en Ucrania ha desatado el pánico en los gobiernos occidentales. Por un lado, cada vez es más difícil conseguir petróleo y gas en los mercados internacionales porque sube la demanda y baja la producción (el pico de producción de petróleo convencional, el más rentable y que permite producir gasóleo, se produjo en 2005, el del carbón en 2013, el del uranio en 2016 y el del gas está próximo -en Argelia y Rusia ya ha ocurrido-). Y en un sistema capitalista la especulación de precios manda. Como consecuencia, la inflación se descontrola y no se vislumbra salida. El malestar social podría explotar y algunos partidos quieren aprovecharse de ello aunque sea en el camino contrario al necesario.

Por otra, la apuesta europea por las energías renovables no se debe a la defensa del medioambiente, ni siquiera sabiendo lo que el cambio climático va a provocar en los próximos años: un clima desbocado y catástrofes naturales. Se debe a que la rentabilidad de los combustibles fósiles es mínima y ya no podrá mejorar, al contrario. Las empresas petroleras están desinvirtiendo a marchas forzadas (algunas, como Repsol, se están posicionando en el sector eléctrico).

En el Estado español, el 25% de la energía consumida es eléctrica (el resto proviene de petróleo y gas, principalmente). De la eléctrica, los 112 GW de potencia instalada provienen en un 55% de energías renovables y, aunque el pico de consumo ha sido 42 GW, se sigue produciendo una parte importante con combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas o uranio). En un escenario de dependencia internacional de combustibles fósiles, especulación e inflación se adueñarán del Estado español.

La gran esperanza son las energías renovables y, estas, en el mejor de los casos y con tecnología del futuro, no podrá producir más del 50% del consumo energético mundial actual (y menos occidental). Se debe a que la tecnología humana tiene una gran limitación: las leyes de la física. El fiasco de la tecnología de hidrógeno, a pesar de la ingente inversión europea, es un ejemplo.
Nadie quiere coger el toro por los cuernos, porque es muy impopular y puede destruir cualquier carrera política y los ingentes beneficios de las grandes empresas energéticas. En el futuro habrá que reducir el consumo energético drásticamente y adaptar el consumo a los momentos de producción. Porque las energías renovables, en su mayoría, se producen cuando la atmósfera quiere.

Y en esta tesitura, si no hay una buena planificación estatal, sí habrá cortes locales temporales de suministro muy frecuentes, como pasó en Texas en 2021 por falta de inversión de las grandes empresas eléctricas, que es justo, el sistema que propone Vox. Pero, esto, no es un gran apagón. Debemos acostumbrarnos a la escasez energética y reducir consumos ineficientes como iluminación nocturna, desplazamientos lejanos, vehículos privados, etc.

El gran apagón que avisa el gobierno austriaco se producirá algún día, no será a nivel mundial y cesará cuando lo haga la influencia solar. Mientras, podemos prepararnos para esta eventualidad, pero con la ciencia en la mano, mejorando las redes energéticas, haciéndolas mucho más locales y con participación ciudadana y basándose en las energías renovables, justo lo contrario que propone Vox. Como vemos, las ideas peregrinas pueden hundir un país o el planeta entero, así que de patriotismo, sólo tienen el barniz.

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