Estos días nos desayunamos con anuncios por parte de la ministra de la guerra, señora Robres, y el aplauso del herr Kommandant Borrell, sobre la entrega de tanques Leopard a un señor llamado Zelensky, jefe de un gobierno encausado en una operación de corrupción a gran escala, entre otras cosas de armas, y jefe de un gobierno que ha ilegalizado a cualquier partido que no sea de derecha o extrema derecha. Que alguien explique ¿quizá el herr Kommandant? las diferencias existentes entre el tal gobierno y una dictadura normalita.
Y, para acallar necedades, nada de esto quiere decir que el otro “pajarito”, Putin, sea hermanita de la caridad: pan-nacionalista, compañero de sonrisas de un tal Trump y proveedor de la extrema derecha europea, incluida la española, durante años.
Esto, sin entrar en preguntas, para nada estúpidas, de algunos porqués. Por ejemplo, ¿por qué más de cien tanques Leopard 2, con un costo de más de 1.100 millones de euros, están en almacenes para chatarra, canibalizados, oxidados, poco menos que en desguace y que, para ponerlos en funcionamiento correcto, la ITV española de tanques chatarreros habrá de gastarse otro “pico” de 300 millones de euros más?
¿Alguien pedirá explicaciones, responsabilidad a quien, en su momento, como ministro de Defensa, se gastó, alegremente, en tanques para desguace un monto con el que se podrían haber construido más de 200 grandes hospitales?
Pero vayamos a lo anterior.
Al fuego no se lo apaga con gasolina. La escalada bélica entre la OTAN (USA y sucursales) y la Federación Rusa con el envío de estos juguetes de guerra ofensivos, nos llevará a todos los europeos a estar más cerca de una línea roja de no retorno. Esto es la continuación del “Y tú más”. Después de esto, Zelensky pedirá aviones de combate, misiles de última generación… ¿Y después? ¿Quizá ingenios nucleares blanqueados con la palabra “tácticos”?
Que Putin tenga la responsabilidad de haber invadido Ucrania no puede ocultar que el Donbass, que la población del 40% del territorio ucraniano actual, se considere rusa y quiera un referéndum de autodeterminación, o de anexión, al territorio ruso. Regiones como el Donbass, Crimea, Odesa o Zapohiriya hablan ruso, tienen costumbres rusas, religión ortodoxa rusa, y lo más importante, se consideran rusos y quieren estar en o con Rusia.
Y esto hay que decirlo alto y claro. tenemos la responsabilidad de decirlo ya que los medios, uniformados con el mismo traje que el disfrazado Ministro de Exteriores de la UE, el herr Kommandant Borrell, solo cuentan una verdad a medias. Que es como mentira al completo.
Denunciar crímenes de guerra por parte del ejército ruso no puede incluir el silencio de los crímenes del ejército ucraniano reforzado con los batallones nazis tipo Azov y similares.
Tampoco silenciar la denuncia de los verdaderos motores del conflicto: las astronómicas ganancias en los sectores del gas (ganancias estadounidenses) y ganancias para las empresas de armamentos (la inmensa mayoría de las grandes, americanas). Una tarta de beneficios que puede suponer más de medio BILLÓN de dólares al año.
El auténtico motor que debería mover al disfrazado ministro de exteriores de la UE y a los países europeos −si es que quieren tener una política propia e independiente y pensar que, un día u otro, cercano o lejano, la Unión Europea tendría que estar integrada, también, por la Federación Rusa si se quiere que Europa brille con luz propia y sin tirar de la levita de nadie− es a llevar, más pronto que tarde, a las partes para negociar. Y eso se consigue presionando a las dos, a Putin con presiones económicas y políticas y a Zelensky con las mismas presiones, desde luego, ajenas por completo a Leopard, F-35 o ingenios tácticos nucleares que será lo siguiente.
Hace unas semanas, algunos ejecutivos de Bruselas estimaban que el costo económico de la posible reconstrucción en Ucrania era ya de 600.000 millones de euros. Con esas medidas que alimentan el incendio de la guerra, ese costo llegará rápidamente al BILLÓN de euros. Los mismos traficantes de las armas, los mismos negociantes que están en el fondo del conflicto, los mismos que se embolsan cientos de millones de dólares o de euros con la continuación de la guerra, se embolsarán miles de millones cuando decidan parar y reconstruir lo destruido en Ucrania. Esta guerra, como la inmensa mayoría, será un inmenso negocio con inmensos lucros de ida y vuelta: beneficios con la guerra y beneficios con la reconstrucción. Y, atentos, serán los mismos bolsillos los receptores.
Y esto, hay que decirlo. A pesar de insidias o estupideces que relacionen verdades como estas con el posible apoyo a uno de los personajes clave en el conflicto. Estas certezas como “puños”, creo que hay que decirlas en voz alta aquellos que pensamos de manera progresista, pacifista, de izquierdas, sin ningún complejo en ello.
¿Para qué?, para presionar a aquellos mandatarios que sí los tienen o que atesoran demasiados intereses en que la guerra continúe.
Y, ahora, viene el por qué del título del artículo.
La izquierda europea, incluyendo a la española, parece acomplejada de pedir, alto y claro, en las calles y en el congreso, lo mismo que debe de pedir en la inmensa totalidad de ocasiones bélicas: el fin de la guerra, el inicio de negociaciones, el cese de hostilidades.
Y eso no significa bendecir a Putin, estar con Putin, defender a Putin. Todo lo contrario. Eso significa desear el fin de las muertes −de unos muertos que, para jolgorio americano, no están encerrados en ataúdes con la bandera de las barras y de las estrellas, sino que son muertos ucranianos o rusos−, de todos los muertos. Eso significa poner en el tapete las lógicas, pacíficas y evidentes aspiraciones de ese 40% de ciudadanos que lo que desean es tener referéndums de autodeterminación, que tienen todo el derecho de desear ser rusos o ucranios si eso es lo que resulta de una consulta popular.
Eso es lo que creo que significa oponerse a la escalada en la guerra y pedir el inicio de conversaciones de paz. Y exigirlo en las calles, sin rubor, sin complejos estúpidos, exigir a los partidos que se dicen de izquierdas que sean coherentes, al menos lo justo para no ser cínicos, tanto, en este tema, como aquellos que son de extrema derecha.
Esto es lo que dicen pensadores como Noam Chomsky, incluso estadistas como el papa Francisco. Y no dicen −o lo dicen con sordina− dirigentes de la izquierda europea y española. Esto es lo que debemos gritar, sin complejos, personas que pretendemos ser progresistas y, también, pacifistas. Porque las dos cosas son inseparables.
Y, además, porque nos va la vida, el futuro, el planeta.
