La etapa de hoy ha sido exigente en lo físico. Ya se han superado los 400 kms. de pedaleo total con una etapa de más de 80 que ha depositado la Marcha en Fuendetodos. Por la tarde se ha visitado el embalse de Las Torcas en donde se ha repasado su historia y las últimas actuaciones que se han realizado como el trasvase a la zona de Valmadrid que, en opinión de varios asistentes conocedores de la realidad, están sirviendo para el abastecimiento a algunas granjas.
Aunque las necesidades de riego en la comarca están garantizadas, en parte debido a la disminución de la demanda, sigue existiendo el peligro de un proyecto de recrecimiento que situaría al embalse en parecidas circunstancias a los que ya se han recorrido en la marcha. Este proyecto que en la actualidad parece dormido, ha saltado a la actualidad en 2006 y 2012.
La nueva estrategia de gestión de riesgos de inundación
A lo largo del siglo XX la prevención de riesgos de inundación por crecidas fluviales se basó en la construcción de motas y diques de ribera, que pretendían fijar los límites en los que el rio debe moverse, aún en crecida. Límites que previamente, a lo largo de décadas, fuimos estrechando, talando bosques, roturando las fértiles tierras ribereñas o urbanizando espacios inundables. En los ríos navegables, se rectificaron meandros y se dragaron cauces para facilitar la navegabilidad y aumentar la capacidad de esos cauces.
En los 90, tanto en los Alpes como en las Montañas Rocosas de EEUU hubo fuertes nevadas invernales y luego una primavera lluviosa y cálida, que produjo crecidas extraordinarias, tanto en el Mississippi como en el Rin. Pero esta vez los efectos combinados de motas de ribera y obras de rectificación, estrechamiento, deforestación y dragado de cauces multiplicaron de tal forma la energía del agua que, en las zonas bajas (Holanda y Luisiana), las más pobladas, se produjeron catástrofes sin precedentes.
A raíz de estos hechos, la ingeniería civil inició un giro radical en las estrategias de gestión de riesgos de inundación, asumiendo un nuevo lema: “dar espacio al agua”. En lugar de pretender dominar la fuerza de las crecidas en espacios fluviales cada vez más estrechos, se pasó a renegociar con los ríos sus espacios de expansión, retranqueando motas y diques, para dejar un mayor espacio al río; se recuperaron meandros y bosques de ribera, para frenar la energía de las crecidas; e incluso se instalaron compuertas en las motas para expandir, de forma blanda y controlada, las crecidas extraordinarias, previa negociación de compensación de daños en las cosechas que pudieran generar esa especie de riego excesivo y prolongado de los campos.
En otros casos se construyeron cauces complementarios o se recuperaron cauces antiguos, para derivar caudales en crecida. Estas estrategias, que buscan reducir la energía destructiva de las crecidas extraordinarias, minimizando costes, generan además dos beneficios complementarios: el abonado de los campos, por depósito de limos fértiles con esas inundaciones blandas; y sobre todo, la reducción del tiempo de inundación.
En el Ebro, hoy, aunque las motas aguanten, las aguas se filtran por debajo e inundan los campos, con el agravante de que luego la inundación permanece, aunque baje el nivel del río, al impedir las propias motas su retorno al cauce. Las compuertas, permiten evacuar las aguas cuando el río baja. La CHE, siguiendo los nuevos enfoques de la legislación europea en esta materia ha empezado a adoptar este tipo de estrategias en el Plan de Gestión de Riesgos de Inundación de la Demarcación del Ebro, promoviendo experiencias piloto basadas en convenios con Ayuntamientos como los de Tudela, Caparroso, Marcilla, Milagro o Peralta; constatándose excelentes resultados durante las últimas crecidas.
Sin embargo, la falta de explicación y de comunicación social de estas nuevas ideas y el oportunismo político que busca el voto fácil a corto plazo, hacen pervivir las viejas ideas, basadas en recrecer motas y dragar cientos de kilómetros de cauce, pese a su inutilidad y coste impagable.