COVID-19 en Gaza: reinventarse para resistir

Hace años que en Gaza nadie logra levantar la cabeza. ¿Cómo hacerlo ahora con esta crisis del coronavirus? Hemos hablado con Dina y Yahia. Ella, con 37 años, es una mujer divorciada que se vuelca por hacer a sus dos hijas felices. Él, con 25 años, está deseoso de continuar su vida con su prometida. Esas son sus aspiraciones, pero la realidad es una barrera difícil de flanquear.

Yahia.

La COVID-19 ha logrado hacernos sentir vulnerables y digo logrado porque en un mundo donde las libertades se hacen sentir más que las restricciones, aunque estas estén presentes, pocas veces un fenómeno “natural” nos había dejado tanto tiempo en suspensión, en una incógnita, en el miedo. En muchas ocasiones la empatía ha brillado en los tiempos más oscuros. También ha resurgido por primera vez en otras personas o ha sido sumergida en cánticos fascistas.

En la franja de Gaza llevan años pasando por un “fenómeno” (no natural) que está haciendo pasar a su población por muchas de las sensaciones que estamos experimentando por aquí desde marzo. Llevan años, repito, años en los que hay picos de solidaridad, valles de resistencia y precipicios en los que la esperanza se desvanece por completo.

La COVID-19 ha llegado también hasta dicho enclave costero, bloqueado, ocupado, castigado abusivamente por políticos israelíes y palestinos. A fecha del 10 de octubre se registran en la franja de Gaza 3.897 casos de coronavirus con 24 muertes, entre ellas la de un bebé el pasado mes de septiembre. Todo esto bajo el colapso de un sistema de salud tan endeble como las defensas del pobre bebé fallecido.

Dos hijas, dos carreras y una microempresa afectada por el coronavirus

El pasado mes de agosto los colegios de la franja de Gaza dieron comienzo el año académico. Con ello, llegaba el “agosto” para la microempresa que regenta Dina, una papelería con material escolar. Tres semanas después, las autoridades decretaban el cierre total de colegios, mezquitas, universidades, salas de bodas y todo lugar de encuentro social.

La COVID-19 volvía en una segunda ola y esta vez sí se dejaba sentir… y temer. Se piensa que el virus llegó exportado. Pudo ser una persona que entró por el paso fronterizo egipcio de Rafah y que, a pesar de la cuarentena, fuera positiva. También se habló de una paciente que llegó de un hospital de Jerusalén contagiada sin saberlo. Y, por supuesto, para las autoridades cabe la posibilidad de un contagio a través del material que deja entrar Israel con cuentagotas por el paso fronterizo de Karem Abu Salem.

Con todo, Dina miraba con preocupación desde el interior de su tienda a la calle. No llegaba nadie. Nadie compraba. Sin escuelas, no había negocio y sin negocio Dina se enfrentaba -una vez más- a un endeudamiento.

“Tengo toda la mercancía en la papelería. A los proveedores les dije que no puedo pagarles, ¿cómo voy a hacerlo? Tengo una deuda de 2.500 dolares”, explica Dina a AraInfo.

Dina hizo estudios de multimedia y ahora está a punto de terminar Trabajo Social. Ella cubre todas las necesidades de sus hijas, su exmarido solo les da de comer “cuando le toca quedarse con ellas como ahora, que estoy con el trabajo de fin de carrera”. La deuda que soporta no solo se debe al negocio, a los gastos del día a día, también a la matrícula universitaria.

Dina.

“Al final me quedan solo 200 shekel (52,6€) que es lo que me da mi madre cada mes para ayudarme -lamenta Dina-. No es suficiente, pero no hay alternativa”.

El negocio de la papelería comenzó en 2018 gracias a una beca de una ONG. Dina no dudó en invertir más para sacarla adelante. No tenía miedo, tampoco ahora lo tiene. Dice que siempre hay esperanza. Quizás pueda recuperar algo estos días con el inicio de los institutos porque lo único que no tolera es no poder darles a sus hijas lo que necesitan.

“Ansiedad, estrés, pesadillas, forman parte de mi rutina. -Asiente la emprendedora- Cuando mis hijas me piden un shekel y no tengo, ¿sabes lo que es eso? Todo ha perdido el equilibrio”.

Está convencida en que, tarde o temprano, los caminos “se abrirán”. Así recuerda la época anterior a la imposición del bloqueo israelí sobre Gaza, un momento en el que entraba gente a la franja y la economía se movía.

“Extranjeros, expatriados… todos venían y compraban productos típicos palestinos. Yo misma cosía los bordados. También trabajaba con multimedia y grafismo -cuenta con ilusión-. Sin bloqueo mi situación sería mejor, toda la situación cambiaría. Tengo esperanza, pero lo malo de la esperanza es que es muy lenta”.

Cinco trabajos en cuatro años sin poder ahorrar un duro

Con 25 años, Yahia reencarna el espíritu del dinamismo laboral. Reinventándose una, otra, y así todas las veces necesarias, ha desempeñado cinco trabajos diferentes durante los últimos cuatro años. Ha sido así porque ninguno ha podido sobrevivir a las circunstancias por las que atraviesa Gaza.

“Estudié Ingeniería Eléctrica en el Instituto de la Unión Internacional de Iglesias en Gaza -explica el joven-. Cuando terminé, en 2016, trabajé durante cuatro meses como supervisor de proyectos agrícolas. Luego invertí todo lo ganado en un proyecto de cría de aves y conejos, pero, desafortunadamente, no funcionó”.

Con los 1.300 dólares que sacó vendiendo su parte del proyecto, Yahia decidió comprar un coche, un viejo Subaru de los 80, para trabajar como taxista. En dicho gremio se encontró con gente de todo tipo, sin estudios o con títulos (varios) universitarios. Trabajaba toda la jornada hasta bien entrada la noche.

Entonces llegó el coronavirus. Durante la primera ola de COVID-19, más de 4.000 personas perdieron el trabajo en la franja de Gaza y unas 50 fábricas echaron el cierre. La Federación General de Sindicatos en Gaza contabiliza que entre 12.000 y 15.000 taxistas tuvieron que reducir sus tarifas. A Yahia, sin embargo, la pandemia no le tocó pasarla como taxista. Abandonó ese proyecto a principios de este año para abrir un jardín de infancia.

“Después de vender el Subaru pude trabajar unos meses con el ayuntamiento de Deir al-Balah (en el centro de la franja de Gaza) y con todo el dinero que tenía preparé un nuevo proyecto. Una guardería. La llamé “Los Pitufos” y tuvimos muchas inscripciones”, relata.

El coronavirus provocó el cierre de este otro proyecto y Yahia tuvo que estar repartiendo galletas para un proveedor con el autobús que había comprado para ir a buscar a niños y niñas.

Yahia da un suspiro profundo y continúa: “El bloqueo, la situación económica, el alto nivel de desempleo empujan a la gente a buscar diversos campos para tener una fuente de ingresos. Lamentablemente, estudié y aprendí la profesión de electricista y solo lo he puesto en práctica 9 meses”.

La frustración hizo en un momento dado que Yahia barajara la opción de migrar fuera de la franja de Gaza lanzándose a una de las rutas del “Mare Mortum”.

“A veces me siento frustrado con esta realidad. Estoy prometido y espero poder tener un trabajo que me permita completar mi matrimonio. Ella me apoya constantemente, de hecho, fue ella quien me habló del e-marketing y ahora estoy haciendo un curso online -afirma contento-. La vida requiere mucho esfuerzo y muchos intentos.

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