Pescar el Salmón (editorial Capitán Swing) podría ser, aunque quizás en otro país, claro, un manual de lectura obligada en las facultades y escuelas de periodismo, o como se llamen ahora, por su contribución a desenmascarar una de las ‘trampas al solitario’ que con mayor frecuencia se hacen los trabajadores de la información: los medios de comunicación tienen intereses y en ocasiones su ‘leit motiv’ consiste en actuar como cadenas de transmisión de los planteamientos de sus propietarios y/o, según el grado de dependencia, acreedores y financiadores varios.
Y eso, aunque centrado en la prensa económica, “no es cosa menor o, dicho de otra manera, es cosa mayor”, como dice la célebre expresión con la que describió la cerámica de Talavera un ilustre paisano del autor, Yago Álvarez, ahora coordinador de la sección de Economía de El Salto y activo tuitero como @EconoCabreado y, antes, licenciado en Económicas, trabajador del sector de las finanzas y los seguros y, también, activista implicado en materias de fiscalidad y economía.
Esa información parece incluir rasgos de economía y de religión, básicamente por la mezcla de promesas de salvación eterna, en este caso con forma de riqueza y prosperidad, y de algo tan típico de los sacerdocios como el oscurecimiento del lenguaje. ¿Es eso lo más característico de la prensa de color salmón?
Ese lenguaje es la principal barrera que ponen al lector y al mismo tiempo su principal fortaleza. Lo utilizan para que la gente no se meta en la economía, y es su principal fortaleza porque así generan esa imagen de ciencia casi exacta con la que se sitúan por encima del resto de los mortales. Eso les permite crear su narrativa.
Hay un personaje principal, que a algunos nos resulta hilarante, como esa ‘mano invisible’ que supuestamente regula el mercado. ¿Qué es la ‘mano invisible’? ¿Quién son ‘los mercados’?
‘La mano invisible’, en palabras del propio Adam Smith (economista del siglo XVIII y autor de la idea), era la divina providencia. ‘La mano invisible’ no existe, es un poder que se oculta. Es esa imagen de ciencia no exacta y exenta de ideología bajo la que se oculta el manejo de los hilos, y que tiene esa barrera de los medios de comunicación tras la que esconderse.
¿Hay algo más político que la economía?
Absolutamente, casi nada. La economía lo impregna todo, es pura política y pura ideología. Meterse en la economía es meterse en la democracia. Escribo el libro para que la gente se meta en la economía, y con ella en la democracia; para que se empodere.
Las teorías, las económicas y las políticas, tienden a obviar que la práctica recae sobre personas, que tienen intereses y que las desarrollan y las sufren, según el caso. ¿Por qué?
Eso es lo que más diferencia a la economía de cualquier ciencia, digamos, más exacta. Hay tantas variables como personas; o más, incluso. Además, la economía y la política están atravesadas por los momentos en los que vivimos, por los equilibrios entre fuerzas sociales, entre estados, entre lo que está fuera del Estado, como la Academia, y el propio Estado. Eso hace imposible enmarcarla como una ciencia exacta ni nada parecido.
Hay ‘think tanks’, organismos como el FMI y gobiernos que se dedican a lanzar profecías, aunque las llaman previsiones, y que normalmente fallan. Y a pesar de eso seguimos prestándoles atención y creyéndoles. ¿Eso lo ha impuesto alguien o es que los periodistas no tenemos otra cosa que hacer que contar las ocurrencias del FMI?
Tampoco hay tanta literatura que se salga de esos dogmas, de esos mantras neoliberales que se lleva décadas aplicando. Y, por otro lado, es verdad que les sale gratis: el FMI puede fallar el 80% de las veces que anuncia una crisis y eso no le pasa ningún tipo de factura, y con los ‘think tank’ pasa lo mismo. La verdad y los resultados importan muy poco frente al relato que se crea.

En el libro cita un estudio que cifra en el 3% el grado de acierto del FMI, un nivel que supera cualquier ‘cuñao’ solo por el acierto casual.
Muchas veces falla porque no es capaz de dar marcha atrás en sus postulados, no es capaz de admitir que lo que ha aplicado en los veinte o treinta años anteriores no funciona. Pero cualquiera que sigue aplicando las mismas fórmulas va a obtener los mismos resultados. No son capaces, ni tampoco los ‘think tank’ de asumir que los dogmas que llevan años defendiendo se están cayendo como castillos de naipes.
Con la pandemia hubo un amago de ‘resurrección’ de Keynes, con episodios como el español, donde mejorar salarios se traduce en un aumento del consumo privado en una economía cuya demanda depende casi en un 60% de ese factor y que, en consecuencia, progresa.
Ahora vemos al FMI y a la OCDE hablar de impuestos al patrimonio, y a la UE eliminando las reglas fiscales cuando llega la pandemia y diciendo a los gobiernos que se endeuden lo que consideren oportuno porque de otra manera no vamos a salir de esta crisis. Se han abierto vías de debate sobre algunos mantras porque la gente se ha dado cuenta. Y luego viene la crisis climática, que está haciendo abrir los ojos a mucha gente.
Cita usted un hecho histórico poco conocido, que es la respuesta de Margaret Thatcher cuando le preguntan cuál es su mayor legado: dijo que era Tony Blair. ¿Cuál es el principal legado de los anteriores regímenes que ha habido en el Estado español? ¿Qué diría Franco si le preguntaran cuál ha sido su principal legado?
Diría que Felipe González es el mejor legado de Thatcher en España. Acabó copiando el modelo de las socialdemocracias europeas, privatizó más empresas públicas que José María Aznar y fue quien abrió ese proceso. Consiguió que la socialdemocracia se tornara liberal, y ahí es donde esas ideas se vuelven transversales. El mejor logro de Franco es esa burguesía cuyos apellidos siguen controlando el Ibex 35 pero cuyos nombres casi nunca aparecen. Florentino y Amancio, que es el único que salió de un garaje, son famosos; pero el resto no, no se les conoce.
Mercado que observas, manipulación que te encuentras; da igual la vivienda, la energía o los alimentos. Los precios están disociados de la actividad. ¿Hay alguna lógica en los mercados hoy?
Sigue habiendo una diferenciación a la que hemos ido llamando lucha de clases, en la que las dominantes cada vez acumulan más poder y capital y controlan un mayor número de mercados. Cuando agotan un circuito, o un mercado, van a otro. Y cuando se acaban los comerciales van a otros, como los que considerábamos derechos, caso de la vivienda.
Hay un ámbito donde eso ocurre de una manera especialmente intensa, que es el energético. ¿La factura de la luz se puede entender o realmente hemos de creernos que no?
La factura de la luz se puede entender, y debería simplificarse. Hemos visto a medios tratar de convencer a la gente de que el cargo de la factura por la excepción ibérica era una subida de precio, cuando en realidad lo reducía. Eso ha ocurrido porque el Gobierno no ha sabido comunicarlo. Poder, se puede; pero cuando ni siquiera un Gobierno es capaz de romper esas barreras se entrega el relato en bandeja a los manipuladores. Cuanto más comprendamos la economía más sano será para la democracia.
Cierra el libro con un párrafo en el que se refiere al periodismo como garante de la democracia y como herramienta para los ciudadanos frente a los poderes. ¿Aquí habla de la prensa económica en particular o de los medios en general?
Enfoco el libro a la economía, pero el análisis es global. Todos los grandes grupos de comunicación tienen su faceta económica y al contrario, y los intereses se cruzan.