Turismo en el Estado español: el hoy y el mañana

Este artículo es un extracto del detallado trabajo del mismo nombre elaborado por Carlos Tundidor. En el trabajo al completo, “se estudian los datos en los 20 países de nuestro entorno con mayor capacidad turística”. En este extracto, “lo haremos con cuatro países” relacionándolos con el Estado español.

Unos cuantos datos que sirvan de entrante para el menú. Todos son referidos al año 2019:

  • Población: 47 millones -- Visitantes extranjeros en 2019: 84 millones -- TA (tasa afluencia: 84/47 = 1,9
  • Porcentaje del turismo sobre el PIB: 12% -- VAB: 154.000 M€ – Valor añadido neto: 58.000 M€
  • Porcentaje del turismo sobre la población activa: 13,5% Total empleados: 2,6 M. de personas.
  • Subsector de hostelería, dentro del sector “turismo”: 1,2 M. de personas. 96% de ellos sin cualificar
  • Porcentaje mano de obra sector Industria: 12,5 % -- Porcentaje del PIB sector industria: 14,2 %
  • Caso particular de Baleares: PIB del turismo: 33 % Empleo del sector turístico: 38 %
  • Caso particular de Canarias: PIB del turismo: 35 % Empleo en el sector turístico: 40%

En el trabajo al completo, se estudian estos datos en los 20 países de nuestro entorno con mayor capacidad turística. En este extracto, lo haremos con cuatro países relacionándolos con el Estado español, dónde M. será millones.

  • Francia: 85 M. de turistas; 67 M. de población; TA = 1,3 -- PIB = 6,5 % -- Empleo: 6,8 % -- Industria: 22 % PIB
  • Italia: 67 M. de turistas; 60 M. de población; TA = 1,1 – PIB =7 % -- Empleo: 8,2 % -- Industria: 20 % del PIB
  • Alemania: 48 M. turistas; 83 M. población; TA = 0,6 -- PIB = 4 % -- Empleo: 4,5 % -- Industria: 25,5 % PIB
  • Reino Unido: 50 M. turistas; 67 M. población; TA =0,8 – PIB = 3,7 % -- Empleo = 4,5 % -- Industria: 19 % PIB

En la comparativa, todos los datos en el Estado español salen mucho peores que los de estos cuatro países. Si lo hacemos con la totalidad de los 20 países, los datos responden a estos mismos patrones salvo con Croacia e Islandia que tienen una altísima tasa TA y porcentajes elevados de empleo y PIB por el turismo.

Relacionándonos con los países industrializados de Europa, el porcentaje que nos falta, tanto en PIB como en empleo, del sector industrial, 6-7 puntos al menos, es, exactamente, lo que sobra en el sector turismo.

Estacionalidad de nuestro turismo

Número de plazas hoteleras o establecimientos análogos (casas rurales, campings, hostales, apartamentos turísticos): 3,6 millones de camas. Número de pernoctaciones posibles al año: 1.314 millones.

El número de pernoctaciones fue de 355 millones en hoteles o establecimientos análogos (casas rurales, campings, hostales). La estacionalidad media enero-julio en Baleares fue de 1:12. Es decir, doce veces menos turistas en enero que en julio o agosto. Otras estacionalidades: Ibiza 1:30; Costa Brava 1:13; Costa Dorada 1:25; Costa del Sol 1:4; Rías Baixas 1:8; Madrid 1:1,5; Sevilla 1:1,6. La estacionalidad media en 2019 fue del 27 %. (Noches reales ocupadas entre noches reales posibles).

Precariedad de nuestro turismo

  • 2 millones de los 2,6 millones de empleos totales en el sector turismo son de baja cualificación.
  • 0,5 millones de empleos son de “Kellys”. Salario medio: 750 euros/mes.
  • 1,2 millones son del sector de hostelería, 96% de baja cualificación. Salario medio del trabajador asalariado, 0,8 millones: 950/1.000 euros.

¿Es este el turismo qué necesitamos?

La respuesta a esta pregunta, al menos desde el corazón, parece decir que no, intentemos razonar. Nuestra tasa de afluencia es elevada, pero lo peor es que, además de cruzar esa línea roja, el nivel de concentración en unas pocas zonas es tan fuerte que duplica lo negativo relativo a las relaciones con las gentes que viven en esas zonas. Convierte esas zonas en burbujas inmobiliarias que, además de explotar tarde o temprano, deteriora paisajes -nuestra moneda de cambio en turismo- y degrada el medio. Y los precios de elementos básicos: alquileres, transporte, alimentación…, se disparan.

Por otra parte, el porcentaje del PIB y del empleo que se lleva el sector es desproporcionado. No hay más que compararnos con los países industrializados y turísticos de nuestro entorno para comprobar que sobran puntos de ambos índices en este sector. Cualquier crisis, cambio de costumbres, pandemias, arruina la economía. No así la de aquellos países que tratan el turismo no como monocultivo sino como una opción más.

No es casualidad que los puntos de PIB y de empleo que nos sobran sean los mismos que nos faltan en el sector manufacturero -la industria-. Recordemos que, mientras nuestro sector industrial absorbe un 14 % del PIB y el turismo el 12 %, la industria en Alemania ocupa el 25,5 % del PIB y el 4,5 % en turismo, o Francia, con un 22 % del PIB en industria y el 7 % en el turismo. Y cifras análogas para Suiza, Austria, Italia…

Además, nuestra masificación en este sector conduce a la precarización intensiva de los empleos. Mucho más que en los países del entorno europeo. Precarización tanto en la duración del empleo como en el importe del salario. Esto se comprueba viendo que la participación del PIB (12%) es menor que la del empleo (13,5%). Deberíamos reconsiderar, reconducir y redistribuir el sector.

Reconsiderar: primero, hay que descabalgar el concepto de un crecimiento insostenible: de ir a por más y más millones de turistas. El crecimiento por el crecimiento, una filosofía tan neoliberal como torpe.

Segundo: reconducir nuestro turismo hacia otro con menos hormigón y cemento. Disponer leyes más restrictivas y duras hacia la degradación, la modificación de la Naturaleza en nuestras costas. Hay que tener muy presente que esa es la moneda de cambio de nuestro turismo. Si degradamos las costas, los montes, los paisajes, a lo que vamos es al “hara-kiri” turístico. Frenar y, también, eliminar, poco a poco, esas manchas horribles de urbanizaciones que afean las primeras líneas de costa, los montes que circundan el paisaje o los pueblos turísticos, para pasar, sosteniblemente, a gozar de la naturaleza, del sol, del monte

Para ello, hay que apostar, decididamente, por casa rurales, por albergues con alojamiento y desayuno, por hoteles pequeños integrados en el paisaje, por los campings con todos los servicios. Hay que abandonar proyectos de complejos mastodónticos que solo servirán para ahuyentar al viajero puesto que el paisaje, aquello por lo que viene el turista, se degrada o destruye con semejantes monstruos.

Tercero: redistribuir. Nos sobra masificación en muchas de las zonas de sol y playa. Por el contrario, el turismo interior de naturaleza, el turismo cultural, el turismo monumental puede, y debe, incrementarse. Poner en valor los cientos de lugares pintorescos, maravillosos, que hay en nuestro país. Ponerlos en valor redistribuyendo desde el origen (ferias, publicidad y propaganda) hacia un sector turístico integrado en el medio. Ofrecer no solo el alojamiento agradable en un hotel con encanto o en una casa rural, también la naturaleza, los circuitos monumentales de la comarca, los que promueven el ejercicio, una cierta aventura, favorecer el senderismo con guía, el recorridos balizados con bicicletas o caballos, el montañismo, todas las posibilidades que pueden dar los ríos, lagos, embalses, bosques, montes…, siempre sostenibles. Promover, igualmente, la cultura añadida en esos lugares centralizados por las comarcas y la gastronomía Mantener el turismo de sol y playa, rebajando las concentraciones, y promover aquellos lugares, cientos, en los que se puede realizar un turismo integrado en las vertientes de naturaleza, cultura, monumental y costumbres.

En lo concreto, a plazo medio de diez años, hay que rebajar los porcentajes de PIB y empleo en este sector a unos porcentajes equivalentes a los de los países eminentemente turísticos de nuestro alrededor, índices que podrían ahorquillarse entre el 7 y el 9%. No será sencillo, pero deberemos hacerlo si queremos un turismo sostenible, un turismo que no sea peligroso para la economía en cada parón, un turismo que sea receptivo por los ciudadanos que habitan, todo el año, al viajero, un turismo más relajado y repartido, mucho más que ahora, en los doce meses. Al tiempo, convertir esos puntos de menos en el sector turismo, en puntos del sector industrial, esta ha de llegar al horizonte del 20%, un horizonte comunicado a la UE ya en el 2014, puntos industriales que mejorarán nuestra efectividad y eliminarán precariedad.

Probablemente, el límite numérico del turismo no debería de pasar de los 75 millones de viajeros, redistribuyéndolos mejor, tanto estacionalmente como geográficamente. Caminar hacia una mejor calidad turística no supone encarecerlo ni apostar por un turismo de lujo. En absoluto. Supone evitar “paquetes” de menos de 200 euros para una semana de alcohol y borracheras, supone evitar la desaparición de nuestra “gallina”, de comernos solo los frutos. La locura consistente en sobrepasar, año tras año, los millones de visitantes del anterior solo conducirá a que, un día, nos demos de bruces con el vacío, nunca recuperable.

Diseñar un turismo que respete el medio ambiente

Hay que frenar ese pandemónium y diseñar un turismo que respete el medio, que tenga más interrelación con él. Aprovechar mucho más los cientos de paisajes españoles que, si se saben vender de manera sostenible y sin rebajar su hermosura con bloques de hormigón, serán más fructíferos y duraderos que aquellos que hay que malvender por la presión de los millones de turistas necesarios.

Cuando el tiempo de la pandemia termine, habrá que recomponer el sector, ayudar a que tenga, de nuevo, sangre en las venas económicas, pero encauzándolo desde ese mismo instante en los márgenes de un turismo sostenible, turismo con más porcentaje de PIB que de empleo, turismo que corrija la brusca estacionalidad entre enero y julio, turismo con salarios más dignos, con un techo en función de la población y que, hoy, no debería superar 1,5 la tasa de afluencia. Y si la superase en alguna décima siempre con la distribución del mismo hacia más lugares, más sectores, más meses del año.

Si mantenemos la cantidad actual habría de ser con un aumento demográfico. Y esto, con una tasa de reproducción de 1,31, la segunda menor del mundo, es imposible. Salvo que se apueste, decididamente, por abrir fronteras a personas que, hoy, no son de este país pero querrían serlo. Si, a medio plazo, nuestro horizonte poblacional fuera de 55 millones de habitantes, se podría llegar a esos 80/85 millones de turistas. Ese, en todo caso, es otro debate.

Expertos demógrafos y sociólogos barruntan que los movimientos de gentes que se producirán en un futuro cercano es el del viajero que quiere ver, descubrir, disfrutar del paisaje, del trato, de la naturaleza impoluta, de la gastronomía, también del clima, pero exige -exigirá- ser tratado como individuo y no como “paquete” del mismo operador. Operador que hoy uniformiza el trato: todos aquí, todos allá, todos a esperar fila para entrar durante un breve espacio al lugar que otros abandonan rápido, rápido. Un modelo de turismo impersonal, de trato distante, de filas y esperas, de visitas idénticas, de once a doce tal cosa, a la una a comer y de dos a tres, tal otra. Ese tipo de turismo masificado, modelo en el que todos son piezas ordenadas por los tiempos, por la uniformidad, por lo seriado de las visitas, es un turismo que, quizá, tenga algo de presente -cada vez menos-, pero, indefectiblemente, el país que apueste por él se equivocará.

El turismo que se impondrá, a plazo de quince, veinte, treinta años, es el de la persona que quiere descubrir paisajes nuevos, gentes nuevas, pero descubrirlos impolutos, sin agobios. Ciudades o pueblos amables para el paseo, con un fondo cultural que sea la salsa del viaje, apostando por el placer de caminar, ir en bicicleta por circuitos únicos. Alojarse en pequeños lugares que huyan de la impersonalidad, hoteles pequeños o campings, pero no en hoteles de mil camas que funcionen como fábricas. No querrá trato de rebaño, horas para comer, para pasear, para descanso, para ver aquel lugar, para comprar, para bañarse, para ocio…, todos de la misma manera, a las mismas horas, a los mismos sitios, con las mismas filas, con el mismo tiempo… “No se amontonen, por favor…”.

Caso de no hacer esta planificación, si no ponemos todos los esfuerzos para este otro tipo de viajes, llegará un día que se habrá terminado el filón. Nos habremos comido la gallina y será el día del finiquito.

Antes que ese día, los fondos inversores, “buitres” o “águilas”, que destruyeron playas y paisajes, que construyeron hoteles faraónicos, habrán cerrado los chiringuitos para largarse a otros lugares que puedan, todavía, destrozar a placer aunque sea con la ayuda de maletines. Los que desean este tipo de turismo, insostenible, voraz, destructor, masificador, lo único que desean es más ganancias, más turistas, más camas, y eso caiga quien caiga. Cuando el festín se termine, se irán a esos otros lugares y “hasta otra”.

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