En Zaragoza, como en cualquier otro sitio, hay cosas que está feo decir. Entre ellas destaca el agravio a la Virgen del Pilar. Bueno, las personas nacidas en la capital del Ebro podemos cagarnos en la susodicha –si nos pillamos el dedo con una puerta o si nos chipia el 39 al pasar a toda velocidad por un charco–, pero como venga un forano a meterse con ella se monta un sindiós. Yo, convencido ateo, nunca he sido de adorar muñecos. Soy una persona sin fe y me cago en la Virgen a veces sin motivo aparente.