Resaca mundial de Qatar: boicot fallido y juegos de poder

Este Mundial, conocido como el de la vergüenza, ha resaltado el sistema mundo capitalista y racista en el que vivimos, en el “pan y circo” y las emociones instantáneas que mueve el fútbol, haciéndonos olvidar durante unas semanas las consecuencias del capitalismo racial, las personalidades de los nacionalismos e imperialismos, la corrupción en la FIFA, los partidos emocionantes de equipos de países africanos, el blanqueamiento del estado de Israel y el sionismo, la denuncia de la causa Palestina y la ocupación del Sáhara Occidental, y, por último, la presencia de hijos de migrantes en equipos del país de origen, reluciendo el racismo y rechazo que viven en Europa además de no identificarse con la identidad nacional del territorio que les vieron nacer y crecer

Copa del Mundial de Qatar
Foto: Rhett Lewis (Unsplash)

El fútbol es uno de los deportes más populares del mundo, practicado por millones de personas y con una gran extensión internacional. Dinamiza nuestras relaciones sociales desde compartir momentos en el tiempo libre practicando dicho deporte, el seguimiento a clubes o equipos de fútbol, el entretenimiento ofrecido por diferentes ligas hasta llegar al mundo de los videojuegos.

En la cultura popular, el fútbol tiene una capacidad de influencia sobre la percepción del mundo en el que vivimos, desde el ascenso social de un jugador por sus capacidades físicas, habilidades y estrategia en el campo de juego y sobretodo su talento, en el que cuestiones de clase, raza y género tienen un peso importante. Donde aprendemos y asimilamos el impacto de las dinámicas de poder del mundo, en el que un jugador se convierte en un peón.

Los mundiales de fútbol, desde la creación de la FIFA para unificar el entusiasmo por este deporte desde 1930, han ido transformándose de la mano de la dinámica del racismo y el capitalismo, siendo una alternativa a los Juegos Olímpicos. En él las Confederaciones Continentales presentan diversidad de equipos de fútbol de Estados que les representa en el campo de juego, mostrando así las habilidades de equipo y de jugadores, en el que entusiastas del fútbol se olvidan por unos instantes de las dinámicas de desigualdad y las hegemonías de las naciones durante unas semanas.

El FIFA Gate, corrupción y juegos de poder

La distinción básica entre oriente y occidente como punto de partida en las descripciones sociales, relatos políticos y dinámicas de poder, estuvo desde el primer momento desde que Qatar ganó el concurso en 2010 para albergar el Mundial. Tras esta polémica, ocurrió el estallido del FIFA Gate en 2015, así como la elección simultánea de los mundiales que se albergaron en 2018 en Rusia y este año en Qatar.

En el documental “Qatar, el Mundial a sus pies”, se muestra que la elección simultánea de ambos países se hizo a raíz de un cambio de sistema en 2007, en el que si un continente había albergado un Mundial, dentro de los dos próximos años siguientes no podía presentarse a concurso. Ya por aquel entonces había una maquinaria de corrupción en la FIFA, desde comprar votaciones y apoyo a candidatos hasta sobornos. La carrera de albergar el Mundial corría desde que Sudáfrica ganó la candidatura anfitriona en 2010 y Brasil en 2014. Desde entonces países europeos peleaban por la candidatura para el 2018, junto con el resto de países asiáticos, países de Oceanía, EEUU y del Medio Oriente el de 2022.

Ya en 2010, en el Mundial de Sudáfrica, se manifestó el grado de poder de los clubes de fútbol europeos y la desigualdad salarial entre diferentes jugadores de distintas confederaciones continentales. También el gran aumento de futbolistas de origen africano que jugaban en equipos de fútbol de estados europeos, reflejando el sueño neoliberal y racista del triunfo.

Todavía recordamos las protestas sociales en Brasil en 2014, debido al gasto económico de millones de dólares en obra pública. Se realizaron recortes en políticas públicas, aumento en el precio del transporte, gentrificación de las chabolas y la malversación de fondos públicos. Eslóganes como “¡FIFA fuera!” y “¡Queremos hospitales como los de la FIFA!” mostraban como la Copa Mundial robaba dinero en sanidad y educación, gentrificaba por razones de raza y clase, limpiaba las calles de indigentes. La Copa Mundial no era más que otro negocio turístico.

Ya con las dinámicas de corrupción de la FIFA junto a los estados (Brasil como ejemplo en 2014), la popularidad y cultura existente alrededor del fútbol borró los vestigios de un país gobernado por una dictadura militar (1964 -1985). Además en unas semanas se olvidó el gran umbral de pobreza existente en el país, la desigualdad y violencia racial o la deforestación del amazonas.

Esto no es más que un ejemplo del grado de poder, tanto en ámbito cultural y estructural, que aprovecha la FIFA y las Confederaciones Continentales, que a base de entretenimiento propagan la idea de un campo de juego nivelado con igualdad de oportunidades (H. Collins 2019), en el que los medios de comunicación mainstream proyectan la idea de juego limpio y competencia justa, escondiendo la desigualdad económica y de influencia, enredando capitalismo y nacionalismo. El espectáculo que vemos en la cultura popular lo podemos ver como entretenimiento cuando sirve a intereses políticos.

En 2015, el Departamento de Justicia de Estados Unidos indicó como el ex vicepresidente de la FIFA aceptó sobornos para la votación del Mundial de Sudáfrica en 2010, además de empresarios y miembros del comité ejecutivo de la FIFA, usando el pasado y las consecuencias socioeconómicas del apartheid. Esto también salpicó a Imagina US, filial en Estados Unidos de la española Grupo MediaPro, también envuelta en el FIFA Gate.

Lo de “pagar por jugar” lo hizo también Rusia para blanquear su gobierno autoritario y la vulneración de derechos humanos antes del estallido de la guerra de Ucrania y sus intereses expansionistas. Esto se vio en varios ejemplos durante 2018, desde el estallido del FIFA Gate, la FIFA intentaba restablecer su credibilidad con un cambio de políticas, de junta directiva, y arrastrando la elección simultánea del 2010 y el interés de Rusia en aquel momento de tapar la huelga de hambre de Oleg Sentsov, un director de cine ucraniano opositor de la anexión de Crimea, o la prohibición de malas noticias, entre otras.

Qatar también se vio envuelto en la maraña de corrupción e influencia de poder en la FIFA para albergar el Mundial. El cuestionamiento de la construcción de estadios en 12 años, las condiciones climáticas y la vulneración de derechos humanos tuvo una hipervisibilización y una llamada al boicot, convirtiéndose en el chivo expiatorio tras años de corrupción y las consecuencias de la desigualdad social en los juegos de poder.

La denuncia selectiva de las consecuencias del Capitalismo Racial

En 2014, se reveló que para el balón oficial de la FIFA para el Mundial, Adidas usó mano de obra de mujeres paquistaníes que apenas cobraban 100 dólares al mes. Con la venta de 13 millones de balones y las ganancias millonarias de Adidas, se hizo una llamada al boicot que en Twitter se lanzó bajo el hashtag #BoycottWorldCup2014 que se hizo trending topic. El comienzo de la Copa quedó en segundo plano hasta que el talento del juego y la victoria de la selección alemana lo eclipsó.

Desde el estallido del FIFA Gate, el Observatorio de Derechos Humanos redactó en 2014 las condiciones laborales de los trabajadores migrantes y su preocupación por la facilidad de conseguir visados para trabajadores de países con restricciones del derecho a la libre circulación a la hora de migrar, con la colaboración de Qatar.

En 2015, la periodista india Vani Sarasvati, activista de Migrant-Rights.org, criticó que tanto medios de comunicación internacionales con su sensacionalismo y las dinámicas imperialistas de influencia y poder contra el Golfo, aumentaban la vulnerabilidad de los trabajadores migrantes, eliminando la capacidad de agencia de organizaciones activistas contra el sistema kafala desde el 2001.

Con dichas noticias e informes desde 2015, Sarasvati denunció que todo ello lo que reforzaba era la deshumanización de una población ya de por sí vulnerable, retrantándolos como víctimas, y a Qatar como el demonio por el interés ideológico de desgastar Oriente Medio por los intereses de EEUU e Israel. El ministro de Trabajo del país, Ali bin Samikh Al Marri, denunció la doble vara de medir y que “ninguna nación anfitriona se ha enfrentado a un nivel de críticas tan feroces”, en las que no se mostraban las mejoras de las condiciones laborales, como se puede ver en un reciente informe de la OIT. Aunque esto no es una disculpa y excepción de responsabilidades a Qatar, parte de las críticas que recibe Qatar no vienen por un reclamo de mejoras de condiciones laborales o cambios en positivo, sino que están llenas de juicios racistas e islamófobos. Poco se ha hablado del caso de Malcom Bidali, un guardia de seguridad de Kenia detenido por escribir sobre las condiciones laborales de los trabajadores migrantes.

Parte de esas críticas se puede ver en las relaciones diplomáticas entre Berlín y Doha, o la campaña racista, llena de tópicos orientalistas e islamófobos, tras la llamada al boicot por la vulneración de derechos humanos hacia la comunidad LGBTIQ+ por parte de medios de comunicación europeos, retratando a Qatar como un país de terroristas.

Palestina, las victorias de Marruecos y el Sáhara Occidental

La presencia de medios de comunicación y grupos de aficionados israelíes en Qatar levantado las críticas por parte de países de habla árabe y de mayoría musulmana. Aunque en el desarrollo del Mundial se ha ondeado la bandera palestina en todo momento, también ha habido boicot por parte de los ciudadanos de Doha contra los medios de comunicación del sionismo.

Durante el transcurso del Mundial se ha hablado continuamente de Palestina. La habilidad y talento de los jugadores de la selección marroquí ha visibilizado y reivindicado la desocupación por parte de Israel de Palestina, además de realizar muestras de solidaridad de los países miembros de la Liga Árabe.

No por ello ha parado la polémica, ya que Marruecos, aparte de ser un estado miembro de la Liga Árabe, es un país africano. En redes sociales también se ha denunciado que, aunque Marruecos es miembro de la Liga Árabe, es un país africano y de raíces amazigh (entre un 65% y 70% de la población marroquí es de mayoría indígena), cuya solidaridad y muestra de unión con países de la liga se debe a intereses políticos comunes. Esto ha hecho que se critiquen unos juegos de poder en los que la población civil qatarí participa de forma pasiva, debido los a intereses socioeconómicos entre Doha y Tel Aviv, tal y como han denunciado jóvenes activistas de Qatar; o la relación entre Israel y Marruecos para legitimar la ocupación en el Sáhara Occidental.

Durante el desarrollo del Mundial, la selección marroquí (gran parte del equipo formado por hijos de migrantes) ha emocionado a muchas personas migrantes e hijos de migrantes en el Estado español. También ha habido una oleada de islamofobia y morofobia antes y después del partido Marruecos-España, en el que grupos ultras llamaban a la caza de moros; se ha podido ver un un aumento de bullying hacia niños hijos de migrantes marroquíes, y en horas previas al partido apareció el cuerpo de un jabalí muerto enfrente de una mezquita.

Hasta la llegada de la selección marroquí a semifinales se ha cuestionado el uso del nacionalismo debido a las dinámicas de poder que provocan los mundiales del fútbol, como la cuestión de la ocupación del Sáhara Occidental, el uso de la identidad nacional para tapar casos de represión en Marruecos, aunque sea a costa de la restauración del orgullo y dignidad de la población migrante marroquí e hijos de migrantes marroquíes en el Estado español.

Una de las temáticas que se han puesto en cuestión es el ámbito interpersonal del poder, con jugadores como Achraf Hakimi, jugador referente para muchas personas. Sus habilidades físicas y talento responde a la metáfora del “campo bien nivelado”, en el que el deseo de jugar en un terreno en igualdad de condiciones y el deseo de justicia en el fútbol, no solo premia el talento individual, sino que destaca el carácter colectivo de lo que se consigue (H Collins, 2019).

¿Y ahora qué?

El Mundial finalizó el domingo, 18 de diciembre, de la semana pasada, llegando a finales Francia contra Argentina. El entusiasmo que despierta la Copa del Mundo hace que nos olvidemos por unos instantes las millones de personas que siguieron el Mundial: los tres goles de Mbappé a los pocos minutos de inicio de partido, hasta el tiro a penaltis dándole la victoria a Argentina.

Una final emocionante, que durante unas horas nos hizo olvidar... hasta que terminó el partido. Sin embargo, los insultos racistas hacia jugadores africanos y afrodescendientes por parte de seguidores de la selección argentina; el uso de Macron de jugadores afrofranceses para seguir con su influencia de poder al África francófona, o las críticas de la nula diversidad racial en la selección de fútbol argentina, no pasaron desapercibidas.

La llamada al boicot feroz a principios del mes de noviembre, desde el racismo y la islamofobia, debido a las consecuencias de los imperialismos y la corrupción en la FIFA, nos hicieron ver que los juegos de poder no son únicamente capitalistas sino también racistas e islamófobos.

El negocio de las emociones y el uso de los jugadores sirve para hacernos olvidar durante unos instantes el sistema mundo corrupto en el que vivimos. Los mundiales de fútbol están lejos de romper con las desigualdades sociales ya que si no eres blanco, por desgracia, “se tiene que pagar para poder jugar”.

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