Silencio en el que lo único que parece hacer ruido es la pasarela peatonal de Manterola que tuvo que cerrarse por ruidos sospechosos en su estructura, aunque se ha reabierto finalmente. Por lo demás, la post Expo tan apenas genera noticias casi ni en sus aniversarios como el de su clausura el 14 de septiembre.
La Expo ha quedado reducida a un recuerdo difuso y, fuera de Zaragoza, ni eso. Pero vista la situación de la misma no está de más un llamamiento al aprovechamiento de todo aquello que está abandonado o incluso desaparecido, como algunas de las obras de arte de la ribera. El prudente silencio suena a excusa.
Sonido hay pero de chatarra, porque a fecha de hoy los edificios estrella de la muestra siguen en su deriva de abandono. Parece que el Pabellón Puente finalmente tendrá un destino como museo de la movilidad sostenible a través de la llamada Mobility City, aunque aún queda mucho por concretar. Al depender de la iniciativa privada quien paga decide y se apunta como probable inauguración el verano de 2021.
Todos los demás: pabellones de España y Aragón y Torre del Agua siguen cerrados. El teleférico se desmontó pero parte de su estructura permanece porque el coste de su desmontaje es muy alto. Y el Azud del Ebro ha sufrido ya varias reparaciones a la espera de que alguien explique su utilidad. Llama especialmente la atención el evidente deterioro del Pabellón de Aragón, cubierto de suciedad y pintadas, y el hecho de que sigue sin un destino claro, ni siquiera una propuesta.
Esta situación se ha enquistado y se repite año tras año sin atisbarse una solución.
Otros procesos de deterioro y abandono son menos llamativos pero siguen sumándose al proceso de dejadez. El llamado edificio Cabecera es poco más que un almacén tras la disolución de la sociedad ZGZ Arroba Desarrollo Expo y la noria que construyeron artesanos sirios, luego reformada, está parada.
Otras obras de arte necesitan una urgente restauración, claro ejemplo del Banco Ecogeográfico del frente fluvial, en serio proceso de deterioro, que costó 1,74 millones y al que el óxido y las piezas rotas le están pasando factura. Otras intervenciones fueron vandalizadas y siguen en el taller, como la Carreta del Agua, de Atelier Van Leisehout, en restauración desde 2016, cuando alguien serró parte de la escultura.
Eso sí, el mínimo avance se vende como un éxito. Caso claro es la licitación de otra de las zonas de los pabellones de países por 1,45 millones de euros para edificios de oficinas. Más gasto en construcción y gestión. Y lo que nos queda.
En la primavera de 2021 quizás se culmine el parque empresarial Dinamiza. Aunque el término empresarial no es correcto del todo dado que allí han terminado toda suerte de edificios institucionales. No sólo los juzgados, también el Inaem, la Tesorería de la Seguridad Social o sociedades públicas como Sarga.
Es tiempo de asumir lo evidente: la gestión de la pos Expo ha sido lamentable. Sería bueno asumir un puñado de evidencias. La primera que la Expo va a seguir costando dinero.
La venta del recinto a la iniciativa privada para recuperar la inversión nunca fue viable. Que la mayor parte de la superficie haya terminado en manos institucionales no tiene nada que ver con el aprovechamiento del espacio, simplemente fue una solución cuando fueron pasando los años y aquello tenía pinta de quedarse vacío.
Habría que asumir que el Azud del Ebro nunca ha servido para nada, por más que nos dejemos 150.000 euros en mantenimiento cada año. De hecho aún sigue el debate sobre si el hecho de represar el Ebro no estará resultando dañino para el propio río. Del esperpento, ya abandonado, de la navegabilidad mejor ni hablar.
Por otro lado urge un plan para saber qué hacer con los llamados edificios emblemáticos. Los planes se van cayendo, el deterioro avanza y a lo mejor hay que asumir su inutilidad. Son edificios con una finalidad expositiva que difícilmente pueden tener un encaje funcional, pero duele admitir que parte de una inversión de millones de euros termine en la escombrera.
De la Expo de Sevilla 92 buena parte de los edificios terminaron derribados y, aún hoy, algunos esperan destino. No se quería repetir el modelo, pero parece que no resultó tan distinto.
Y no estaría de más que alguien sacara la cuenta total de la Expo. Pero no solo del evento en sí y los 1.500 millones más o menos del recinto y el desarrollo del evento. También lo que ha sumado mantener sociedades de gestión, destruir buena parte del recinto para rehacerlo y el mantenimiento que va desde limpieza a obras de urgencia.
Por más que nos asuste la cifra habrá que saberla, al igual que supimos que en el parque empresarial se invirtieron 319 millones de los que en 2017 solo se habían recuperado 32. O que los créditos municipales sobre la muestra se terminarán de pagar en torno a 2035.
Tener más datos y menos silencio sería un buen comienzo para plantear que todo el abandono de la Expo pueda revertirse. Que los fuegos de artificio de hace 12 años puedan tener alguna utilidad, dando por hecho, para empezar, que fue un gran derroche, no una inversión.