No hace falta ser un apóstol de Serge Latouche y de sus ideas sobre el decrecimiento para comprender que, tal como andan las cosas de la economía real y de la emergencia climática, todo aquello que no sea estrictamente necesario se debería considerar superfluo.
Sin embargo el triunfo del marketing-político a través del constante ruido mediático construye, día a día, el sarcasmo social de que, precisamente lo superfluo sea considerado imprescindible.
No es necesario reivindicar la liberación de la dimensión globalizada de la economía neoliberal ni poner en tela de juicio el concepto de desarrollo y las nociones de racionalidad y eficiencia económica, para darse cuenta del alto nivel irracionalidad e incongruencia que envuelve a los cuatro teleféricos que, de momento solo atraviesan el abismo de las cabezas de algunos dirigentes oscenses sin ganas de jubilarse.
Se diría que en su vejez, apuestan por una sociedad infantilizada, blanda y edulcorada y pretenden convertir el pirineo en un Disneylandia con nieve, como un intento de perpetuar el negocio hostelero-inmobiliario que triunfó hace 60 años, pero que, en opinión de muchos, hace tiempo que tocó techo y que ahora lo sensato sería rentabilizar lo existente y diversificar la oferta hacia otras formas de aprovechamiento de los recursos naturales.
Empezando por el teleférico más corto, no son pocos los que se preguntan qué sentido tiene construir un sistema de transporte en donde ya existe otro en funcionamiento. Los tres kilómetros que median entre Candanchú y Astún se pueden recorrer en menos de 5 minutos por una cómoda carretera que, desde que ya no es paso obligado hacia Francia, es de uso casi exclusivo de ambas estaciones. Si lo que se quiere es unir ambas zonas de esquí, no hay más que disponer un sistema de transporte rodado, tan original como su imaginación les dicte y hacer un bono de utilización conjunto para que quien, se aburra de esquiar en el Tobazo se traslade hasta la base de Astún.
Cualquiera que piense un poco y calcule tiempos y costes, comprenderá que está opción es infinitamente más económica, racional y sostenible que instalar un teleférico entre Candanchú y La Raca.
Parece claro que los regidores oscenses no comparten la idea de contención y, al tintineo de los millones del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, acuden presurosos para financiar con dinero público el relanzamiento de las estaciones del valle del Aragón con que IBERNIEVE (Yarza, Alierta, Forcén y Soláns). se comprometía cuando compró el 76% de ETUKSA en 2016. Las inversiones prometidas, si se hacen con dinero público, son las más rentables para el inversor.
Otro tanto podríamos decir del teleférico Benás-Cerler que tiene en este momento cabreados a la mayor parte de los vecinos de uno de los pueblos más altos del Pirineo que ven como las posibilidades de negocio y crecimiento se decantan hacia su capital municipal que, más que un pueblo, es un lugar para hacer negocios al que acuden empresarios de la ganadería industrial y de otros sectores del país a diversificar sus capitales en el subvencionado negocio de la nieve.
No falta quien estima que también en Benás, como no hace mucho sucedió en Montanuy, se sigue en la estela del pelotazo urbanístico que genera un paisaje social profundamente desequilibrado en el que los trabajadores que hacen que funcione la estación no tienen un convenio colectivo y, junto a quienes construyen las urbanizaciones que se llenan los fines de semana, no pueden permitirse vivir en el valle en condiciones de dignidad.
Igualmente no son pocos quienes dudan de la rentabilidad real de este empeño de modernidad trasnochada del alcalde benasqués y no acaban de creer en la viabilidad real de este proyecto. No sería de extrañar que buena parte de las personas usuarias de la estación de Cerler ante el coste del teleférico y del aparcamiento, opten por seguir subiendo por la carretera cuando no, acceder por la vecina Castanesa que está también construyendo un nuevo acceso a través del collado de Basibé con el apoyo moral y económico, no faltaría más, de la Diputación.
De momento los 30 millones de los que se habla para la licitación del teleférico y la zona de aparcamiento en donde crecerán unas mil viviendas más, no parecen tener pujador, a no ser que algún empresario de China o de Fraga, que está más cerca, se plantee una inversión a largo plazo. Siempre se puede contar, como no, que este tipo de obras se declaren Proyectos de Interés General para Aragón (PIGA) y que la pericia de los políticos de la comarca, buenos esquiadores donde los haya, sabrá gestionar presupuestos y voluntades.
Del tercer teleférico ya casi descartado, habría poco que decir si no fuera porque este proyecto, del que ya se pagaron 4 millones a Norman Foster por sus instalaciones auxiliares, estaría incluido en el PIGA de la ampliación de Cerler por la montaña de Castanesa que se ha incumplido en su practica totalidad en la ejecución de las recientes pistas de esquí de esa zona. Parece que esta comarca es abundante en incumplimientos y medias verdades, como cuando la Presidenta de Aramon y a la sazón, consejera de economía del gobierno aragonés, aseguraba que las obras, tanto de la zona esquiable como el acceso, no iban a contar con financiación pública.
Y dejamos para el final la mayor barbaridad del mundo de los teleféricos aragoneses que, como no podía ser de otra manera, también está a la espera de la financiación de los deseados fondos “next generation” (próxima generación) y que, siguiendo la costumbre de la irracionalidad, más parece que vayan a beneficiar a la “anterior generación” (past genaration), esa que ya debería haberse jubilado. En esto de la política abunda la contradicción, el sarcasmo y el esperpento.
La cosa no es complicada. Consiste en dedicar el 90% de la financiación europea destinada a Aragón para turismo sostenible a la unión, a través de este delirante teleférico, de las estaciones de Astún y Formigal. Puede que algún emprendedor de otras comarcas pirenaicas o de Teruel que, algunos dicen que existe, anden algo molestos por este desequilibrio, pero seguro que el juego de los partidos, las promesas de un AVE o cualquier otra compensación laminará el malestar.
De momento la opinión popular parece militar contra la colonización metálica y la destrucción de este paisaje que ya estaba propuesto para ser protegido por sus valores naturales, cuando existía el ICONA, que Alfredo Boné firmó el decreto que ordenaba el comienzo de su tramitación y que paso largos años durmiendo en el cajón de los sucesivos consejeros de agricultura y medioambiente como un recurso de futuro.
Mientras gran parte de amantes de la montaña, sus clubs, numerosos alpinistas de élite y hasta la Federación Española de Montaña y Escalada adoptan una postura contraria a la utilización industrial de un paisaje que se debería proteger, la propia Federación Aragonesa cierra filas con la oligarquía del negocio de la nieve y se enroca en el apoyo al viejo modelo de aprovechamiento de los recursos naturales. Largos años de connivencia en el negocio de senderos, refugios, vías ferratas, ermitas y publicaciones de todo tipo han generado una dependencia que ahora pasa factura. Toca pintar de verde la especulación.
No faltará quien califique la actitud de los opositores a este ejercicio de irracionalidad y de agresión a la naturaleza, como de enfrentamiento entre Goliat y David, pero seguro que todos saben cual fue la cabeza que rodó por el suelo en la frontera del país de los filisteos.
Publicado previamente en La Ribagorzana.