La extraordinaria vida de Little Richard

Escrita por Mark Ribowsky y de cuya publicación en castellano se ha encargado la editorial Libros Cúpula, se anuncia como la biografía definitiva del autoproclamado rey del rock and roll

Little Richard
Little Richard | Foto: CC.

Cuentan que la bola de fuego que Richard Wayne Penniman divisó en el cielo australiano durante un concierto y que interpretó como una señal que le enviaba Dios para que abandonase la senda del pecado era, en realidad, el satélite ruso Sputnik 1 orbitando la Tierra.

Pero el artista conocido como Little Richard ya barruntaba la idea de dejar atrás el mundo del espectáculo para seguir los pasos del Señor Todopoderoso y la visión de aquel objeto volador en llamas acabó convenciéndolo de que debía alejarse del ritmo del diablo y de los excesos para siempre. O no por tanto tiempo.

Esa "experiencia divina" tan popular ocurrió a finales de 1957 y unos pocos años después ese mismo hombre, convertido en reverendo, soltaría su Biblia para volver a cantar las canciones que otrora hicieron de él un ídolo de jóvenes cansados de lo convencional. Y es que el creador de la expresión "Wop bop a loo bop a lop bom bom" era de todo menos convencional.

Desde muy pequeño le gustaba llamar la atención en Macon, Georgia, donde nació, y lo lograba fácilmente no sólo con su voz chillona y sus continuas bromas y travesuras, también con algunos comportamientos extraños y "sospechosos" a los ojos de la gente, especialmente los de su padre, un predicador incapaz de aceptar la homosexualidad de uno de sus vástagos. Cuando lo expulsó del hogar familiar, "Bud" Penniman ni por asomo podía imaginar la estrella en que se acabaría convirtiendo el hijo del cual se avergonzaba.

"La extraordinaria vida de Little Richard", escrito por Mark Ribowsky y de cuya publicación en castellano se ha encargado la editorial Libros Cúpula, se anuncia como la biografía definitiva del autoproclamado rey del rock and roll. Desde luego se trata del complemento perfecto a la que vio la luz hace casi cuatro décadas, de Charles White.

Si bien contiene anécdotas sin duda exageradas por el propio protagonista de la historia, aquella es de una de las obras más divertidas e hilarantes de su género gracias precisamente a los testimonios del cantante de himnos como "Tutti Frutti". La que nos ofrece ahora Ribowsky adolece de ese humor pero su lectura es fácil y amena.

En sus páginas comprobamos cómo el ego muchas veces desmesurado de Richard lo impulsó a ser (casi) siempre el mejor y a creer firmemente que lo era, no permitiendo que ningún otro u otra eclipsara su figura (aunque él no llevó a cabo la bravuconada de prender fuego a su piano durante una actuación sino Jerry Lee Lewis, indignado por tener que tocar antes que Chuck Berry).

Es muy interesante el análisis de la lucha interior que mantuvo hasta el último de sus días, disfrutando al máximo de ciertos placeres que él mismo consideraba inmorales o abrazando y pregonando su fe (a gritos, por supuesto), en función del momento personal en el que se encontrase.

Y para los más melómanos, incluye información detallada acerca de las grabaciones que realizó para no menos de una docena de diferentes sellos, además de recorrer la trayectoria completa del artista hasta su fallecimiento en mayo de 2020, en plena pandemia y estando la gran mayoría de la gente encerrada en casa, tal vez escuchando alguno de sus discos.

"Mi música consigue que los mudos hablen, los cojos caminen y los ciegos puedan ver", clamaba Little Richard para, a continuación, mandar callar al entregado público: "Shut up!". Sólo al morir se hizo el verdadero silencio.

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