El “Yo” es sagrado. Dejaré digresiones freudianas sobre el concepto del yo, porque lo que uno debe hacer en esta vida es defender y no prostituir lo que se es, no lo que los otros ven. Si alguien vende un “Yo” distinto al que tú eres, la destrucción de tu realidad es el mayor maltrato psicológico al que te puedas enfrentar porque anula tu persona y lo que es más lamentable se tome el camino que se tome para reivindicar tu verdad siempre queda la duda. Es un juego perverso, cruento. El camino es el silencio y dejar pasar el tiempo. Porque este al final, tras el caos, da la verdad.
Toda esta introducción la hago porque, cuando uno es adulto, se tienen recursos para protegerte ante cualquier gilipollas que distorsiona tu “Yo”, pero qué se hace cuando ese “Yo” es infantil. Cómo se reconstruye tras ser abusado, pisoteado, silenciado, anulado y maltratado cuando no se tienen los resortes ni las vivencias para ejercer tu verdad que se ha silenciado con vileza por aquello de las apariencias.
El pasado 27 de octubre el defensor del pueblo, Ángel Gabilondo, presentó un informe demoledor sobre los casos de pedofilia que hay en el Estado español dentro de la iglesia. La cifran en 400.000, teniendo en cuenta que hasta hace poco parecían que no existían, la cifra asusta. Pero lo que más asusta es que probablemente habrás muchos más casos tras esta cifra.
Diré que yo he tenido una buena infancia, no me ha faltado de nada, ni dinero (algo que marca bastante en la madurez por aquello del desarrollo intelectual y vital), pero sobre todo, ni amor, ternura y protección. Así que cuando veo las infancias maltratadas por abusos físicos, sexuales, psicológicos y ahora con las guerras, la muerte de estos infantes, me doy cuenta de que soy una privilegiada.
Sentí esto más cuando allá por el año 2011 colaboraba en el portal de noticias Suite 101 donde escribía y me sacaba algún dinerillo publicando sobre todo artículos sobre Literatura Hispanoamericana. Pues bien, en la intranet, donde nos escribíamos todos los redactores de diferentes partes del Estado español e Hispanoamérica, un colaborador de Barcelona nos escribió diciendo que había creado una asociación de víctimas de abuso sexual porque él lo había sufrido y que diéramos alcance a la misma. Tras los instantes de shock al leer el mensaje (es la única persona que he conocido que haya sufrido abuso sexual), todos le dimos nuestro apoyo y le dijimos que era muy valiente. Lo cual era cierto.
Es más, años después cuando me publicaron un libro de relatos creé un personaje que había sufrido abusos sexuales en la infancia y que mostraba las consecuencias en su relación con las mujeres y consigo mismo porque previamente me había leído informes de psicólogos que mostraban las graves consecuencias que arrastraban en su madurez: abuso de drogas, alcohol, estrés postraumático, depresión, intentos de suicidio, conductas sexuales que van desde la pasividad a sexo de riesgo…
Es decir, un daño brutal que cuesta recuperar porque, cuando el silencio se adueña del alma doliente, el daño está ahí y por eso este informe y sacar a la luz estos casos ayudan a sanar para que las víctimas no se sientan solas, aisladas, avergonzadas. Bienvenido sea este informe que abre puertas y que esperemos no quede en papel mojado porque las víctimas necesitan que los culpables sean señalados y condenados ya que el “Yo” es sagrado y máxime el de un niño.