Los países están comenzando a tomar decisiones para intentar parar, al menos, el proceso. Ya no lo niegan. La principal medida es la transición energética: políticas encaminadas a reducir las emisiones de gases contaminantes basándose, principalmente, en producir energía con sistemas renovables. Indudablemente es el futuro. Por motivos medioambientales pero, también, porque los recursos energéticos fósiles (y la nuclear) son limitados. Las previsiones más optimistas no le dan duración rentable más allá de este siglo y los conflictos graves comenzarán a aparecer en pocos años.
Necesitamos desarrollar las energías renovables, que tampoco son limpias, aunque sí mucho menos contaminantes que las fósiles. Por ello su instalación requiere planificación y estudio de las posibles afecciones para elegir las mejores ubicaciones posibles.
La transición energética debe maximizar la eficiencia. Por ello debe seguir unos principios, que podemos jerarquizar así:
1º Decrecimiento. El 74% del consumo energético español, en su mayor parte en el sector transporte, proviene de fuentes fósiles. Es imposible suplirlo con energías renovables y menos continuar en la senda creciente de consumo. Es necesario llegar a un acuerdo social y científico para reducir el consumo energético, optimizando su uso para mantener el nivel de bienestar social alcanzado. Construir o rehabilitar las viviendas hacia balance energético neutro (casas pasivas), sustituir el transporte particular por colectivo y desplazarse menos o reducir la hiperiluminación nocturna, por ejemplo, son medidas inevitables en un futuro próximo.
2º Planificación y cercanía. La producción de energía será, en su mayor parte, eléctrica. Para reducir costes económicos y medioambientales (autopistas eléctricas) y pérdidas de energía, deberá producirse lo más cerca posible del lugar de consumo. Por ello, los primeras instalaciones deberían situarse en los tejados urbanos, zonas industriales y terrenos edificados o degradados (canales, puertos, canteras...). Sólo después, deberían acometerse instalaciones más alejadas. Todo ello requiere, por tanto, una planificación territorial previa, con base científica y social. Y esa planificación debe basarse en el beneficio social y, por tanto, debe ser pública. El haber empezado sin planificar va a producir graves problemas de ineficiencia y deterioro ambiental y paisajístico. Urge, por tanto, una moratoria (unos meses) para poder planificar. Cuanto más se tarde, más daño se habrá producido.
El 42% del consumo energético actual se debe al transporte. Debe reducirse acercando vivienda a trabajo, escuelas, mercados, servicios públicos, etc. Vivir a 15 minutos de todas las necesidades básicas implica revivir barrios y pueblos, volver a situar las empresas y el comercio cerca y evitar la gentrificación.
Las mercancías habituales que provienen de países a miles de kilómetros sólo pueden ser rentables a las grandes empresas si hay explotación laboral, especulación cambiaria y si no pagan los costes reales de contaminación, materias primas, etc. Debemos volver a producir alimentos y bienes en la misma zona. Porque reduce transportes y sus consecuencias, porque crea economía y empleo y porque nos devuelve a la variedad y a la calidad alimenticia. El futuro, en este caso, está en el pasado.
Pero la planificación también es necesaria porque la instalación de parques renovables puede destruir otras economías, como el turismo o la agroganadería o potenciar cambios climáticos, ya que la extracción de energía (aprovechable) en un punto implica que desaparezca o se modifique en otro. La energía renovable tampoco es infinita.
3º Distribución. La transición energética no puede basarse en la centralización, en macroinstalaciones y control de precios de unas pocas grandes empresas en funcionamiento oligopólico. Deben potenciarse las pequeñas instalaciones, la producción distribuida (incluida la red de distribución). Sus ventajas son evidentes: democratiza la producción, crea mucho más empleo, impide el monopolio, crea economía local pues los beneficios no se expatrían a terceros países ni paraísos fiscales. Así lo establece la normativa europea, aunque no sea muy exigente.
4º Electrificación. La energía renovable, en su mayor parte (solar, eólica o hidráulica) es energía eléctrica, lo que implicará electrificar el futuro, primando el transporte colectivo sobre el particular. Por dos motivos. Porque este es menos eficiente energéticamente. Y porque es imposible replicar el actual parque automovilístico fósil con vehículos eléctricos (o de hidrógeno). No hay suficientes materias primas en todo el planeta en minerales críticos: litio, cobalto, níquel, cobre, tierras raras, etc. Pero es que, además, la mitad de los materiales de los coches eléctricos son plásticos procedente del petróleo. El transporte del futuro, donde no lleguen las piernas o las bicicletas, es el tranvía y el ferrocarril de media velocidad.
5º Duración. Las instalaciones renovables deben estar pensadas para prolongar su producción durante muchas décadas, con facilidad de reparación o renovación. Establecer, como en la actualidad, caducidad de las instalaciones, conlleva grandes costes de desmontaje (y de nuevo montaje) que son asumidos, en muchos casos, por las mismas administraciones (beneficio privado, coste público).
6° Programación y variabilidad. Las energías renovables requieren mucha más ocupación de tierras y recursos que las fósiles, ya que su densidad energética es bastante menor (30 veces menos en el caso de la solar y 80 de la eólica). Producir la energía total consumida actualmente en el Estado español con energía fotovoltaica requeriría el 9% de todo el territorio, más del doble del que ya ocupan ciudades, pueblos, carreteras, ferrocarriles, industrias, etc. Además, las energías renovables son esclavas de los fenómenos meteorológicos, incontrolables por el ser humano. A ello se une la dificultad de almacenamiento de la energía, por lo que hay que dirigirse más a una programación del consumo para que se adapte a la producción.
7º Falsas alternativas. Las alternativas como nuclear, gas natural, biocombustibles o biomasa no son energías renovables. Todas producen gases de efecto invernadero en su combustión o calentamiento de aguas refrigerantes. La nuclear supone riesgo alto de accidente, dificultad de tratamiento de residuos y escasez de materias primas, con yacimientos limitados. Los biocombustibles requieren deforestación o acaparamiento de campos agrícolas en detrimento de la producción y precios de alimentos y tiene una eficacia muy baja, pues casi equipara la energía producida a la necesaria para producirla. La biomasa sólo puede considerarse neutra con el medioambiente si va asociada a un plan de reforestación que absorba la misma cantidad de gases de los que emite su quema.
8º La energía de tecnología de hidrógeno es muy atractiva porque nos permitiría una vida similar a la actual, llenando los depósitos del vehículo. Pero tiene problemas de seguridad por su alta corrosividad y una muy baja eficacia (en torno al 20%), ya que la hidrólisis del agua para romper la unión fuerte de hidrógeno y oxígeno requiere mucha energía y, además, el hidrógeno va perdiendo la energía acumulada. Si es hidrógeno verde, el deseable, requeriría gran cantidad de electricidad renovable, lo que exigirá enormes extensiones de terrenos y materias primas para instalar sistemas de producción renovable.
El sistema se va decantando por dos tipos de países: emisores y receptores. Los países ricos van a comprar hidrógeno a los países más pobres. El Estado español, Marruecos, Ucrania o los Balcanes, van a proveer a Europa del Norte. Pero este proceso no puede ser inocuo para el medioambiente. En los países productores se van a ocupar sus campos con plantas de energía renovable, abandonando los cultivos y perjudicando la soberanía alimentaria. Se va a liberar oxígeno a la atmósfera en grandes cantidades y se va a captar en los países ricos. ¿Puede tener efecto sobre el equilibrio de gases?
Tampoco será inicuo si se sigue manteniendo un sistema oligopólico de grandes empresas que extraen más riqueza de la que llevan a los países pobres y que la ocultan en paraísos fiscales, en la mayoría de casos vinculados a países ricos, para no pagar impuestos. Los países ricos se llevan los beneficios y los países pobres cargan con los costes.
9º Variedad. La mejor energía renovable es la que no se consume. Después, hay que aprovechar todas las que tengamos a mano. La energía solar, por ejemplo, no sólo produce electricidad, también calor. Las viviendas deben mejorar su aislamiento y sus sistemas de ventilación y calefacción. Los aires acondicionados son innecesarios en viviendas aisladas y con hábitos adecuados.
Las minicentrales hidráulicas de los pueblos se abandonaron hace años. Hay que recuperarlas y adosarles sistemas fotovoltaicos y eólicos de pequeño tamaño.
10º Reciclabilidad. La escasez de minerales necesarios para la transición energética requiere una planificación previa de su uso, duración y reciclaje posterior, que debe ser prácticamente del 100%, algo muy alejado de la tecnología y las intenciones comerciales actuales.
La transición energética ha sido demandada por los movimientos ecologistas desde hace décadas. Ahora, la evidencia del calentamiento global, ha obligado a los gobiernos a actuar con urgencia. Pero una urgencia no planificada y basada en el beneficio privado y no en el social, como ha ocurrido con los combustibles fósiles, no sólo no va a solucionar el problema, sino que lo va a empeorar. El beneficio privado busca aumentar el consumo energético mundial. La humanidad requiere una actuación urgente, sí, pero coordinada mundialmente. Y urge, también, que se base en este decálogo esencial.