Carta de un profesor insatisfecho

La iniciativa de expresar nuestro descontento como claustro de profesores ha estado bien, sí, pero quedará en agua de borrajas si no empezamos el mes de septiembre con las pilas puestas. De nada sirve dar a conocer nuestra situación de vulnerabilidad (vital y profesional), exhibiéndola como quien exhibe un grano que le ha salido, si luego no hacemos nada por señalarla, y señalarla para examinarla, para diseccionarla, para entender su origen, y entonces quizá, poder desprendernos de ella. Porque de vulnerabilidad está hecha nuestras pieles. No es la situación lo vulnerable, sino que somos nosotros los vulnerables: nuestros cuerpos, cada vez …

La iniciativa de expresar nuestro descontento como claustro de profesores ha estado bien, sí, pero quedará en agua de borrajas si no empezamos el mes de septiembre con las pilas puestas. De nada sirve dar a conocer nuestra situación de vulnerabilidad (vital y profesional), exhibiéndola como quien exhibe un grano que le ha salido, si luego no hacemos nada por señalarla, y señalarla para examinarla, para diseccionarla, para entender su origen, y entonces quizá, poder desprendernos de ella.

Porque de vulnerabilidad está hecha nuestras pieles. No es la situación lo vulnerable, sino que somos nosotros los vulnerables: nuestros cuerpos, cada vez más expuestos; nuestras mentes, cada vez más atomizadas, atolondradas, asfixiadas...

Cuando echo la vista atrás, y me remonto a mis comienzos en 2004 recuerdo a unos claustros y consejos escolares con mayor autonomía y capacidad de decisión, donde se discutían asuntos que directamente involucraban a la formación de nuestros alumnos, y se ponían sobre la mesa programas educativos, esgrimiendo argumentos en contra y a favor de ellos, y se escuchaban las palabras "matemáticas", "premiado en la Olimpiada de Física", o "sobre la importancia de la música en la formación integral de los alumnos"... Y recuerdo a mis queridos antiguos compañeros abriendo libros en la sala de profesores, o en sus departamentos, porque deseaban saber más sobre sus propias disciplinas, porque eran adultos con curiosidad y disponían de tiempo para cultivar el amor a las palabras y al conocimiento. En 2004 recuerdo a profesores acercándose a otros departamentos porque sentía dudas sobre si el uso de esta o aquella palabra era el adecuado, o si tal sofisma se resolvía mejor de esta o de aquella otra manera. Y recuerdo que los medios eran medios y los fines eran fines, y no como ahora que vivimos absolutamente bajo el imperio de lo instrumental, con sus lenguajes, sus protocolos, sus circuitos, sus maniobras, exigiéndonos que nos adaptemos a ellos, a sus ritmos, a sus pautas, y entonces, ilusos, acabamos creyendo que la valía radica en el dominio y el saber hacer en la destreza.

¡Claro que la tecnología y los lenguajes son importantes!, pero enmarcados en suelos y escenarios y contextos que los doten de sentido. ¿De qué me sirve aprender a saber cómo funciona cualquier instrumento si luego no sé para qué utilizarlo, o ni siquiera que se utilice para algo?

No son reivindicaciones históricas. ¿Qué hay más actual que luchar por lo que somos y poder ejercer con la dignidad que merece nuestra profesión?

Yo no estoy nada satisfecho, la verdad.

Por eso seguiré encontrándome con el conocimiento allí donde respiremos libertad y deseo. Por eso seguiré esforzándome en darme tiempo para seguir leyendo y encontrar esa palabra que, dicha en el momento preciso, pueda llegar a inspirar caminos que el alumno atento ya no podrá dejar de tomar. Por eso seguiré luchando por dignificar mi profesión.

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