Belchite, o cómo exhumar el silencio

Impresionan los testimonios de testigos y de quienes perpetraron semejante atrocidad. Los de los que comprendieron como “beneficioso y saludable” el alzamiento fascista y los de los que vieron cómo se llevaban a sus familias. Y no, que estremezcan ambos testimonios no los hace iguales.

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Exhumación en Belchite. Foto: Miguel Ángel Conejos.

Lo que esconde el cementerio de Belchite es todavía una incógnita. Decenas de cadáveres comienzan a salir a la luz bajo los paletines y los pinceles de arqueólogos y voluntarias. Pero el final de aquello no se vislumbra. Por paradójico que parezca los cadáveres que hoy se rescatan arrojan luz. Devuelven la memoria a sus familias emigradas o vapuleadas durante décadas y traen la dignidad.

Desde el albor mismo de la guerra. Desde el mismo día del golpe de Estado militar que condujo al conflicto armado. Desde las primeras horas, militantes de Falange Española y de Acción Ciudadana, idearon y llevaron a cabo una matanza que, ya no solo en el Estado español, si no en el mundo, estremece al imaginarla.

Impresionan los testimonios de testigos y de quienes perpetraron semejante atrocidad. Los de los que comprendieron como “beneficioso y saludable” el alzamiento fascista y los de los que vieron cómo se llevaban a sus familias. Y no, que estremezcan ambos testimonios no los hace iguales. Los diferencia todavía más.

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Arqueólogo durante la exhumación de Belchite. Foto: Miguel Ángel Conejos.

El pasado lunes publiqué una noticia sobre la excavación en la primera fosa del cementerio de Belchite -una de ellas de grandes dimensiones en la que han aparecido 15 cuerpos y que podría albergar hasta 150, o incluso más-. A la mañana siguiente entré en la noticia a través de una red social y comencé a leer los comentarios. Rescataré alguno de ellos: “Las guerras civiles son las peores guerras”, “¿Cómo saben que son fusilamientos franquistas?”, “Ningún bando se libra de la barbarie”, “Hombre, es que había una puñetera guerra”... Ante estos comentarios me preguntaba qué es lo que hemos hecho mal en Belchite, en Aragón, en el resto del Estado español.

Hemos hecho lo que hicieron nuestros abuelos: callar. Mi abuelo estuvo a punto de ser fusilado, condenado a muerte estaba en el castillo de Mora de Rubielos, salvó el pellejo en parte por las batallas que rodearon Teruel y en otra, no menos importante, porque alguien con poder en su pueblo intercedió por él. Desde entonces tuvo que callar. Aun así, tuve la suerte de conocerlo.

Sus hijos e hijas heredaron el silencio. Hasta el punto que, teniendo yo la sentencia de muerte en mi mano, alguno todavía dudaba de ello. Aquel silencio, al que empujó el miedo, es la peor de las herencias que tenemos. Y el culpable de que, tras leer una noticia de sucesos como los acaecidos en Belchite en el verano de 1936, haya gente que para esquivar el silencio se arrope en la equidistancia, o todavía peor, escoja el bando de los asesinos.

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Exhumación en Belchite. Foto: Miguel Ángel Conejos.

Lo que ocurrió en Belchite, como en tantas otras localidades, fue un asesinato selectivo y en masa. Antes de que el Frente de Aragón existiera. Si me apuran antes de que la guerra mostrara su ferocidad. Sacas, paseos, encarcelamientos y torturas perpetradas por unos exaltados que se arrogaron la capacidad de hacerlo.

Que en Belchite el farmacéutico y el registrador de la propiedad eran los líderes de Falange Española y de Acción Ciudadana lo sabemos por las declaraciones que hicieron los que sirvieron con sus armas a esa masacre. También sabemos por esos testimonios que el hijo del juez y el alguacil municipal eran los que hacían las sacas. Y que los militantes de Falange Española apretaban el gatillo. Eso, aunque no lo hubieran dicho, ya los sabíamos.

Por los testimonios de otros vecinos sabemos que el médico del pueblo participó en la tortura al alcalde Mariano Castillo, al que terminarían asesinando. La misma suerte que correrían su mujer y su hermano. Sabemos también que los falangistas hicieron lo mismo en Mediana y otras localidades cercanas. El resultado varios centenares de asesinados que en su mayor parte fueron sepultados en fosas dentro y fuera de las tapias del cementerio de Belchite. Algunas cubiertas con cal viva.

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Exhumación en Belchite. Foto: Miguel Ángel Conejos.

Haber silenciado estas masacres, en los cuarenta años de dictadura, y en muchas ocasiones en los cuarenta años siguientes, nos ha llevado a que, ante una atrocidad de estas dimensiones, algunas y algunos se sigan envolviendo en el trapo de la equidistancia.

Hoy, algunos de los que participaron del silencio, que lo pactaron y permitieron que falangistas, como los asesinos de aquel verano de 1936, se convirtieran de la noche a la mañana en demócratas, se harán fotos en Belchite.

A ellos, a toda la sociedad, debemos recordarles que lo que se exhuma, no solo en Belchite, si no en cada fosa que las asociaciones memorialistas abordan, no son únicamente la historia, la memoria y la dignidad, son años de silencio obligado o consentido. Debemos pedirles, debemos pedirnos, no volver a callar.

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