Belchite no es sólo una batalla

La Asociación para la recuperación de la memoria democrática de Belchite “Mariano Castillo”, comenzará esta semana las catas, para tratar de encontrar los cuerpos de las decenas de asesinados en 1936 por falangistas y partidarios de la sublevación militar

Belchite
Cementerio de Belchite. Foto: Miguel Ángel Conejos.

Cuando se relaciona la Guerra Civil y la localidad zaragozana de Belchite a nuestras memorias acuden con premura relatos de la Batalla de Belchite, adaptados durante décadas de dictadura, e imágenes del pueblo viejo en ruinas.

Ambos recuerdos son fruto de una propaganda franquista cuidada que obvió intencionadamente el bombardeo de la localidad por la Legión Cóndor y, sobre todo, ocultó, tras una imagen deformada de la batalla, la anterior y brutal represión protagonizada por falangistas y afines en toda la comarca. También se obvia el olvido al que el franquismo condenó al pueblo viejo y su patrimonio, o la condena a trabajos forzados de cientos de presos políticos que fueron quienes construyeron el actual pueblo de Belchite.

Con la creación de la Asociación Mariano Castillo para la recuperación de la memoria democrática de Belchite se daban los primeros pasos para completar la historia de la localidad, y con la publicación en el BOE del 1 de julio de 2021 de las primeras partidas para la exhumación de los y las asesinadas por el fascismo comenzaba el esclarecimiento de una parte olvidada de la historia de Belchite.

La verdadera batalla de Belchite fue en 1936

En las diferentes reuniones que he podido tener con los miembros de la Asociación Mariano Castillo ha quedado de manifiesto que los asesinatos selectivos realizados, por falangistas, afines a la derecha tradicionalista y guardias civiles, en los primeros días tras el golpe militar marcaron el devenir de Belchite.

“La verdadera batalla de Belchite se libró entre julio y agosto de 1936” aseguraba con vehemencia en una de estas reuniones José Vidal, concejal del ayuntamiento belchitano y miembro de la asociación memorialista de la localidad.

La frase se me quedó guardada en la memoria. La contundencia de estas palabras no es en ningún caso una exageración. El historiador Ángel Alcalde Fernández ha dado cuenta en diversos artículos de la “extremada violencia del alzamiento” en la localidad de Belchite, en la que fueron asesinadas entre 170 y 300 personas a manos de los golpistas en diferentes sacas y paseos, durante las primeras semanas tras la sublevación.

El sumario nº1/1937 del Juzgado de Instrucción número 2 de Caspe le da la razón. La declaración de algunos de los partícipes de aquellos asesinatos selectivos afirmó que los ejecutados fueron más de 150, mientras que la fiscalía, en base a testimonios de vecinos de la localidad, situó la cifra en más de 400 personas.

Aquella brutal represión dio fruto a un éxodo de familias hacia la zona republicana convirtiendo a Belchite en un fortín falangista que dictó sus leyes en base al fuego de la pistola y las armas largas. A tiros. La sanguinaria derechización del pueblo lejos de convertirse en vanguardia fascista restituyó el viejo orden y colocó como alcalde al cacique Ramón Alfonso Trallero.

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El pueblo viejo de Belchite. Foto: Kurtxio (CC BY 2.0)

Mariano Castillo, un alcalde torturado

Ramón Alfonso Trallero, gracias a falangistas y guardias civiles, sustituyó en el cargo de alcalde de Belchite al también asesinado Mariano Castillo, quien da nombre a la asociación que inicia ahora los trabajos de exhumación, en el cementerio de la localidad, de los fusilados por estas bandas fascistas.

Mariano Castillo sería detenido en Belchite por la Guardia Civil a finales del mes de julio de 1936, decidiendo así el cuerpo policial decantarse por dejar el consistorio en manos de los sublevados. A partir de ahí sus días de cautiverio se convirtieron en un verdadero martirio del que quedó constancia en un manuscrito escrito por el propio Castillo en prisión, y que vería la luz en los años 90.

“Creyendo que es seguro que me matan, después de grandes tormentos, me mato yo, así no tienen el gusto de hacerlo. Soy inocente y bueno, adiós esposa, madre y hermanos, que mi sangre sea la única vertida en este pueblo”. Con esta contundencia comenzaba uno de los últimos párrafos de este emotivo manuscrito.

Pero finalmente, no sería él quien acabara con su vida y, pese a que se desconoce realmente las circunstancias de su muerte, se sabe que fue asesinado a manos de sus captores, apareciendo su cuerpo en el paraje denominado las Borderas, siendo asesinados también su hermano y su esposa.

En el sumario relativo a los hechos sucedidos en las primeras semanas tras el golpe militar la fiscalía acusó en 1937 a Pascual Gardeta, médico del pueblo, de mantener con vida a Mariano Castillo con el fin de que pudiera ser fusilado.

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Dirigentes de Vox en un acto en Belchite de exaltación del genocidio franquista.

Un cementerio dividido

Sin mayor contacto con el pueblo de Belchite que el mismo imaginario colectivo del que hemos participado, cuando uno se adentra en su cementerio se da cuenta de lo presente que sigue el conflicto.

Lápidas que hacen referencia a aquel imaginario franquista de la “gesta heroica” de los sublevados, o a las “hordas rojas” como únicos ejecutores de la violencia en la localidad.

Si nos centramos en la violencia ejercida en la retaguardia republicana en la comarca los muertos, según señaló el historiador José Luis Ledesma, son 172. Una cifra que alcanzaron en apenas un mes los falangistas tan solo en Belchite, y a la que hay que sumar la violencia y asesinatos ejercidos en toda la comarca.

Mi intención era no hablar de la batalla, sin embargo, el mito debe ser desmontado. Nunca fueron 80.000 los milicianos antifascistas que rodearon Belchite, más bien el número estaría cerca de los 8.000 frente a un ejército franquista que agolpó hasta 3.000 hombres en la localidad, y fue apoyado por el aire por los ejércitos nazi alemán y fascista italiano, resultando la intervención aérea determinante. La hazaña de la resistencia en Belchite empequeñece si se cuenta de forma fehaciente.

Volviendo al cementerio, junto a esos nichos con sus lemas propagandísticos, justo a los pies de algunos de sus asesinos, yacen los restos de decenas de hombres y mujeres que fueron víctimas de una violencia puramente política y selectiva. Una violencia que estalló en Belchite el mismo 18 de julio de 1936 con la única intención de desestabilizar el régimen democrático.

Las exhumaciones que se inician con el proceso de catas esta semana son la parte de la historia de Belchite que quedó oculta, enterrada, bajo los ecos franquistas de una falsa epopeya. Son sin duda el final de otra batalla, la de la dignidad y la memoria, que libran los y las familiares de quienes todavía yacen sin tumba, dentro y fuera del cementerio belchitano.

Y es que Belchite no es sólo una batalla.

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