La puesta en marcha de una futura moneda común –el sur– centró los debates durante la primera visita oficial al extranjero del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva. La elección de Argentina no es casual, ya que de esta manera se escenifica el deshielo de las relaciones internacionales entre ambos países, principales potencias del subcontinente. Brasil es el principal socio comercial de Argentina y ambos países poseen un fuerte comercio bilateral, alcanzando los 26.400 millones de dólares sólo en el año 2022, lo que les sitúa como principales motores económicos del Mercosur, por encima de Uruguay y Paraguay.
De ser adoptada por otros países de la región, el sur podría llegar a representar el 5% del PIB mundial, según las estimaciones realizadas por el Financial Times. Por el momento, países como Venezuela ya han mostrado su apoyo a la iniciativa, mientras que otros, como Chile, se han desmarcado de la misma.
El presidente argentino, Alberto Fernández, manifestó que "si bien no sabemos cómo podría funcionar una moneda común, sí sabemos cómo funcionan las economías dependientes de monedas extranjeras para poder comerciar, así como sus efectos nocivos". Siguiendo con su análisis, animó a "avanzar en las discusiones sobre una moneda sudamericana común, que pueda usarse tanto para los flujos financieros como comerciales, reduciendo así los costos operativos y la vulnerabilidad externa". Por su parte, su homólogo brasileño declaró que "si de mí dependiera, Brasil tendría siempre comercio exterior con la moneda de los otros países para que no dependamos del dólar".
Retos y oportunidades del sur
La creación de una nueva moneda común trata de responder a dos objetivos principales: el impulso del comercio regional y la reducción de la dependencia del dólar. Se trata de una cuestión latente en buena parte de los países de América Latina y el Caribe, que ven como sus economías acaban sucumbiendo a la entrada de la moneda norteamericana. Especialmente llamativos son los casos de países como Ecuador, Panamá o El Salvador, cuya moneda de curso legal es, directamente, el dólar estadounidense.
Si bien la existencia de una hipotética moneda común requeriría un importante desarrollo previo, lo cierto es que existen otros mecanismos que pueden establecerse en las próximas semanas o meses. En esta línea se pronuncian las investigadoras Mariana Dondo y Diana Solórzano, del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), al referirse a la posibilidad real de implantar un Sistema de Compensación de Pagos. Básicamente, se trataría de una unidad monetaria –en este caso, el sur–, que vendría a reemplazar al dólar en los intercambios comerciales entre los Estados miembros. De esta forma, "la demanda de dólares se reduciría a aquellos necesarios para cancelar los saldos deficitarios, es decir, el saldo resultante entre exportaciones e importaciones del comercio bilateral". Según las investigadoras, este diseño institucional desacoplaría la oferta mundial de dinero de reserva y transacción internacional de la moneda nacional de cualquier país.
Por otro lado, la existencia de grandes asimetrías entre las economías de los países interesados supone un grave obstáculo para la consecución del objetivo final. Durante el proceso de convergencia económica y fiscal debería producirse una confluencia tendente a equilibrar los niveles de desarrollo de las distintas áreas. En este sentido, Argentina partiría en desventaja al encontrarse en una situación financiera global precaria, sin acceso al crédito internacional y con una inflación del 95%, por un 5,9% en Brasil.
Estados Unidos como telón de fondo
Más allá de las implicaciones económicas de la propuesta, el objetivo último se centra en aumentar la integración regional y abandonar la dependencia de los Estados Unidos de América. La Administración Biden se encuentra en un momento delicado por el auge de gobiernos progresistas en América Latina y el Caribe. A pesar de mantener unas relaciones cordiales con los presidentes entrantes, el gobierno norteamericano entiende que su posición geoestratégica y empresarial en la región se encuentra seriamente amenazada.
Esta posición quedó abiertamente explicitada en fechas recientes por la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, durante un evento del centro de pensamiento Atlantic Council. Preguntada por dónde residía la importancia de América Latina, Richardson aludió directamente a tres elementos: el agua, el litio y el petróleo. El agua, ya que la región alberga el 31% de las reservas de agua dulce del mundo. El petróleo, dado que contiene las reservas más grandes del planeta. Por último, el llamado "triángulo del litio" entre Argentina, Bolivia y Chile almacena el 60% del total mundial de dicho material, fundamental para el desarrollo de la tecnología actual.
Si bien la actuación de los Estados Unidos con respecto a su "patio trasero" es de sobra conocida, ya desde la aplicación de la Doctrina Monroe en 1823, sorprende una alusión tan explícita como la recientemente proferida por la jefa del Comando Sur. Quizás, por ello, los nuevos gobiernos progresistas de América Latina se encuentran en guardia ante una mayor injerencia y comienzan a articular escenarios políticos, económicos y sociales de integración suprarregional. La creación de la nueva moneda común es un buen ejemplo de ello.