El pasado mes de abril, junto a mis compañeras de Libros y Mamarracheo –un podcast sobre literatura en las tres lenguas de Aragón– pudimos conversar con Remedios Zafra. Aprovechando ese tiempo compartido, estas son algunas pinceladas de todo lo que nos contó.
Para quién no la conozca, Zafra es ensayista e investigadora del CSIC. Trabaja sobre el estudio crítico de la cultura contemporánea y las políticas de la identidad en las redes. Y también ha sido profesora en la Universidad de Sevilla y en la UNED.
Su trabajo ha logrado importantes reconocimientos. Entre sus últimos libros encontramos Frágiles (2021), Los que miran (2016), Ojos y capital (2015), Despacio (2012), Un cuarto propio conectado (2010) y Netianas (2005).
Después de conocer los principales hitos de su trayectoria profesional, que nos deja con la boca abierta, y teniendo en cuenta que nos habrán quedado por el camino muchas cosas igual de interesantes… ¡Nos adentramos en el universo Zafra!
Remedios, habiendo echado un vistazo a tu carrera… ¿Cómo es estudiar antropológica y filosóficamente el presente, conservando una perspectiva científica y logrando abstraerse de la realidad que nos rodea para garantizar cierta objetividad?
En El bucle invisible hago un recorrido biográfico, porque siempre me interesa incluir en mis escritos referencias para que las lectoras sepan desde dónde estoy contando, que se perciba esa parcialidad a través de mis vivencias y mis contradicciones. En este libro en concreto, paso por esto que se plantea: el presente.
En mi caso, nace de esa clásica diferenciación que creo que todavía pervive, que es la división entre ciencias y letras. A mi siempre me han interesado los trabajos humanísticos pero también los científicos. Y a la hora de elegir los estudios universitarios, el contexto – porque, reconozco, yo era una empollona – me llevaba a estudiar aquello que me hiciera lograr un trabajo de veras. Por ese motivo, durante un tiempo compaginé telecomunicaciones con bellas artes. Llegaron después la filosofía y la antropología. Es decir, mi formación ha sido dispersa, alocada y algo que, seguramente, muchos padres y madres ilustres habrían desaconsejado. Tengo la suerte de que ese no fue mi caso: mis padres me dejaron equivocarme cuantas veces quise. Y fue la lectura de Pensar el presente, lo que marcó mi orientación laboral e investigadora hacia esa visión sincrónica de la obra.
¿Qué dificultades han aparecido en tu camino –personal y profesional– por ser mujer escritora, científica y ensayista?
Todas las personas que nos enfangamos en lo que nos proponemos, nos encontramos con muchas problemáticas y situaciones complicadas. En tanto el mundo en el que vivimos se caracteriza por tener una cultura contemporánea que se está encargando de hacer visibles imaginarios que antes no lo eran – o sí, pero de forma periférica e infravalorada - esto resulta inevitable.
En ese sentido, creo que formamos parte (las mujeres escritoras) de un momento en el que tenemos cierta centralidad en determinados lugares; pero la peculiaridad de que estos imaginarios olvidados protagonicen ahora ficciones, coincide con un momento de desajuste. Desajuste porque, a pesar de la diversidad palpable, siguen viviendo las herencias más conservadoras.
Concretamente, esas herencias continúan presentes en los contextos académicos sin ningún tipo de complejo. Los modos de hacer y los modos de decir están absolutamente condicionados. Pongamos como ejemplo la comparativa entre los libros y los artículos indexados, continuando con el ya citado contexto académico. Los primeros, son posicionados en un lugar con mucho menos reconocimiento que los segundos. Esto es una auténtica tragedia para el mundo del arte, del pensamiento, de las humanidades. Las formas de decir, y lo sabemos muy bien desde una perspectiva feminista, afectan directamente al discurso político y a aquello que queremos transmitir. Por tanto, entendemos que prima más un modo de expresión protocolizado, centrado en un individualismo competitivo, que se alienta desde la forma que entendemos la educación. Y así se plasma también en la manera en que los compañeros en clase son convertidos en rivales, por resultados que son números, por la sensación de estar constantemente siendo evaluados.
Por el hecho de ser mujer, me he encontrado especialmente con la infravaloración de los estudios feministas, con esa idea reiterada de que lo que yo hago no se ciñe a las áreas de conocimiento que dividen el mundo. Dichas áreas, a fin de cuentas, funcionan como compartimentos cerrados y dan poco margen para entender que el conocimiento es dinámico y que tiene que dejarse aceptar por la transformación de las personas.
En mi caso, suelo convertir el conflicto - y seguro que le pasa a muchas escritoras - en el principio de un nuevo capítulo. Es algo para ser narrado y compartido, porque forma parte de una suerte de intimidad opresiva que se vive en contextos cerrados y que, cuando preguntas y observas, adviertes que le pasa a muchas otras personas. Y es ahí cuando la cosa se convierte en algo comunitario. En un nosotras que a mí me interesa reflexionar.
Respecto al cambio educacional que (parece) está aconteciendo en pos de la eliminación de las humanidades ¿Cómo piensas que puede evolucionar –en un sentido tecnocrático– la eliminación de las artes?
Por un lado, creo que esto que está aconteciendo, no es en absoluto trivial. Es lo previsible cuando vemos el tipo de poder tecnocapitalista que predomina en todos los ámbitos, incluido el académico. Y este tipo de poder, caracterizado por la primacía de la velocidad, del exceso, de la caducidad, el predominio de la precariedad como base del sistema… Todo ello nos lleva de nuevo a formar seres individualistas y competitivos.
Esa infravaloración de las humanidades, se hace a costa de denostarlas, y nos sirve para formar a profesionales eficaces. Terrorífica palabra - eficacia - que moviliza a multitud de programas y estudios que ponen el acento en la tecnología, en un tipo de conocimientos en el que distanciarnos, preguntarnos, curiosear, cuestionarnos el sistema tecnocapitalista y crear una resistencia crítica en la que descansan aquellos territorios de conocimiento que se ven más afectados, se hace más complicado.
Por otro lado, quería comentar otra cuestión que advierto últimamente: la normalización de la inteligencia artificial. Pensando en esto, me viene a la cabeza un verso del poema de Hölderlin: ‘Donde está el peligro, crece también lo que salva’.
Por ello, creo que es una oportunidad de cambiar las formas de entender la educación. Porque aunque traiga consigo multitud de riesgos, también nos va a obligar a replantear ese refuerzo del pensamiento, del hacer que el estudiantado piense por sí mismo. Recuperar las estrategias creativas y artísticas para entender lo que nos singulariza como humanos y lo que nos puede permitir dar más valor a la inteligencia artificial y a las máquinas con las que trabajamos.
En definitiva, lo que hay que estigmatizar – y combatir – es el poder que hoy en día pretende homogeneizar la educación hacia valores cuantitativos y posicionamientos competitivos que convierten a las personas en sujetos aleccionados e individualistas, siendo ya productos de la propia maquinaria capitalista.
Para ir concluyendo, nos centramos en tu último libro, El bucle invisible. Este ensayo empieza con una frase, que bien podría ser una lanza: ‘Todo lo que prolifera sin ser visto, inquieta’. Con el objetivo de evitar quedarnos con los titulares - como comentas en las primeras páginas del libro - cuéntanos, ¿qué pueden encontrar las lectoras en este bucle?
¡Qué difícil de contestar! Pero me alegro que me resulte complicado porque quiere decir que no tengo interiorizados esos titulares de los que trato de huir.
Esa frase permite un punto de entrada y acompaña una idea que sucede a lo largo de todo el libro, que es todo aquello que nos permite ver, pero se invisibiliza como lente. Internet ha estado presente en toda mi obra y es ese fascinante artefacto que nos permite llegar a tantos otros sitios, pero que en gran medida se nos ha invisibilizado como lente.
El bucle invisible, toma esa idea de Cathy O’neil de cómo la programación y la cultura algorítmica puede favorecer bucles de retroalimentación perniciosa que sin ser vistos, contribuyendo a repetir desigualdades en el mundo. Es decir, que el uso de aplicaciones y demás recursos, afiancen la repetición de esas identidades que nos hablan de formas de desigualdad a las que llevamos mucho tiempo mirando quienes luchamos por construir un mundo socialmente igualitario y humanamente justo. Debido a ese miedo a reiterar compartimentos estancos - retomando la idea mencionada anteriormente - el libro busca relacionar esos bucles invisibles que pueden estar presentes en la cultura digital para alertar, tomar distancia y cuestionarlos.
Pero también es una metáfora de todo aquello que contribuye a asentar identidades estereotipadas y desigualdades en la sociedad. Los bucles invisibles existen en la forma en la que construimos al mundo simbólico. Repetimos lo que ya se ha hecho, y así conservamos tradiciones, culturas; pero si, a su vez, no se favorecen esos desvíos que permiten la incomodidad de salir de esa inercia, terminamos convertidos en engranajes del sistema del que pretendemos huir.
Como puntos de partida, esos interrogantes por los bucles y las lentes que no vemos, son los que comienzan El bucle invisible, e inevitablemente retoma preguntas e ideas generadas en Frágiles. En definitiva, tengo más clara que nunca la idea de que estoy escribiendo continuamente un mismo libro con distintas fases.
En el libro encontramos muchos nombres de otras autoras y referentes como Simone Weil. También otras, como Sara Mesa, que no aparece su nombre pero leyendo tus reflexiones es inevitable pensar en su obra Silencio Administrativo. ¿Quiénes son ellas? ¿Qué pensadoras te han acompañado en este camino?
No he llegado a leer el libro de Sara Mesa, pero sí algunos fragmentos. Me parece muy interesante y tengo pendiente su lectura completa porque creo que guarda mucha relación con alguno de los capítulos de El bucle invisible.
Pero, en general, todas las autoras que he leído - sobre todo ensayistas, pero últimamente también poetas - están presentes de muchas maneras en el libro. Me nutro muchísimo de esta gran suerte que tengo de contar con personas brillantes cerca.
En cuanto a las referencias de teóricas en este libro, sin duda, Simone Weil es un acompañamiento que se ha convertido en hermanamiento. Para mí, merecería un nuevo libro narrando lo mucho que me ha zarandeado su lectura. Y junto a ella, Cathy O’neil, Virginia Woolf, Eva Illouz…
Y una última pregunta. Alrededor del concepto de enfriamiento humano que desarrollas en el libro: ¿Qué hacemos con esas enfermedades de época como la ansiedad o la depresión que copan nuestras vidas-trabajo?
El enfriamiento humano era la respuesta a ese calentamiento global que caracteriza nuestros días y que no es baladí que sea paralelo a este concepto. El enfriamiento humano al que yo me refiero, es una cita al sujeto desapasionado del que hablo en Frágiles y en El entusiasmo, que empieza a priorizar la estrategia frente a lo emocional. Sí que hay una clara influencia de Eva Illouz y sus trabajos sobre cómo lo estratégico se impone frente a lo emocional y la dificultad de invertir ese orden cuando ya se ha impuesto.
El sujeto desapasionado, especialmente en el mundo académico, me produce una tristeza y una pérdida grandísima. Ver la sumisión, la docilidad de personas brillantes que ceden a lo que les movilizaba del conocimiento, de aspiración… Porque normalizan distintos pasos a seguir, que les convierten en sujetos fríos por los que parece que no corre la sangre. Y tiene también su reflejo en internet, en el predominio de esa impostura que convierte en instantánea de época la pose. Una pose que esconde dolor, ansiedad, agotamiento y, sobre todo, esas vidas - trabajo.
El enfriamiento humano en El bucle invisible, derivando de ese sujeto desapasionado, hace un zoom y se sitúa en relación con lo que está aconteciendo en el planeta. En la relación directa que guardan el aumento de la productividad, el calentamiento global, el no considerar como palabras de época decrecer, frenar, parar…
Y cómo eso está absolutamente relacionado con el enfriamiento de esa impostura, del sujeto individualista que ha perdido el vínculo colectivo y solidario.
En líneas generales, el sistema anhela el individualismo del sujeto frío frente a la pantalla y contribuye a alejar a las personas del compromiso político. Y es ese enfriamiento el que me sirve de base para argumentar la necesidad de implicación con el presente y con el futuro. Y también, la necesidad de primar lo humano frente a la productividad.