A la izquierda del PIB: una crítica al productivismo y una lanza rota en favor del ecologismo

Una historia que, con respecto a las dos o tres últimas semanas, trataré de resumir en tres actos que me resultaron especialmente llamativos: la crítica a la Renta Básica; ¿son las ecologistas conspiranoicas?; y los huertos urbanos no son “posmos” En la soledad del hogar uno se reencuentra con libros, discos o fotos hace años perdidas. Quien me conoce sabe de mi afición a la música y a la lectura, pero, en el encierro provocado por esta pandemia, me sorprendió gratamente una fotografía. La instantánea estaba tomada en un Domingo de Ramos en una calle del Barrio de La Jota. …

crítica
Foto: Neslihan Gunaydin.

Una historia que, con respecto a las dos o tres últimas semanas, trataré de resumir en tres actos que me resultaron especialmente llamativos: la crítica a la Renta Básica; ¿son las ecologistas conspiranoicas?; y los huertos urbanos no son “posmos”

crítica
Foto: Neslihan Gunaydin.

En la soledad del hogar uno se reencuentra con libros, discos o fotos hace años perdidas. Quien me conoce sabe de mi afición a la música y a la lectura, pero, en el encierro provocado por esta pandemia, me sorprendió gratamente una fotografía. La instantánea estaba tomada en un Domingo de Ramos en una calle del Barrio de La Jota. En ella cuatro niños luchamos contra el cierzo que alborota nuestros cabellos. Mientras los otros tres tratan de mirar el objetivo de la cámara, yo simplemente me miro los pies.

En estos tiempos de confinamiento he aprendido a volver a mirarme los pies. Dejar de mirar donde los dedos apuntan y volver a prestar atención a lo que me apetezca. Y sabéis una cosa, haciendo esto me encuentro mejor. Entre otras cosas he vuelto a pensar, mirando hacia un punto lejano en el horizonte, he decidido firmemente abandonar el teléfono móvil y tengo claro que mi futuro, en el medio plazo, no está en la ciudad.

Esta posición que alguno podrá entender como primitivista o, en cierto modo, neoludita me relaja. Me devuelve la mirada con una sonrisa, e incluso vuelve a hacerme sentir, algunas veces, como un niño, lo que sin duda ha de ser la forma más perfecta de estar vivo.

Aún así, sigo albergando un ser social que necesita saber de los otros. De los íntimos no me he olvidado en ningún momento y, pese a que mi neoludita interno se encuentra en estos momentos empoderado, he llegado a hacer dos o tres videollamadas. Los otros ajenos, los que no son amigos, también me preocupan y he leído, pese a que mi primitivista interno está más interesado en el cultivo de los calabacines, algunas noticias referentes a la economía y el mercado laboral, y también análisis sociales, económicos y ecológicos de la situación, así como sus vehementes críticas.

Que sepas que los cuatro párrafos anteriores están escritos únicamente para llegar a aquí. A la visceralidad y vehemencia de la crítica interna en la izquierda social, cultural y política. Una crítica que pese a esperada no deja de sorprenderme. Una historia que, con respecto a las dos o tres últimas semanas, trataré de resumir en tres actos que me resultaron especialmente llamativos.

Acto I: La crítica a la Renta Básica

En este mismo medio aparecía publicado en abril un artículo que no dudaba en calificar a la Renta Básica Universal (RBU) como un espejismo. El texto en cuestión, en su mayor crítica a quienes defendían el Ingreso Mínimo Vital propuesto por el gobierno de Pedro Sánchez, deslizaba que si tus planteamientos coinciden con los de gentes, tan poco sospechosas de ser de izquierdas como Luis de Guindos o Nadia Calviño, quizá esos planteamientos están equivocados.

Esa afirmación, pese a la ligereza con la que se esgrime, podría tener su calado en ciertos sectores de la izquierda, pero ninguna influencia en quienes malviven sin ingresos un mes sí y otro también. O lo que es lo mismo y en mi humilde opinión, probablemente secuestrada por el neoludita que habita en mi interior: el “en mi hambre mando yo” las únicas personas con derecho a decirlo y, a llevarlo a cabo, son aquellas que pasan hambre.

En una de sus críticas a la RBU la autora asegura que, implementada en un sistema económico como el que vivimos, acentuaría la desindustrialización. Pide la palabra mi primitivista interior: “El mundo está industrializado, ¿quién lo desindustrializará? El desindustrializador que lo desindustrialice, buen desindustrializador será”. Se habrá quedado ancho, pero no le falta razón. Me vienen a la cabeza un par de preguntas: ¿Dónde ha quedado el concepto decrecimiento? ¿De verdad es necesario, por poner un ejemplo, el mantenimiento, en muchas ocasiones con subvenciones públicas, de la industria del automóvil? Desde mi punto de vista el debate está en qué empleos son necesarios y cuáles son prescindibles ante un futuro ecológico que, de regresar al mismo camino económico, se ensombrece cada año. Mi ludita interno tiene algo que decir: “El trabajo es la fuente de casi toda la miseria existente en el mundo”.

Dicho esto, que se lo ha copiado a Bob Black de ‘La abolición del trabajo’ (Pepitas, 2013), y ante la perspectiva inexistente de una revolución social que acabe con el capitalismo y nacionalice o recupere para las trabajadoras y los trabajadores las fábricas, estoy plenamente de acuerdo con la implementación de una RBU, que no es lo mismo que un Ingreso Mínimo Vital, que siente las bases hacia una desindustrialización paulatina que nos lleve a un escenario de economías circulares más respetuosas con el medioambiente.

Acto II: ¿Son las ecologistas conspiranoicas?

Las críticas al ecologismo han venido en ocasiones desde la izquierda. No es algo nuevo y sería un ejercicio de cinismo magnífico negarlo. Ciertas personas a las que respeto como pueden ser Yayo Herrero, Antonio Aretxabala o Jorge Riechman, han tenido a bien, junto a decenas de colectivos y personas, firmar un manifiesto en favor de luchar contra la nueva normalidad virtual.

Como habéis podido leer en párrafos anteriores en este asunto no soy precisamente neutral. Hace un tiempo que escribí este texto en el que plasmaba algunas de mis impresiones al respecto de la transfiguración de la sociedad que las redes sociales y el mundo virtual suponen.

Algunos argumentarios contra el manifiesto definen el mundo virtual como un campo de batalla más en el que también hay que intentar ganar y nunca abandonar. ¿Un campo de batalla propiedad del enemigo, con los algoritmos del enemigo y con las reglas, la vigilancia y las policías del enemigo? ¿Un campo de batalla en el que el dinero define la popularidad no solo individual, si no también de las ideas? ¿Un campo de batalla en el que ni siquiera los Estados tienen capacidad de legislar sobre las multinacionales de la comunicación? Permitidme que dude que podamos ganar esa guerra.

Otros, han criticado que el manifiesto haya incluido, entre decenas de afirmaciones de peso, que el 5G pueda generar algún tipo de afección en la salud humana. Esto ha llevado a algunos críticos a pintar a los y las firmantes como conspiranoicos con gorros de papel de aluminio, tratando de restar importancia al verdadero corpus del texto: el peligro ecológico y social de un mundo a través de Internet.

Parece evidente que el teletrabajo ha llegado para quedarse y que algunas de nuestras costumbres sociales van a cambiar en favor de la implementación de rutinas telemáticas. En ese contexto y pese a el esfuerzo que realizamos algunas y algunos, los primeros efectos se han hecho notar en el comercio, donde multinacionales de la distribución han visto aumentar sus ventas, mientras muchos pequeños negocios se mantenían cerrados. En su mundo y con sus reglas es difícil, cuando no imposible, competir.

Desde una perspectiva ecológica tampoco parece razonable criticar el rechazo a un mundo excesivamente virtualizado. Internet demanda el 7% de la energía mundial, según un informe de Greenpeace de 2019, o lo que es lo mismo, si Internet fuera un país, sería el sexto más contaminante del planeta detrás de China, Estados Unidos, India, Rusia y Japón.

Además, el mundo virtual en pandemia ha sorprendido a muchos con el traspaso de datos de nuestros dispositivos al gobierno. Vamos, aquellos datos con los que habitualmente trafican las grandes corporaciones ahora pasan también a manos del Estado, sin que quede claro cuando se desactivará esta vigilancia.

Una vigilancia que puede llegar a extremos que todavía pensamos distópicos pero que están más cerca de los que parece. Tal y como explica Marta Peirano en ‘El Enemigo conoce el sistema’ (Debate, 2019): “En Beijing, un ciudadano que cruza en rojo puede ser multado instantánemente en su cuenta bancaria (…) Si comete más infracciones, como aparcar mal, criticar al gobierno en una conversación privada con su madre, comprar más alcohol que pañales, podría perder el empleo, el seguro médico y encontrarse conque ya no puede conseguir otro trabajo ni coger un avión”. Ese es el futuro distópico que se implementará en China a lo largo de este 2020 y que combina las bondades de los avances en las nuevas tecnologías con un gobierno implacable, uno como el que promete la ultraderecha europea, en auge gracias a las redes sociales y al efecto Steve Bannon.

Sí, parece ser que desear que el auge de las nuevas tecnologías sea frenado puede convertirte en el loco de los gatos para algún sector de la izquierda, la misma que considera Internet un campo de batalla ideológica en el que gastar tiempo y esfuerzo ante la perspectiva inexistente de una revolución virtual, simplemente porque en el preciso momento que muestres musculo serás relegado por el algoritmo. Voy a dejar hablar a mi neoludita interno… me dice que no, que pasa, que en estos momentos está taladrando el smartphone.

Acto III: Los huertos urbanos no son “posmos”

Aquí no voy a perder mucho tiempo, pero me parecía que tamaño despropósito debía estar referido en este listado.

Un conocido tuitero publicó un tweet en el que tenía la intención de criticar a una empresaria, que realmente es una cooperativista, por un artículo en favor de los huertos urbanos. El tuit en cuestión fue “menos huertos urbanos y más minas e industria pesada, hippies de los cojones”. Tanto mi ludita interior, como mi primitivista y yo nos tiramos de las barbas al leer semejante barbaridad… pero el señor tiene cerca de 21.000 seguidores y la cosa pues fue como fue, vamos, que terminó siendo para muchos de sus seguidores que los huertos eran cosa posmo, un adjetivo, el de posmoderno, que determinados sectores de la izquierda utilizan para todo lo que no encaje en su cuadriculada visión del mundo.

Esa visión a veces adolece de una especie de amor por el periodo de la Guerra Fría – ¿guerrafriísmo existe? – donde todo tenía mayor contraste carecía de espacios grises, un amor por el contraste que comparto porque esa dicotomía encaja con mi manera de ver el mundo, pero intento tener presente que aquel era un tiempo en el que la gente arriesgaba la vida en las calles y abrazaba la lucha armada, tiraban del gatillo con más titubeos y más miedos de los que ahora genera darle al botón de publicar en el Twitter. Sin duda eran tiempos de mayor valentía.

Arrojar a tu publico ideas como que la minería o la industria pesada nos hará libres es tan irresponsable como reaccionario. Igualmente irresponsable sería asegurar que los huertos urbanos nos sacarán de la crisis del COVID-19, cosa que no llega a afirmar la autora criticada.

Los huertos urbanos, como aquellos que se implantaron en algunas ciudades de la República Democrática Alemana, no van a ser capaces de alimentar a la población de una ciudad, pero sí pueden liberar espacios en un urbanismo decadente y complementar de forma saludable una alimentación que se demuestra perjudicial para la salud.

El ludita interior me está gritando que deje de ser tan políticamente correcto y que les diga a los de la industria pesada que para comer se lleven unas cajas de tornillos y para beber una colada de aluminio. “¡Y que les aproveche!”, me acaba de gritar al oído. Está desatado.

Decrecimiento por la fuerza

Hasta aquí los tres actos de los que os hablaba al principio del artículo. Son solo tres de las decenas de críticas internas en el seno de la izquierda, pero que en estos tres casos, curiosamente parten de tres sectores que podríamos definir como antagónicos y que, sin darse cuenta, coinciden en una visión productivista y de deseo del regreso a la normalidad previa a la pandemia, porque quizá en ella se sienten cómodos. No me cabe otra explicación.

Sin embargo, en contra de lo que predica esa normalidad, el planeta tiene unos recursos limitados lo que, al fin, queramos los seres humanos o no, terminará por poner freno a la voracidad de un sistema de producción basado en el crecimiento infinito. El mito del PIB, que apenas lleva un siglo con nosotros, caerá. El comercio globalizado tal y como lo conocemos en este siglo XXI también caerá. Incluso el sector del automóvil, ese que ha dictado las formas de producción mundiales, caerá. Sin embargo, no toda la izquierda parece haber entendido que la confrontación entre escasez de recursos y crecimiento económico obliga a una reflexión. Una reflexión que puede estar forzada a incluir una RBU, un regreso a economías más cercanas, incluyendo los huertos urbanos, un descenso de los consumos energéticos, en el que estaría incluido Internet, y un regreso a lo básico con la sobriedad como meta individual, frente al consumo capitalista desbocado. Una reflexión que el conjunto de la izquierda, en lugar de tirarse los trastos a la cabeza con demasiada frecuencia, debería hacerse de forma urgente. Yo, si continuáis pensando en cómo relanzar la economía, seguiré mirándome los pies.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies