Nochevieja sintecho

Sevilla, 31 de diciembre de 2015. Ciudad donde me dispongo a pasar la última noche del año. Lloviendo como si no hubiera mañana y con la incertidumbre de lo que aquella noche iba a significar, la nochevieja más especial de mi vida está a punto de golpear con fuerza mi conciencia

Foto: Sergio Gracia Solanas

Las injusticias sociales siempre han intentado ser mi objetivo a la hora de escribir. En este caso, la problemática que afecta a las personas que viven en la calle se iba a convertir en una experiencia vivida en primera persona. Sin duda es lo mejor que se puede hacer para escribir con una mínima solvencia, vivirlo de primera mano.

Llevaba un tiempo siguiendo por las redes sociales una iniciativa que defiende los derechos de las personas sintecho de sevilla, llamada "Campamento Dignidad". Al frente de ella, un activista que lucha por los derechos humanos llamado Lagarder Danciu de 35 años, o Lagard, como lo llaman sus amigos. Una persona con una preparación universitaria increíble, habla varios idiomas, tiene un don de gentes impresionante y una capacidad de lucha y sacrificio encomiable.

Me puse en contacto con Lagard, me permito llamarlo así porque después de lo que viví a su lado ya me considero su amigo o por lo menos compañero, unos días antes por medio de Twitter. Le conté mi intención de viajar a Sevilla para vivir en primera persona la situación que están viviendo las personas sinhogar. Lagard me dijo que le parecía genial y que sería muy bien acogido. Así que me fuí para allí.

Sevilla me recibe con una intensa lluvia que no da tregua ni en esa noche tan especial. Llego a Plaza Nueva sobre las 3 de la tarde. Aquel era el lugar donde se asentaba el "Campamento Dignidad" y también el ayuntamiento de Sevilla, lugar donde iban dirigidas las protestas. Y más concretamente contra el "señor" alcalde Juan Espadas, del PSOE para más inri.

Encuentro a Lagard en un local comercial situado en la plaza, donde Cristina una chica encantadora, le permite resguardarse de la lluvia. Él está concentrado con el teléfono móvil atendiendo las redes sociales, una actividad que como él mismo dice, resulta fundamental para poder visibilizar el problema de las personas que viven en la calle.

Lo saludo y me presento. Enseguida me reconoce. Con una sonrisa en la cara me invita a sentarme a su lado y empezamos a charlar. Me pregunta el  porqué de tan largo viaje y por supuesto le cuento los motivos. Le pregunto por los demás compañeros y me comenta que están al otro lado de la plaza, resguardados también de la lluvia.

A los quince minutos, deja de llover. Momento que aprovechamos para salir del local. Lagard aprovecha para enseñarme el sitio donde se encuentra físicamente el campamento. Bajo unos plásticos milimétricamente colocados están todas las pertenencias y todos los carteles que dan vida a dicho campamento, incluido un árbol de Navidad de cartón especial que contiene los "800 sueños" por los que luchan estas personas. El Árbol de los Sueños lo llaman.

Me invita a que deje mi mochila allí, bajo esos plásticos, mientras vamos a conocer a Manuel y a Carmen. Aprovecha para hacerme una foto que enseguida sube a las redes sociales. Llegamos al otro lado de la plaza, y allí protegiéndose bajo un tejadillo, se encuentra este matrimonio encantador que Lagard me presenta. Manuel tiene 51 años y desde los 15 vive en la calle. Carmen, la guerrera revolucionaria como la llama Lagard, tiene 46 años pero como ella misma reconoce, no los aparenta. Ella vive en la calle desde hace 10. Se casaron hace unos años y ahora son inseparables.

Me siento a su lado y empezamos a hablar. Al momento llegan unos voluntarios, un chico y una chica, repartiendo comida. A ellos se les ilumina la cara. Seguimos hablando. Lagard, aprovecha que estoy allí para pedirme que me quede con ellos mientras él va a ducharse a casa de Pilar, una mujer que se lo ha ofrecido de forma muy amable. Le digo que por supuesto, que vaya y me quedo con Manuel y Carmen hablando.

Empiezan a contarme que la noche anterior han intentado pegarles fuego y me enseñan los restos de un pequeño incendio en el suelo. Manuel también lleva quemaduras en el pantalón del chandal. Parece que saben quien ha sido pero no lo pueden asegurar. Carmen por su parte me cuenta que la han operado de una hernia inguinal hace veinte días y que todavía está convaleciente. Son encantadores.

Carmen y Manuel. Foto: Sergio Gracia Solanas
Carmen y Manuel. Foto: Sergio Gracia Solanas

Después de un rato les digo que me voy a vigilar el campamento, como Lagard me había pedido, para ver que todo siga en orden. La policía respeta que tengan allí las cosas, pero por si acaso es mejor no perderlo de vista. Allí todo sigue en su sitio. Al momento aparece Lagard con aires renovados después de la ducha. Comenzamos a hablar y a compartir mensajes en las redes sociales. Tengo que reconocer que me encuentro muy a gusto y muy cómodo a su lado. En la plaza donde nos encontramos, esa misma noche, están montando un escenario para retransmitir en directo las campanadas. En la puerta del ayuntamiento y a pocos metros de donde estamos nosotros, se va a celebrar una fiesta para despedir el año. Se rumorea que va a estar presente el alcalde, momento que según me dice Lagard aprovecharemos para reivindicar nuestras peticiones.

Poco a poco van llegando más personas al campamento. Uno de ellos es Javi, aunque él no vive en la calle, esa noche la va a pasar también con nosotros a la intemperie. Tiene 36 años y es un chico que como se suele decir, tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Enseguida me reconoce porque me ha visto en una foto de Twitter que Lagard ha subido antes. Se presenta y me da un abrazo. Reconozco que con Javi surge una conexión muy especial. Viene cargado con un montón de bolsas de comida y bebida para la celebración de por la noche. Todo ello pagado de su bolsillo con una parte muy importante de su bajo sueldo. Su grado de solidaridad es realmente increíble y admirable.

También llegan Marcelo, el hombre del traje gris, impecable con su corbata. Y Manuela, una mujer que llega con él. Nunca me quedó claro si era su mujer o su hermana. Un fallo por mi parte.

Iba llegando más gente. Al mismo tiempo vamos preparando en un banco de madera que nos va a servir como mesa, la comida y bebida para antes de las campanadas. Pero antes de eso, Lagard cree que ha llegado el momento de iniciar una protesta a lo largo de la calle principal que llega a la plaza. Una pequeña manifestación con sus proclamas y sus pancartas para que la gente se conciencie de lo que el alcalde está permitiendo con las personas que viven en la calle. Dicho y hecho. Él se encarga de dirigirnos a todos, de situarnos y de ir haciendo las respectivas fotografías para subirlas a las redes sociales. La marcha es un éxito. La policía situada allí en la plaza nos mira perpleja, pero no dicen nada.

Terminada la manifestación volvemos al campamento. Seguimos con los preparativos de la cena. De repente, una sorpresa inesperada. Una pareja de la policía secreta de Sevilla se acercan a Lagard y le ofrecen un par de bolsas con comida para la cena de la noche. Todo un detalle digno de agradecer. A Lagard ya lo conocen por supuesto, y empiezan a hablar. Él siempre con su don de gentes consigue que todo el mundo se sienta a gusto, y aunque no lo quiera reconocer, porque no lo hace, es el auténtico líder y alma del "Campamento Dignidad".

Son las diez y media de la noche y después de hacernos las correspondientes fotografías, llega la hora de empezar a cenar. Ya está todo dispuesto encima del banco de madera. Comienza la cena de la última noche del año. Jamón, queso, langostinos, chorizo, huevos rellenos, comida rumana, cerveza, champán, en fin, todo lo que se puede desear para una buena cena de nochevieja. Risas, canciones, posados para fotos, deseos para el año que entra, abrazos, en definitiva un ambiente inmejorable en el que me siento increíblemente a gusto. Es una sensación especial que hace que se me salten las lágrimas un par de veces.

Por fin llega el momento cumbre de la noche. Las campanadas. Las 12 uvas que por supuesto también tenemos. Un vaso con sus correspondientes uvas para cada uno de nosotros. Tengo que reconocer que yo nunca he comido uvas porque no son de mi agrado, ni en nochevieja ni de diario, pero era un día muy especial y me las comí, aunque no todas porque no me dio tiempo. El ambiente de la plaza era tremendamente festivo, pero concretamente en nuestro pequeño campamento era donde más alegría había de toda la plaza. La gente nos miraba con una mezcla de envidia y de curiosidad.

Lagard aprovechaba esos momentos para ofrecer a la gente que se acercaba, para que firmara en las hojas de recogida de firmas a favor de una solución para las personas que viven en la calle. Y por supuesto, muchas fueron las que lo hicieron.

La música sonaba y la gente bailaba. Por unas horas todo era perfecto. No había lugar para la tristeza. Eran momentos de celebración. Javi me pilló un par de veces secándome las lágrimas. Me miraba, sonreía y venía a abrazarme. Qué persona más grande joder. Puedo decir con rotundidad que    esa nochevieja fue una de las más especiales de mi vida, si no la que más. Nunca jamás me olvidaré, tanto por lo que viví, como por lo que significó de manera personal.

Poco a poco, la fiesta fue terminando, al menos para nosotros. La plaza se fue quedando vacía. La gente se iba a los bares y a las discotecas. Nosotros en cambio, nos pusimos a recoger el campamento para poder irnos a dormir. La fiesta había terminado. Era el momento de volver a la cruda realidad. La terrible realidad de las personas que no tienen un techo con el que resguardarse para dormir. De nuevo comenzaba a llover. Nuestro sitio para pasar la noche era un lugar en la plaza donde nos podíamos cubrir de la lluvia con un tejadillo, aunque insuficiente.

Empezamos a colocar las mantas en el suelo sobre las que nos tumbamos. Antes de dormir, hablamos un rato. En mi caso, para poder afrontar con un poco más de tiempo lo que queda por delante. Lagard duerme con Ronnie, un perrito que ha pasado la noche con nosotros. Carmen duerme con Manuel. Antonio duerme solo. Javi a mi lado. Y yo, al lado de Javi. Parece que ellos enseguida cogen el sueño, pero para mi es imposble dormir. Las condiciones son terribles, aunque podrían ser peores. Pasan las horas. Muy despacio.

Son las 4 de la mañana. Sigue lloviendo y aunque la temperatura no es muy baja, la alta humedad hace que se te meta en los huesos de una manera tremenda. Comento con Javi, mi compañero y amigo, que esto no es vida. Dormir en la calle es tremendamente duro. Y me da vergüenza decirlo porque tan solo llevo unas horas y no creo que esté en disposición de quejarme ni por un solo momento. Pero hasta que no lo vives en primera persona es imposible describirlo. Quizá además de las condiciones, lo realmente duro es tener que acostumbrarte por fuerza a este tipo de vida. Eso es lo realmente difícil. Y triste.

La gente pasa a nuestro lado y las miradas se cruzan. En algunas de ellas se puede observar lástima, en otras empatía y en más de las que se debiera, indiferencia. Sigue lloviendo. No puedo dormir. Me es imposible pegar ojo. Puede que sea una mezcla entre miedo, indignación y vergüenza. Lo reconozco. Al fin y al cabo, dentro de unas horas, a 800 kilómetros de aquí, me espera una casa con calefacción, agua caliente y una cama en la que poder dormir. Pero ellos, mis compañeros, volverán a pasar por estas mismas condiciones noche tras noche.

No puedo dejar de pensar en los miles de euros que el ayuntamiento se ha gastado en la celebración de esta noche. Fuegos artificiales, un árbol de navidad de más de 5 metros, el suntuoso alumbrado de la plaza, las enormes luces de navidad, la retransmisión en directo y toda la parafernalia que ha rodeado al acto en cuestión. Mientras tanto, 800 personas duermen en la calle a diario en Sevilla. Al "señor" alcalde Juan Espadas se le debería de caer la cara de vergüenza, si es que todavía le queda.

La gente sigue cantando, sigue de fiesta y no tiene pinta de que vaya a terminar muy pronto. Es normal, es la última noche del año y la celebración se alargará con toda seguridad hasta bien entrado el amanecer.  Desde aquí, a ras de suelo, se pueden ver los chiringuitos que ya cerrados rodean la plaza y un gran cartel del hotel Inglaterra.

Sigue lloviendo. La suerte es que dormimos bajo un tejadillo que nos protege de la lluvia. Algo es algo. De repente, sin pedirlas, un chico se acerca y me da unas monedas. Tres euros con sesenta. Le doy las gracias y le felicito el año. El chico me develve la felicitación y se marcha con sus amigos. Me quedo muy bien sin saber como reaccionar. Javi me mira y sonríe. Me entran ganas de llorar. Cojo las monedas y se las dejo entre la almohada a Carmen y Manuel.

Los miro como duermen. Manu se da cuenta de que Carmen está destapada y la tapa con una manta, se nota que se quieren aún en los peores momentos de su vida. Ya son las 5 de la mañana y aunque les había dicho que me iría a las 6 y media, no aguanto más. El frío se ha metido en mis huesos y la humedad es terrible. Me levanto del suelo y utilizo mi manta y mi saco de dormir para tapar a mis compañeros un poquito más. Ahora, estas cosas materiales les pertencen a ellos.

Ronnie, el perrito, se acurruca debajo del saco de dormir que les he echado por encima a él y a Lagard. Éste último se despierta y aprovecho para decirle que me voy. Me despido. Le doy las gracias por todo y él me las da a mi, aunque no sé muy bien porqué. La verdad es que me siento como un cobarde por irme antes de tiempo, un jodido cobarde. Pero el cuerpo me dice basta y no puedo más.

Me alejo dejándolos atrás, llorando, sí, otra vez. Sé que a alguno de ellos no los voy a volver a ver nunca más, y sinceramente, la vida que les espera va a seguir siendo más de lo mismo. En cuanto a Lagard, confío en que mantengamos el contacto. Es un auténtico crack, tiene madera de líder y no lo puede evitar aunque quiera.

Continúa lloviendo. Nunca en la vida olvidaré esta noche. Ni por supuesto el "Campamento Dignidad". Nunca. Una parte de mi se queda aquí, con vosotros, pero una parte de vosotros se viene conmigo. Y por eso, me permito el privilegio de llamaros compañeros. Nunca os olvidaré. Por vuestra dignidad, por vuestro orgullo y por la lección que día tras día nos dais a toda la sociedad. Por eso, os podrán quitar la casa y os podrán quitar el trabajo, pero eso jamás os lo podrán arrebatar. Adelante, y ojalá se cumplan todos vuestros sueños, que también serán los míos.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies