Daniel Bernabé: “Hemos perdido nuestra identidad de clase y no sabemos quiénes somos”

Entrevistamos a Daniel Bernabé en su reciente visita a Zaragoza para presentar 'La Trampa de la Diversidad', un ensayo que ha revolucionado a la izquierda abriendo un debate todavía sin cerrar

Daniel Bernabé.

Recibo a Daniel Bernabé en la puerta de la librería donde va a presentar su ensayo, La Trampa de la Diversidad. En la primera frase que intercambiamos me dice que se encuentra “cansado de esta vida de estrella del rock”. No es para menos. Desde la publicación del libro, esta primavera, se activaba un debate en el conjunto de la izquierda en el Estado español que todavía no ha finalizado. Esto ha puesto a Daniel delante del público en dos o tres ocasiones semanales por todo el territorio peninsular. El libro ha levantado ampollas, ha movido sillas, ha provocado un movimiento brusco en el aletargamiento generalizado, planteando dudas que han hecho repensarse a algunas partes y enfadarse infantilmente a otras. Ha generado unas críticas salvajes en las redes sociales, ese extraño lugar donde nos relacionamos sin dar la cara, y otras, educadas y contundentes en la prensa. Pero también ha cosechado halagos de muchas personas que pensaban que, por fin, alguien había puesto palabras a sus pensamientos.

Has escrito el ensayo del año…

Bueno, de momento va muy bien. Me mandaba el otro día una amiga una foto de la Casa del Libro de Barcelona y me di cuenta, de repente, de que han pasado cinco meses, cinco ediciones, y está en la mesa de novedades. Yo que soy librero sé que los libros vuelan, quince días como mucho y si no funcionan fuera. Cinco meses en la mesa de novedades y rodeado de libros de gente con mucho prestigio intelectual. De repente me dio vértigo, me dije “¡ahí va! la que he liado”.

Aparte del resultado en cuanto a ventas, el libro ha tenido una repercusión política, generando un debate que quizá estaba oculto. ¿Cómo has vivido ese debate?

Por etapas. Una amiga me dijo un día: “estate contento, hace mucho que no discutíamos sobre un libro y eso está muy bien”. Es verdad que ha habido momentos duros. Este verano ha habido semanas jodidas, porque la avalancha, ya no de críticas, sino de ofensiva personal hacia mí fue dura. Yo no estoy acostumbrado a ese nivel de hostilidad, además de una forma muy personal. Pero bueno, con el paso del tiempo, pues contento. Satisfecho. Alguna tecla he tenido que apretar para que haya habido esa reacción.

Entre esas críticas estuvo la de Alberto Garzón que fue contundente, ¿cómo viviste, como autor, el haber llegado al secretario general de Izquierda Unida?

El problema que tenía era que yo no estaba a su mismo nivel. Por eso tampoco quise entrar en la discusión, porque la gente ya me proponía hacer debates públicos… y yo dije no. Yo no estoy a su mismo nivel. Yo no soy un parlamentario. No soy líder de un partido político a nivel nacional. No creo estar en su misma línea.

Luego hablé con Alberto. Tuvo la deferencia un día de quedar conmigo, de hablar tranquilamente el asunto, lo cual le agradezco. Me dijo que quizá se había equivocado en el tono del artículo, porque no había conseguido abrir el debate, sino quizá enmarronarlo más. Pero está convencido de que su crítica era acertada. Él me venía a decir que tiene miedo, de una forma muy parecida al debate este que ha surgido por el artículo de Monereo y Anguita, porque mi libro abría la espita de una especie de izquierda reaccionaria que fuera a acabar con todas las conquistas que se han conseguido por parte de estas ideologías de la diversidad. Yo le dije que ese peligro no lo veo. No veo que haya ahora mismo miles de obreros bolchevizados, pero además, muy reaccionarios. No lo veo. Lo que sí veo es el otro peligro. Un peligro de individualismo, de fraccionamiento, de atomización… Eso lo veo todos los días.

El denominado “rojopardismo”…

Me flipa lo de las etiquetas. A mí me da la sensación de que hay una serie de problemas, de dudas, de incógnitas, porque estamos en un momento en el que vemos que hay algo que no funciona. Pero no pasa nada, no se trata de decir “esto lo hemos hecho todo mal”. Desde el comienzo de la crisis se han hecho cosas. Unas han salido bien y otras no tan bien. Ahora mismo estamos en un momento de incógnita en el que la extrema derecha está subiendo y la gente pide respuestas. Si frente a eso nuestra única respuesta son las etiquetas, mal vamos. ¿Rojopardismo? ¿Ahora resulta que Anguita es medio nazi? Pues yo, la verdad que no lo veo. Todo por plantear mal un artículo. Porque lo plantearon mal. Poniendo un ejemplo y no explicando que lo que venían a decir era: “si estos hijos de puta están haciendo esto, cómo no lo hacemos nosotros”. Eso era básicamente lo que decía. Cualquier persona que se lo leyera entendía.

En este sentido ¿cómo ves el nacimiento de la plataforma En Pie en Alemania en la que el lenguaje tiene ciertos paralelismos con el de la ultraderecha?

Aquí hay una cosa que hay que tener muy clara. Los Derechos Humanos son una línea roja que no se debe cruzar. Desde mi punto de vista la izquierda nunca debería cruzarla. Una cosa es eso y otra es ver si realmente están aceptando propuestas de la ultraderecha, o si realmente están tratando problemas que los hemos tratado de una forma o muy moral o muy superficial. Es decir, la inmigración, objetivamente hablando, no es un problema en Europa. Es mentira. No hay ninguna avalancha migratoria. De hecho, España tiene menos inmigrantes ahora que hace diez años. Desgraciadamente aunque las cosas sean ciertas, muchas veces la narración que se hace en torno a ellas, la gente la percibe más que la certeza. Ahora mismo en España sí existe un cierto clima, sobre todo desde este verano, con las imágenes que permanentemente echan en televisión, de que la inmigración puede llegar a ser un problema. No es igual en todos los sitios. No es igual en tal barrio de Madrid, que en tal barrio de Zaragoza o que en un pueblo en el que no hay inmigrantes. Es verdad que en algunas zonas puede haber conflictos. Esos conflictos hay que enfrentarlos y eso no significa ir contra los inmigrantes, si no a favor de solucionar conflictos, porque para los inmigrantes también será bueno. La respuesta de “papeles para todos” no es una respuesta. De hecho, sí llegáramos a gobernar –en referencia a la izquierda– no lo aplicaríamos. Hay que ser razonable. En primer lugar por los propios inmigrantes.

No me quiero alargar mucho en las respuestas, pero es igual que cuando Pedro Sánchez tiene el gesto de recoger el Aquarius. Yo encantado, porque había que hacerlo. Pero a lo mejor, la anterior ministra, Carme Chacón, cuando se jactaba de haber bombardeado Libia, pues no lo tenía que haber hecho. Nadie ha pedido perdón. Nadie ha dicho “nos equivocamos al bombardear este país, porque mira ahora cómo está”. Y esto, algo tiene que ver en que haya gente cruzando el Mediterráneo de esta forma.

A lo mejor la política se ha convertido en eso, en gestos. Aquel fue un gesto que le sirvió a Pedro Sánchez pero que no deja de ser caridad y que no afronta el problema ¿Es ese un problema del PSOE o de toda la izquierda?

Es un problema de toda la política. Más allá de lo institucional. De toda la política que hacemos cotidianamente. Nos hemos vuelto declarativos. Antes el ser era hacer. Por supuesto que hay gente ahora que sigue haciendo cosas. Te hablo de tendencias. Declarativo en el sentido de soy feminista o soy comunista, soy lo que sea, pero soy en cuanto a que lo digo. Pero, ¿qué haces para serlo? “Pues no sé”. Esto es un poco igual. La cuestión es porqué la política puede volverse solo simbólica o solo de gestos. Esa es la clave. Yo creo que en el libro sí que aporto algo que es una explicación de cómo la política se ha convertido en un producto que se puede sustantivar de esa forma, porque nuestro individualismo nos hace elegirla de esa manera, como si compráramos un producto para nuestra identidad.

Hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en consumidores...

Y vendedores de nosotros mismos. De nuestro propio producto, que somos nosotros. En las redes sociales nos conceptualizamos. Tenemos angustia por ser una individualidad muy concreta e igual que otra gente compra sus partes identitarias en otro aspectos, algunos de nosotros compramos la política.

¿De qué manera podemos enfrentarnos, política, social o económicamente a ese individualismo?

Fíjate, en el libro estoy todo el rato sacando conejos de la chistera para que avance más rápidamente, pongo ejemplos… Al final del libro dije: “ahora ya no hay ningún conejo que sacar”. Yo no tengo ninguna solución, más allá de las que sabemos todos: organización, formación y actuar en conjunto. No se me ocurre otra cosa. Tenemos una larga tradición en el siglo XX, llena de cosas malas, pero también de cosas muy buenas y hemos conseguido, y hablo en primera persona del plural porque me siento parte de esa tradición, hacer una o un par de revoluciones por década durante el siglo XX. Que no está nada mal. Luego han salido cómo ha salido, pero teníamos influencia en cambiar la Historia y en cambiar la política del mundo. Desde hace unas décadas no tenemos ninguna capacidad de nada. No hay grandes movimientos, quitando Latinoamérica en algún lugar y algún momento. Pero no en Europa. Lo que está claro, creo yo, es que el camino que se eligió hay que cambiarlo. Por aquí no vamos bien.

Esa sociedad de consumo ha generado una clase media aspiracional unificadora. Al final en unos grandes almacenes clase media aspiracional son el pescatero, la comercial, la cajera y el alto ejecutivo.

Todos somos clase media aspiracional. Bueno, está la clase media de verdad, el dentista que tiene su consulta y gana 4.000 euros al mes. Aunque yo creo que la clase media no es una clase social, pero bueno. Luego está la clase media aspiracional cultural a la que pertenecemos todos. Esto es interesante de entender. No es ni siquiera una crítica moral. Es verdad que Monedero no entendió bien lo que yo quería decir, y me decía “todo el mundo tiene derecho a vivir mejor”. Hombre claro, pero yo no estoy hablando de eso. Estoy hablando de que cuando tú adquieres cosas, bienes tangibles, pero también ideas, ya no estas adquiriendo las cuestiones en concreto sino que estás adquiriendo algo para ti, para creer que eres más y escapar de tu posición, sin escapar. Tu vida sigue siendo igual de miserable pero tú crees que no lo es. Eso es un cambio sustancial que no empieza ahora, que lleva desde el consumismo de los sesenta y hace unas décadas que se establece. El interés que tiene para el libro es que nos volvemos todos muy parecidos. Paradójicamente el neoliberalismo nos dijo “tú vas a ser muy especial y gracias a tu especialidad vas a poder subir en sociedad”, pues ha ocurrido justo al revés. Seguimos siendo incapaces de, por nuestros propios medios, tirar para adelante, tal y como nos prometieron, pero encima nos parecemos cada vez más todos.

Yo estoy convencido de que los que vivimos en los 80, siendo críos incluso, nos dimos cuenta de que había más diversidad cultural. La peña era de muchas más movidas. Le gustaba a cada uno un rollo de música. Ahora toda la gente oye lo mismo, viste igual, se comporta de la misma manera, ve los mismos programas de televisión… Eso nos crea una angustia de la hostia, porque todos nos parecemos mucho y es cuando nos intentamos diferenciar como sea. Intentar cada vez ser más. Esto es muy interesante para la política. Porque aparte de afectarnos en cosas raras de la vida, en plan “yo voy a un gimnasio que hacemos yoga con música tal y además debajo del agua”, todo muy especialito, también nos afecta en la política, “yo soy de tal y de no sé qué”, que está muy bien, pero somos incapaces de juntarnos para nada.

Además ha habido una asunción de paradigmas impuestos desde el neoliberalismo, por ejemplo, la no violencia. Ahora cualquier gesto, parar un desahucio, un lazo amarillo, una pintada en el INEM, se han convertido prácticamente en terrorismo. Hemos asumido eso y nos comportamos según sus paradigmas, con lo que es muy difícil rascar ni siquiera la primera capa del sistema.

En los noventa cambia todo. Me acuerdo de aquella lucha por el 0,7%. Recuerdo estar en el instituto y ver como de repente esa era la forma y además cabía todo el mundo. Con el tema de la violencia, las nuevas formas y tal, está complicado hablar de ello. Yo dije el otro día en Twitter que, objetivamente, que unas personas se organicen para reclamar unas cuestiones políticas y corten una carretera, bloqueen un peaje o hagan una pintada no es violencia y que es lícito hacerlo. Alguien me dijo que estaba justificando la violencia. Bueno, casi llamando a la Audiencia Nacional.

Vamos a ver. En la periferia sur de Madrid, las cosas que se consiguieron, hospitales, colegios y cosas así, se consiguieron cortando carreteras y con alguna hostia con la policía. No porque la gente vaya a pegar a la madera, sino porque estás allí protestando y la policía viene a pegarte y tú te defiendes, que es como siempre ocurre. ¿Por qué digo que es lícito? Porque nadie dice vamos este martes a montar un pollo, vamos a cortar una carretera. Lo haces cuando ya te has manifestado de una forma tranquila varias veces y nadie te hace caso. No te queda más remedio que subir un poco el pistón.

Es lícito en cuanto a que en la Europa de posguerra el acuerdo era: tú te manifiestas sin violencia y si eres lo suficientemente grande, yo que soy el gobernante tengo la obligación de hacerte caso. Eso no siempre funcionó así, porque en Alemania y Francia mataban a la gente en los años sesenta por manifestarse. Pero más o menos el asunto era ese. Eso en España se rompe a partir de Aznar, e incluso él, con la huelga general de 2002 tiró para atrás en algunas cosas. Pero con Rajoy, nos hemos manifestado a miles y no ha pasado nada.

Hablas habitualmente de Fuenlabrada. Allí, por ejemplo, tenéis un hospital privatizado. Esas conquistas sociales se han ido desmoronando y no ha habido una reacción.

Cuando yo era pequeño íbamos a un cole prefabricado. Le pegó una hostia de viento un día y se llevó el techo. Se cayó medio cole. A los dos días estábamos las madres, padres, profesores y críos en el ayuntamiento con pancartas. Era algo automático, no hacía falta que te organizara nadie. Ojo, y no está mal que te organicen, pero antes pasaba eso. La gente sabía instintivamente qué tenía que hacer. Ahora eso se ha olvidado. No tenemos ni idea de qué hacer. Hasta las cosas más básicas. Hemos llegado a un momento que parece que las cosas son como las tormentas, que las tienes que aguantar y no, son gente tomando decisiones por una serie de necesidades que tienen ellos. Pero si queremos se cambia, que para eso somos más. Ese ‘back to basics’, que de vez en cuando hay que hacer, se ha perdido por completo. ¿Por qué? Por muchas cuestiones. Evidentemente hay un factor material; trabajos atomizados, pérdida de conciencia sindical, también porque lo sindicatos han hecho unas políticas nefastas, pactistas… En los centros de trabajo aprendías política de una y otra forma. Todas esas afinidades se han ido rompiendo y ahora estamos cada vez más solos. Si te das cuenta, los nuevos pisos construidos son cuadrados, con los parques dentro, donde supongo que juegan los niños con niños de su bloque, pero no con los de fuera. En el centro de las ciudades un gran centro comercial, como una nave nodriza, para que la gente vaya a comprar. Eso no es un modelo de barrio. Todo nos ha ido llevando a perder nuestras afinidades colectivas.

Pero en esto barrios tradicionalmente obreros hay un problema de desafección política. Los chavales tienen calle, la disfrutan y la comparten. Pero existe un gran individualismo que les ha llevado a la ausencia de conciencia social. ¿Es más culpa de C. Tangana o del neoliberalismo?

C. Tangana al final es un síntoma que probablemente agrave la enfermedad. No ayuda en nada. Pero obviamente él no es un causante de, sino que forma parte de esta cadena de despropósitos, él, o en general la industria musical. Creo que siempre hay un doble juego entre las cuestiones más materiales, vivienda, trabajo… y las cuestiones que rodean todo esto, la superestructura, que es una cuestión más cultural, en cuanto a las formas de relacionarnos. En esa doble unión, sobre todo en la parte que nos rodea, en esa superestructura, se nos ha olvidado como se lucha y sobre todo como se lucha juntos. En los setenta, en un instituto todo el mundo participaba en las juventudes de algo. Luego había cuatro que eran de las juventudes del PSOE y dos que no participaban en nada. Esos eran los raros. Ahora es justo al revés. Para encontrarte un chaval que participa en política… eso ¿por qué? Somos más malos, más egoístas, más tontos… No. Es por nuestra identidad. Hemos perdido nuestra identidad de clase y no sabemos quiénes somos. Somos gente a la que le han metido unas mediaciones culturales y somos incapaces de darnos cuenta de quiénes somos. Porque la ideología viene luego, lo importante es darnos cuenta de nuestra identidad. Una identidad que antes surgía muy del contexto cotidiano y que ahora no la vemos porque la compramos de otros lados.

Pero antes también existía esa sensación de amor y odio a la vez. Estoy aquí, pero quiero salir de aquí. No quiero trabajar en la fábrica como mi padre.

Eso es interesantísimo. A mí me ha pasado eso de avergonzarte casi de dónde eres. Yo me di cuenta de que era de un sitio diferente cuando empecé a ir a la universidad, porque mis compañeros, que eran gente normal y corriente, habían viajado, sabían más idiomas… se les veía más sofisticados. Supongo que nadie quiere trabajar en la fábrica en que trabajó su padre pero aunque trabajes en una oficina, o hagas no sé qué en un banco, con un traje y una corbata, en el fondo, eres de la misma clase social que tu padre, que apretaba tuercas. Ese es el problema.

En este sentido el libro es como un espejo en el que se ha visto reflejada mucha de esa gente de clase media aspiracional. Militante de izquierdas, pero clase media aspiracional. Pero da la espalda un poco a esa clase obrera, sobre todo más joven, con gran desafecto político.  ¿Quizá habría que darle la vuelta al espejo?

Sí, es un poco una contradicción. Siendo sincero, no sabría cómo hacerlo. No sabría ni qué decir, ni qué contar, ni cómo llegar a esa gente. Este libro, para ese tipo de personas, les resultará totalmente inútil. Es un libro sobre todo destinado para la gente que se considere de izquierdas y que tengan un interés por la política. Lo otro es muy interesante, pero la única forma  que se me ocurre es a través de la ficción. Nada de ensayo, nada de teoría política. No porque sean más tontos. Sino porque no te van a hacer caso. La ficción, sin embargo, es una forma razonable de llegar a la gente, sobre todo para meter identidad. Suena muy arrogante el vamos a deciros quiénes sois, pero es lo que se ha hecho toda la vida. El famoso concepto de clase “en sí” y “para sí” marxista era eso. Por desgracia los otros están diciéndote continuamente quién eres, y ahí no hay problema, parece lo más normal del mundo que te digan cómo eres, que tires billetes y toda esta mierda. Pero nosotros no podemos decirles quiénes son, y por cierto lo haríamos con más realidad: mira a tu familia, mírate tú, mira de dónde vienes, mira cuáles son tus oportunidades de futuro… porque además no nos tenemos que inventar nada.

Hay países que sí que empiezan a cambiar este discurso. Estoy pensando en Inglaterra donde ya se crean series específicas de la clase obrera desde dentro.

Eso los ingleses lo llevan haciendo desde los sesenta. Aquí en España se han contado desde fuera, desde el intelectual de clase media barcelonés que llegaba y lo veía. Mira, el otro día vi el vídeo de Corbyn que sacó tras la conferencia laborista. Estaba en un acto con el PCE y les dije que era el vídeo más de izquierdas ahora mismo en toda Europa. Se enfadaron mucho. Pero es así. La épica no la centra en la resistencia o en la memoria izquierdista, si no que la centra en tu barrio. “Hay que recuperar nuestras comunidades”, dice. Pero es que además habla políticamente de cosas. De cosas muy concretas: salud, educación, trabajo, financiación de la banca, electricidad y transporte. Seis cosas. Y termina diciendo que hay que intervenir a la economía, no podemos dejar que esto sea un caos. Punto. Eso a mí me vale más, me parece un cambio más sustancial, que la mayoría de las cosas que he visto en mucho tiempo. No sé si tendrá éxito. Pero a mí eso sí que me parece un cambio y no Carmena.

Para terminar, estás muy satisfecho de este libro, pero ¿qué expectativas tiene Daniel Bernabé como autor?

Pues estoy asustado, porque de momento no puedo vivir de escribir. Y llevo diez años intentándolo. Con vivir me refiero a cobrar un salario mínimo interprofesional al mes. Y no me da. A ver si aprovecho esto para poder vivir de escribir, de alguna forma, y luego seguir y seguir escribiendo, porque es lo que me gusta. Ahora, siéndote sincero, me ha dado mucha gente la espalda por el libro. Gente de los que se supone que eran tus medios. Ahí te das cuenta que hay un problema gordo. Ahora tengo más facilidad para trabajar en los medios convencionales que en los medios alternativos.

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