
Este país es lo que tiene, somos grandes en la mezquindad y pequeños en la grandiosidad. El triunfo de la selección femenina de fútbol se ha visto eclipsado por un machirulo (incluimos también a su madre) que han copado las portadas y noticieros de diferentes partes del mundo, pero no el logro del deporte femenino que siempre ha sido ninguneado. Recordemos que este sujeto fue el mismo que a las jugadoras del Barcelona se negó a ponerles las medallas cuando ganaron la Supercopa femenina.
Si en mis dos anteriores artículos hablaba de la tergiversación que se daba hace décadas al término feminista y de cómo tenías que aguantar actos, palabras que, si te defendías, te salían con esto de que debías odiar a los hombres, que tendrías que haber tenido malas experiencias o vete a saber qué pasaba contigo, eso sí, tratándote como a una pobre niña asustada, traumatizada porque se supone que la infantilización era la única respuesta a tu proceder, hoy en día, por fortuna, estos hechos son sancionados públicamente.
Por supuesto, existen machirulos y machirulas porque he conocido a mujeres infantilizadas, llenas de enferma autocompasión y nula autoestima a las que, siento decirlo, no les he tenido ni lástima, porque irónicamente son, bajo discursos de un feminismo autojustificativo, las que normalizan actitudes y aptitudes machistas. A un mismo comportamiento machista, no todas las mujeres actúan igual. Va en función de tu valentía, arrojo y, a veces, desesperación por hacer entender ideas que tendrían que ser de obligado cumplimiento como no cruzar con el semáforo en rojo cuando pasan vehículos. Pues bien el machirulo, Rubiales -al que la Audiencia Nacional ha imputado y cita a declarar el 15 de septiembre-, y su madre son de los que dicen que se puede pasar en rojo y que te dejes de gilipolleces.
Por fortuna, el silencio (lo he detestado toda mi vida cuando encubre la mentira, la falsedad, la manipulación) no se ha dado en el caso de la jugadora de fútbol, Jenni Hermoso, que ha tenido un apoyo tanto nacional como internacional. No obstante, todos nos debemos reeducar. Cuando me viene un hombre y me dice ofendido, ¿me estás diciendo que soy machista?, siempre respondo lo mismo, no. Porque en esa pregunta va implícita la arrogancia y la pregunta no se debe hacer a una mujer, sino que se la deben hacer a ellos mismos. Valorar si a lo largo de su vida han tenido actitudes y comentarios machistas. Y luego hacer examen de conciencia. Siguiendo un método socrático llegarán a su verdad: ¿alguna vez entre hombres hemos hecho comentarios sobre el físico de las mujeres, su edad?, ¿alguna vez si me siento amenazado, en cualquier aspecto, por una mujer la he humillado, ninguneado, gritado, infantilizado, ridiculizado?
El caso Rubiales expresó con gestos esto último. Se infantilizó, se ridiculizó (memorable el hecho de que se cargara a una jugadora como un saco de patatas), se ninguneó el triunfo de la selección femenina con el discurso que dio el sujeto en la Asamblea de la RFEF ante machirulos que aplaudieron y luego sancionaron su comportamiento por esto del rechazo social y, como siempre el dinero, la pérdida de puestos y nóminas suculentas.
Queda aún mucho para superar el machismo y, aunque España ha avanzado muchísimo, es muy difícil eliminar gestos, palabras, actos, muchos de ellos inconscientes, de una sociedad machista de siglos que se ha impuesto en variados aspectos. No se puede pretender cambiar siglos de machismo en apenas décadas. Por eso, cuando alguien, me da igual si es hombre o mujer, me vienen con simplezas o ideas machoconamente ridículas, es cuando no callo. No lo hice hace años, ¿lo voy a hacer ahora?
Por cierto, mi total apoyo al deporte femenino y que sigan los triunfos. Es de esto de lo que tendríamos que haber hablado y no de dicho sujeto, aunque ¡por fin, Rubiales, dimitió!