Los acontecimientos económicos tienen una honda repercusión en la sociedad, tanto los ciclos de expansión como los de recesión intervienen directamente en las expectativas del conjunto de la sociedad. Esto al final se traduce en profundos cambios en la conciencia colectiva, que a su vez interviene de forma dialéctica en la propia economía y en todos los órdenes de la vida.
Aun así, no se trata de un automatismo, existen multitud de factores subjetivos que intervienen en estos procesos ya sea acelerándolos o retrasándolos. El impacto de los grandes acontecimientos económicos puede tardar en expresarse o en encontrar cauces para hacerlo. Pero lo que sí que podemos asegurar sin riesgo al error es que terminará por hacerlo de una forma u otra.
Comprender e incluso anticipar esos cambios es clave para quién pretende intervenir en los acontecimientos con el objetivo de transformar la sociedad.
2008, el final del espejismo
La penúltima crisis del capitalismo (la de 2008) rompió en mil pedazos la confianza de una parte importante de la sociedad en el sistema.
El auge de la precariedad, la liberalización económica, las privatizaciones, la especulación o la depredación de la naturaleza. Los peores rasgos del anterior ciclo de auge podían soportarse mientras el sistema, a cambio, garantizase empleos y unas perspectivas de futuro para una parte importante de la población.
De hecho, una de las características del gran periodo de auge anterior que arrancaría a mediados de los años 90, fue precarizar las condiciones de vida y existencia de las nuevas generaciones de trabajadoras y trabajadores. La introducción hasta en la sopa de los contratos temporales, la legalización de las ETT, el aumento de la subcontratación y las dobles escalas salariales forman parte de ese proceso que permitió al sistema una explotación más intensa de la mano de obra, especialmente de las capas más jóvenes de la clase trabajadora.
Es necesario advertir que la juventud de aquel momento ya percibía que era posible que no superara las condiciones de vida alcanzadas por sus progenitores -como registraba el conocido como “informe Petras” en aquellos años 90- . Esa misma sensación, atenuada durante la época de mayor auge económico anterior, se extiende entre muchos y muchas jóvenes de hoy.
Pero sigamos en el periodo de auge anterior al 2008. El crecimiento de la economía y el acceso masivo al crédito, permitieron que amplias capas llegaran a la conclusión de que tanto esfuerzo merecía la pena. Pero ese mismo modelo terminaría por cimentar la que sería una profunda crisis con duras consecuencias para la mayoría de la población.
Como decíamos dicho período escondía importantes contradicciones, por ejemplo, las que señalaba la irrupción del movimiento “V de Vivienda” protagonizado por jóvenes, que denunciaba la imposibilidad de acceso a la vivienda, así como el endeudamiento de por vida para quienes optaban a dicho acceso mediante la compra en propiedad.
Mientras España alcanzaba cifras récord en los beneficios del sector inmobiliario y multiplicaba el ritmo de construcción residencial de sus vecinos europeos, parecía evidente que la juventud tenía enormes dificultades para acceder a una vivienda.
Pero aun ahondando en las contradicciones, la gente por norma tendemos a no complicarnos la vida. Aunque sea con un gran sacrificio, si el sistema te garantiza lo que tú entiendes por una existencia digna ¿Para qué plantearse cambiar las cosas en profundidad?
Sin futuro
Pero cuando las condiciones de vida se deprimen y (sobre todo) las expectativas de futuro se frustran, el telón democrático de la sociedad capitalista puede caer en cualquier momento, dejando al desnudo todas esas contradicciones y miserias. No podemos predecir cuándo arderá el granero, pero si está lleno de paja seca cualquier chispa puede comenzar el incendio.
Así, no sería hasta 2011 (para desesperación de impacientes) cuando el impacto en la conciencia colectiva se expresaría de forma abrupta con la explosión del 15M. Y no fue casualidad que un actor importantísimo del movimiento fuera una juventud que incluso en la época de auge anterior encontraba grandes dificultades para reproducir el modo de vida de sus padres y madres.
La ilusión se esfumó, extendiéndose la frustración desde la juventud de los barrios obreros a los hijos e hijas de los pequeños propietarios o profesionales. Y nunca como antes quedó fijado en sus retinas que su futuro inmediato era consumido para único beneficio del sector financiero y las grandes multinacionales encarnadas en las políticas impuestas por La Troika (Comisión Europea, BCE y FMI).
Una crisis de sistema y régimen
Por primera vez desde la llamada “transición”, sectores enteros de la sociedad comprendieron que el “Régimen del 78” era el decorado necesario para que una minoría siguiera disfrutando de cada vez más riqueza y privilegios en medio de una situación desesperada para amplias capas de la población. Así se produjo una amplia ruptura con todo aquello que simbolizaba el actual régimen, que tan siquiera ofrecía un cauce capaz de canalizar la frustración acumulada.
La crisis del 2008 abrió una nueva época en la historia del capitalismo que, en aquel momento (antes de la irrupción del proceso de grandes movilizaciones) ya atisbábamos, nos conducía a un aumento de la polarización social, a la par que multiplicaría la desigualdad para garantizar su propia supervivencia. No había otra posibilidad de salir de la crisis bajo el capitalismo que acentuar ambos procesos, mientras provocaban un ingente trasvase de fondos públicos a manos privadas a costa de fuertes recortes en los servicios públicos.
Se abría así una época en la que las contradicciones generadas por el gran auge económico producido en las anteriores décadas chocarían con la virulencia de las placas tectónicas. 13 años después, los seísmos continúan y las contradicciones siguen acumulándose. Tampoco el “Régimen del 78” ha cerrado su crisis. De hecho, hoy, en 2021, no hemos cambiado de época y el conflicto abierto no ha concluido. Tampoco el régimen ha conseguido terminar con un importante cuestionamiento.
Una vez dicho esto, también podemos apreciar que esta nueva época está generando ciclos con características propias. Y aquí es donde radica la necesidad de construir un hilo conductor que permita que no se pierda toda la experiencia acumulada desde entonces.
Organización sin intermediarios
Una de las señas de identidad del ciclo de movilizaciones (2011-2014) fue el desprecio por todo el entramado político e institucional ligado al Régimen del 78 al que se culpaba de connivencia con los responsables de la crisis. “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” fue la consigna de Democracia Real Ya para lanzar la primera convocatoria de lo que después se conocería como 15M.
Esta connivencia a ojos de quienes ocuparían las plazas y calles se extendía desde el bipartidismo (PPSOE) y las instituciones, a las organizaciones sindicales e incluso a otras organizaciones tradicionales de la izquierda. Desde luego no ayudó la reacción de los dirigentes de dichas organizaciones ante la aparición del movimiento 15M, como tampoco lo hizo su errática respuesta a las políticas de recorte y devaluación de las condiciones de vida.
Así el movimiento se basó en la participación directa mediante asambleas, y en una apuesta por lo colectivo. En paralelo, la desobediencia civil pacífica se convirtió en un método de lucha eficaz frente a las posibilidades represivas del estado y se extendió después hacia las luchas concretas.
Un poder popular que desafió resoluciones judiciales, prohibiciones e incluso lograba imponer derechos más allá de lo establecido por la legalidad. Sirva de ejemplo la masiva desobediencia popular a la prohibición de las movilizaciones del 15M durante la jornada de reflexión y la de votación de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo de 2011. El ridículo de la Junta Electoral Central, y del propio Tribunal Supremo que avaló la suspensión ante un recurso de Izquierda Unida, fue épico y dotó de alas al movimiento de protesta. Las plazas fueron ocupadas por decenas de miles de personas a pesar de la prohibición.
Esa extensión de los métodos de participación directa y desobediencia civil, unida a la acertada estrategia adoptada por el 15M de trasladar su acción a los barrios y las luchas concretas (enseñanza, sanidad, vivienda…), insufló activistas e ideas clave en el desarrollo del periodo de luchas que arrancaría en el 2011 y que alcanzaría su cenit con las Marchas de la Dignidad del 22M de 2014.
Junto a muchas y muchos, tuvimos el privilegio de participar primero en las plazas y después en el movimiento por el derecho a la vivienda, simbolizado entonces por la PAH y la campaña Stop Desahucios.
No hay duda que lo ocurrido con la estafa hipotecaria sería un rasgo definitorio de la “crisis a la española”. Sin entrar en ello, las características del anterior periodo de auge, la especulación sin límites, una legislación bochornosa y una cultura de la propiedad sobre la vivienda instaurada por el tardofranquismo y que perdura hasta nuestros días, convirtieron la vivienda en un escenario principal del conflicto con el sistema y el propio régimen.
Tampoco repasaremos los hitos del movimiento. Aunque quizás estaría bien recordar el masivo apoyo del mismo incluso en los momentos de mayor criminalización, como en la campaña de escraches; la creación de plataformas en multitud de ciudades y pueblos; o que la ILP por la Dación en pago, la moratoria de desahucios y el alquiler social alcanzó en 2013 casi un millón y medio de firmas verificadas.
Pero lo más interesante residía en que el motor del movimiento era (y es) un acto de desobediencia civil permanente frente a unas leyes injustas y un estado dispuesto a aplicarlas, aunque esto suponga una vulneración de los Derechos Humanos. No era (ni es) un movimiento de masas, pero si un referente para amplias capas de la población, un pequeño espejo en el que mirarse a la hora de abordar futuros conflictos.
Y todo esto era posible por ese incipiente poder popular. En condiciones normales todos y todas comprendemos que el estado tiene recursos de sobra para ejecutar de forma violenta los desahucios.
Las unidades antidisturbios (como las UIP) tienen medios y recursos de sobra para superar las acciones pacíficas de las plataformas frente a los desalojos. Al mismo tiempo el código penal dispone también de herramientas suficientes para que las detenciones y condenas hubieran sido masivas.
Lo único que permitió al movimiento lograr paralizar miles de desahucios, y en definitiva quebrar los mandatos judiciales, era su influencia en la sociedad y su interrelación con el resto de incipientes movimientos reivindicativos. Ese, y no otro, era su poder. Un poder construido desde abajo que enfrentaba con éxito (parcial) al propio poder del estado en una parcela concreta.
El final del primer ciclo de luchas
Las elecciones europeas de 2014, y sobre todo las municipales de mayo de 2015, marcaron el nacimiento de un nuevo ciclo que no se entendería sin el anterior.
Una amplia capa de activistas y jóvenes, conforme avanzaba el periodo de luchas (2011-2014), se fueron convenciendo de que era necesario trasladar la impugnación al sistema y al régimen a la lucha política.
No sin precauciones, contradicciones y prejuicios en todas las direcciones, las posiciones de izquierdas ganaron un importante peso dentro del movimiento. Las citadas Marchas de la Dignidad supusieron la conexión definitiva de los nuevos movimientos sociales con la izquierda política y sindical.
Una evolución imposible sin toda la experiencia acumulada en las plazas, las asambleas, las mareas, las paralizaciones de los desahucios, la marcha minera o las movilizaciones internacionales como la huelga del 14N del 2012.
Y que, al mismo tiempo, no hubiera tenido lugar sin el hondo efecto de la crisis económica del 2008 en las condiciones de vida y expectativas de la mayoría de la sociedad.
Ni el 15M, ni el ciclo de luchas que le siguió. Tampoco la irrupción de Podemos en 2014 o de las candidaturas de unidad popular en 2015 han sido fruto de la acción de un pequeño grupo de personas muy avispadas.
Y sin negar la importancia de quienes con audacia consiguen influir en los acontecimientos, perder de vista todo lo anterior convertiría nuestra mirada de los procesos sociopolíticos en algo casi místico.
La institucionalización
La multiplicación de la presencia de todo aquello que está a la izquierda de la dirección del PSOE en las instituciones del sistema, y sobre todo el espectacular resultado de las candidaturas de unidad popular en las municipales de 2015, fue motivo de alegría merecida.
Todos los esfuerzos de activistas y militantes durante el ciclo de luchas parecían recompensados. Y no era para menos. Pero dos factores marcarían el nuevo ciclo abierto en 2015: por un lado, existía un enorme cansancio entre quienes durante 4 años se entregaron a la organización popular; por otro existía una desmedida confianza en las posibilidades de nuestra presencia en las instituciones y gobiernos municipales.
Las organizaciones y plataformas políticas que capitalizaron el descontento centraron su mirada en la batalla electoral y en la acción institucional, descuidando los movimientos reivindicativos (cuando no desapareciendo de los mismos). No ayudaron las continuas contiendas electorales y sus repeticiones que aún acentuaron más el perfil institucional de las organizaciones llamadas a romper con el Régimen del 78.
Así los llamados “ayuntamientos del cambio” sufrieron de forma general cuatro años de ataques y bloqueos desde las propias instituciones, así como desde la maquinaria de propaganda del propio sistema. Y su capacidad de respuesta quedaba circunscrita al terreno de juego del enemigo, donde las cartas ya están marcadas al comienzo de la partida.
Un triunfo tan extraordinario necesitaba de una movilización extraordinaria para seguir avanzando hacia la transformación de la sociedad. El ambiente social no es un grifo que podamos abrir y cerrar a nuestro antojo, incluso ocurrirá que en determinadas ocasiones pese a nuestra voluntad de elevar el caudal no obtengamos la respuesta que esperamos. Pero admitido esto, también debemos apuntar que nos equivocamos en no empujar lo suficiente para que el grifo no se cerrara.
Paulatinamente la vía de la “desobediencia institucional” ligada a los métodos de lucha nacidos el 15M fue arrinconada por el “arte de lo posible”. Las organizaciones de la izquierda no se volcaron en organizar de forma seria todo el caudal acumulado desde 2011 para intervenir de forma directa en la sociedad.
Y sin caer en maniqueísmos, es necesario apuntar de nuevo que activistas y base militante necesitaban coger aire después de años de entrega total en las plazas, en las mareas y en todo tipo de movimientos reivindicativos. Sin ese agotamiento y desmovilización no se entendería la derrota de la mayoría de los “ayuntamientos del cambio”, ni el estancamiento del espacio que hoy representa Unidas Podemos.
La llegada al Gobierno de España de Unidas Podemos, fue acogida también con gran alegría por una parte importante de nuestra gente y sobre todo celebrada como algo “insólito”. Y es cierto, nunca antes (desde la caída de la dictadura) se había producido la existencia de ministros o ministras que se consideran comunistas.
Pero no es menos cierto que esta entrada en el gobierno, lejos de producirse desde una posición de fuerza y una dinámica ascendente, se producía en medio de un retroceso en elecciones de todo tipo (municipales, autonómicas o generales) y la continuidad del descuido de la organización militante de la izquierda para impulsar ese poder popular que nos trajo hasta aquí.
Y existía (y existe) otra posibilidad. Leer el momento, observar la tensión social que producen las contradicciones no resueltas en la crisis del 2008 y preparar nuestras organizaciones para intervenir en una sociedad cada vez más polarizada.
No era necesario entrar al gobierno, y poner nuestro destino en manos de la dirección del PSOE, para impedir un gobierno de PP, Vox y Cs. Bastaba votar la investidura, mientras nos centrábamos en apoyar a los colectivos movilizados invitando a levantar un nuevo ciclo de luchas.
No dudamos del esfuerzo de los compañeros y de las compañeras que forman parte del Gobierno de coalición en la defensa de nuestras posiciones. Comprendemos que mucha gente piense que sin nuestra presencia en el gobierno todo sería peor. Pero quizás era el momento de adoptar otra estrategia más allá del cortoplacismo del horizonte electoral e institucional, que anticipara lo que nos viene encima como clase y como pueblo.
Esto va más allá del debate sobre la entrada en el Gobierno de España. Incluso aceptando que los hechos ya han ocurrido y el escenario es el que es. ¿No sería positivo un movimiento reivindicativo para exigir la derogación de las reformas laborales, exigir el cumplimiento de las subidas pactadas del SMI o el final de las vías de privatización de las pensiones abiertas por el Pacto de Toledo? ¿Acaso eso no ayudaría a las posiciones de los nuestros y las nuestras en el Gobierno?
Vivimos momentos decisivos
Una época caracterizada por el aumento de la polarización social y los conflictos, sin duda proporciona y proporcionará momentos decisivos para el futuro inmediato y venidero de la mayoría de la población. De hecho, en este artículo hemos repasado grandes procesos que se han producido en un margen temporal muy estrecho. ¿Hemos cambiado de época? Parece que no. ¿Quizás el capitalismo ha resuelto los desafíos iniciados en 2008? Parece que tampoco.
Buena parte de los y las economistas ya alertaban desde 2019 de un más que posible agotamiento de la frágil recuperación económica desde el estallido de la crisis del 2008. Se anticipaba para los próximos años un escenario de posible recesión. Y eso después de desplomar de forma brutal las condiciones de vida de sectores enteros de la población y de un ingente trasvase de fondos públicos a manos privadas.
La llegada del coronavirus dejó atrás cualquier previsión, hasta las más pesimistas, sirviendo de catalizador para acelerar el estancamiento económico y darle un carácter global a la crisis del capitalismo hasta ahora desconocido. Y llegamos sin restañar, ni mucho menos, los peores efectos de la anterior crisis.
Cuando desde la “izquierda de argumentario” se nos dice que en esta ocasión la salida a la crisis es distinta, es una verdad a medias. Es cierto que el capitalismo y la UE apuestan ahora por una política de endeudamiento frente a la austeridad del pasado ciclo de crisis, pero no es menos cierto que dicha intervención implica un trasvase de fondos públicos a manos privadas aún más descomunal que el producido en el 2008. Los ganadores netos de la crisis son los mismos: los grandes accionistas de las multinacionales y el sistema financiero.
Tampoco ha variado el imparable fenómeno de concentración de la riqueza, y tanto la administración española como la europea siguen jaleando las fusiones de multinacionales y grandes entidades financieras.
En consecuencia, se acentúa el carácter de oligopolio del capitalismo en sectores clave de la economía y el control de la misma por una capa cada vez más restringida de la sociedad. ¿En manos de quiénes terminará el grueso de los 140.000 millones de euros del rescate europeo?
Preparemos nuestras organizaciones para el conflicto
Pese a los ERTES, ya son 4 millones los trabajadores y las trabajadoras en el paro. Y además continúan existiendo trabajadores y trabajadoras que a pesar de tenerlo reconocido no lo cobran. El Ingreso Mínimo Vital, más allá de sus carencias, no ha tenido la extensión esperada. El paro juvenil se dispara de nuevo, tanto como la falta de expectativas de importantes sectores de la población. Muchos pequeños negocios han cerrado sus puertas, mientras los grandes juegan con privilegios en medio de la crisis. Las medidas para intentar parar una nueva ola de desahucios han llegado tarde para miles de familias y la solución actual (mediante Decreto) es un parche temporal hasta que se levante el estado de alarma. Y todo esto ocurre en una sociedad que apenas se había recuperado del seísmo del 2008.
Existe una enorme sobrecapacidad productiva frente a las posibilidades de absorción de productos y servicios por parte de la sociedad, multiplicada por los efectos de la pandemia. Sectores enteros de la economía, desde la aeronáutica al turismo, pasando por la automoción o la construcción han visto como las ventas se han desplomado. Y esto se suma a la situación de empresas clave que están echando el cierre, o parece que podrían hacerlo. Desde la central de Andorra, a la factoría de Nissan en Barcelona, pasando por la dura situación en Alcoa.
El capitalismo impone hasta ahora su plan para la recuperación sin demasiada oposición. Esta salida pasa por una explotación más intensa y eficiente de la mano de obra y el planeta gracias a una nueva reconversión en muchos sectores importantes de la economía. Eso que cínicamente llaman “crear valor añadido”, y que burdamente tiñen de verde, se convertirá en tragedia para millones de personas. Sin duda este ansiado avance en la productividad (que el sistema entiende por “margen de beneficio”) puede provocar nuevas legiones de trabajadores y trabajadoras sin empleo.
Si la austeridad significó un desastre. La estrategia actual de la UE producirá efectos indeseados sin tardar demasiado, y además no olvidemos que las fiestas de los grandes capitalistas siempre las paga alguien, pero nunca ellos. Pensar que podemos enfrentar las consecuencias de todo esto desde el despacho de un ministerio es tan fantástico e infantil como pensar que el socialismo llegará por quemar cuatro contenedores.
Por otro lado, el Régimen del 78 continúa en una profunda crisis. El espectáculo constante de la monarquía, la crisis entorno a la cuestión nacional, la pérdida de cualquier atisbo de neutralidad de las instituciones, las restricciones de los derechos democráticos, o el crecimiento de las ideas derechistas. Nada apunta en el corto plazo a la estabilidad política en el Reino de España.
Con independencia de nuestra participación institucional, ese es el escenario que enfrentamos. En esencia los problemas que desataron el ciclo de movilización social de 2011 a 2014 no se han resuelto, y no se resolverán con nuestra entrada en los gobiernos si esta no va acompañada de una movilización y organización popular capaz de romper todos los diques de contención que siguen apuntalando esta sociedad enferma y terriblemente desigual.
Por el contrario, si asumimos nuestra acción política como el “arte de lo posible”, entendiendo como lo posible los estrechos márgenes que hoy puede permitirse el capitalismo, no tardará en surgir nuestro sustituto histórico de las condiciones materiales de la mayoría y las aspiraciones de amplias capas de la misma.
La derogación de la reforma laboral y el cumplimiento de los aumentos prometidos del SMI. Unas pensiones 100% públicas y dignas, acompañadas del adelanto de la fecha de jubilación. El reconocimiento efectivo del derecho a la vivienda. Que no exista nadie sin unos ingresos mínimos mediante una renta básica de verdad. O la defensa de los derechos democráticos y la libertad de expresión. Bien merecerían una movilización conjunta de todos los sectores ya en lucha y de aquellos que seguro se incorporarían.
De hecho, durante este ciclo de desmovilización, hemos asistido al florecimiento del movimiento de pensionistas o la irrupción de un renovado feminismo convertido en un movimiento de masas capaz de relacionarse con el resto de luchas. Nadie se ha rendido, pero necesitamos una perspectiva conjunta que nos devuelva la confianza en nuestras propias fuerzas.
Y es necesario ligar estas luchas concretas a la construcción de una alternativa al capitalismo. Es necesario encontrar una salida que nos permita superar la crisis indefinida que marca la época que vivimos. Esta no vendrá de la UE, el G20 o el FMI. Mucho menos de las instituciones españolas. Si en 2011 pensábamos que eran parte del problema ¿Qué ha cambiado para que las abracemos como parte de la solución?
Esa debería de ser la prioridad de todas las fuerzas de la izquierda. Necesitamos organización, necesitamos extender nuestras raíces en la sociedad volcando el grueso de nuestras fuerzas en los movimientos y plataformas sociales, asociaciones vecinales, en los sindicatos y en cualquier conflicto contra la salida capitalista a la actual crisis, que puede significar una crisis permanente para la clase trabajadora y los sectores populares. También para el planeta.
Todo sobre el especial #20voces10años15m.