La actual presidenta de Aragón, que nació el año de la Expo y cumple 50 años por estas fechas, lo propuso en comisión de gobierno y la decisión fue casi unánime. Tras décadas de diferentes ocurrencias y proyectos y cientos de millones de euros en diversas actuaciones la decisión es irrevocable y cuenta con la aceptación resignada de la población, que ya se había acostumbrado a la presencia del armatoste.
Se mantendrán, eso sí, las placas en recuerdo de la Expo de 2008, aunque ya anteriormente fueron demolidos otros emblemas de la muestra. El parque circundante se renaturalizará para volver a crear el desaparecido soto de Ranillas.
De acuerdo, es un escenario un tanto chusco, pero no por ello podría ser menos real en un futuro a largo plazo. Porque pasan los años, 17 ya desde la inauguración de la Exposición Internacional que trató de agua y sostenibilidad y varios de los edificios se sostienen en pie, pero eso es todo.
Año tras año el mismo escenario: nuevos proyectos para edificios que se están quedando viejos y, sobre todo, demuestran su nula funcionalidad.
A base de invertir una cantidad escandalosa de dinero 15 años después se reabrió el Pabellón Puente, entre la quiebra de Ingemetal, la contratista que debía ultimar su cubierta y la complejidad técnica de una reforma que se pagó con dinero público, para variar, aunque ahora el Mobility City luzca a mayor gloria de Ibercaja. Unos se llevan las mieles y otros ponen las perras. Un espectáculo que aburre de puro repetido.
Algunas instalaciones menos llamativas, como el canal de aguas bravas, ya son historia. Funcionaron unos meses, o ni eso, y ahora son unos escombros carísimos. Pero se le sigue buscando una eventual solución. Básicamente tirar el balón hacia adelante, como las Playas de la Expo, ahora en estado de ruina, cerradas hace dos años y sin perspectiva de reapertura. O la hípica y el centro de multiaventura, que van camino de la demolición.
De hecho el Parque del Agua Luis Buñuel, que ocupa el espacio de lo que fue el soto y huerta de Ranillas, está en evidente decadencia.
Se busca inversor privado, pero, de momento, parece que habrá que tirar de nuevo del bolsillo público. De eso va la colaboración público-privada: mientras las empresas obtienen pingües beneficios, todo bien. En el momento en que los beneficios no son tan grandes, el coste va al erario.
Pero, un año más y van 17, son los edificios más simbólicos el verdadero quebradero de cabeza. Porque un año más las instituciones siguen buscando acomodo y los edificios siguen siendo cascarones vacíos.
Y se sigue tirando de ocurrencias. La última de la Torre del Agua es convertirla en una especie de anuncio luminoso gigante. Todo ello correrá a cargo de la empresa Oboria y saldrá por 7 millones de euros.
En realidad la Torre del Agua será lo mismo: un edificio hueco sin utilidad ninguna, aunque nadie termine de verbalizarlo. Por otro lado uno más. Hay miles de rascacielos similares en todo el mundo y hasta sirven para algo más que para luminoso gigante. Poco más que comentar, otra vez la patada hacia adelante.
Eso sí, en los medios triunfalismo, titulares y promesas de un nuevo destino para el edificio. Aunque el nuevo destino no es más que, lo dicho, montar unas carísimas lucecicas.
De los otros edificios se habla poco porque no hay nada que contar, siguen cerrados y con el deterioro de los años. Es lo que sucede con el Pabellón de España. Un edificio sobre el que se ha dicho mucho y no se ha hecho nada.
O como el Pabellón de Aragón, una cesta de frutas gigante (eso decían que era en 2008) que va acusando el deterioro y que languidece en un lugar especialmente visible entre dos avenidas.
El antiguo Pabellón de Aragón es víctima del mismo problema que la Torre del Agua: básicamente no sirve para nada. Es poco funcional, con mucho espacio diáfano pero sin una división interior que lo haga útil sin invertir mucho dinero y aún así.
Porque otras dinámicas viciadas de principio siguen en el mismo sentido. Buena parte del recinto de la pos Expo sigue siendo, sobre todo, espacio institucional. Desde la Ciudad de la Justicia, Seguridad Social, DGA... Y lo último la CARTV, radio y televisión aragonesa, que está prevista inauguración en 2027. Mucha de la actividad comercial de Expo Zaragoza Empresarial se basa en el traspaso de dinero entre instituciones.
En lo positivo entran las 47 empresas privadas que alivian un poco el coste público, aunque la última noticia de ampliación de superficie de una empresa privada es la de Nologin en noviembre del año pasado. De hecho los 128.000 metros cuadrados ocupados hasta el momento solo la Ciudad de la Justicia ocupa 65.000.
Y, a todo ello, mientras se sigue a vueltas con edificios como los llamados cacahuetes, de los que solo queda en pie prácticamente el esqueleto, siguen sin tener un destino claro.
Ahora parece que hay ofertas, una de ellas desde una institución educativa privada poco clara, pero mientras tanto se sigue sin decir abiertamente que la inversión inicial de la Expo internacional es irrecuperable. Esto en sí no sería tan grave, el problema viene de la incertidumbre de hasta cuando va a seguir la inversión y a dónde conduce.
Han pasado 17 años y cada equis tiempo, sobre todo en torno a los aniversarios, vuelve el triunfalismo, las promesas de reformas y de mejoras. Yo no tengo la solución, pero me temo que los propios responsables de la Post Expo tampoco.